Imagínese por un instante nacer en un cuerpo equivocado. A pesar de la dificultad que pueda envolver a ese supuesto, son muchas las personas que descubren esa sensación en los primeros tramos del sendero de sus vidas. Y es lo que motiva a muchas de ellas a tomar una de sus decisiones más importantes: qué querer ser para eliminar el malestar relacionado con una marcada incongruencia en el sexo asignado por el azar de la naturaleza. Bucear por el origen de la transexualidad es hablar de un campo todavía muy inexplorado, de hecho no hay un origen en sí. Los expertos hablan de una contribución genética, pero los datos son muy débiles. Y también señalan hallazgos endocrinos, pero la evidencia es insuficiente. Por lo tanto, teóricamente, la transexualidad es en la actualidad un campo quimérico. Lo que sí se sabe es que el cambio al que se exponen muchos jóvenes, además de físicos, son de ámbito psicológico. Y en su mayoría, este trabajo interior es el cimiento sobre el que se construye una nueva persona.
“Desde muy pequeño me di cuenta de que algo no iba bien en mí. Me veía muy extraño, muy raro. Cuando veía a los niños, me identificaba más con ellos y no entendía muy bien porqué me llamaban Jessica, porque yo nací chica”, esta frase podría haberla pronunciado cualquier persona que haya iniciado un proceso de transexualidad, pero en este caso, lo hace Izan Anclares, es vecino de Aguadulce y convive en la sociedad almeriense con la seguridad de estar en el camino que le corresponde. Y lo hace superando las barreras costumbristas que aparecen por doquier. “A lo largo de mi adolescencia sentía que estaba viendo una vida que no me correspondía, como a muchos nos ocurre, creemos que somos homosexuales, pero seguía sin entender lo que realmente me estaba ocurriendo” señala Izan. Y es que, la falta de herramientas con las que se cuenta en nuestra sociedad para resolver estas cuestiones, obliga a iniciar una búsqueda de respuestas de forma autónoma. Hasta que, como le ocurrió a él, “una persona apareció en mi vida y, sin conocerme de nada, se dio cuenta de lo que me pasaba”.
Por más que podamos imaginar, “no existe un perfil determinado de personas transexuales”, señala Marisín Silgado, psicóloga sanitaria. “Sin embargo, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM V) refiere que la prevalencia, aunque mínima, sigue siendo en los nacidos varones. Pero como no todas las personas buscan tratamiento hormonal y tratamiento quirúrgico de reasignación de sexo acuden a consultas especializadas, estos datos están subestimados”. Durante la niñez hay mayores datos de varones que de mujeres, aunque las cifras son mínimas; una tendencia que tiende a la paridad en la adolescencia y que sigue favoreciendo, sutilmente, a hombres en la etapa adulta.
“Hace tres años inicié un proceso, pero fue tal el miedo que me dio el tratamiento, que no pude hacerlo. Lo retomé cuando el miedo desapareció y comencé a sentirme invencible”. El acompañamiento que ejecuta el equipo multidisciplinar a Izan y a otras tantas personas debe construir “un ambiente seguro y de confianza para que puedan expresar sus sentimientos y pensamientos. Cuando una persona toma consciencia de esa incongruencia entre el sexo asignado y cómo se siente realmente, y que no depende del todo de ti el poder cambiarlo, surgen muchos sentimientos que generan mucho malestar. Y va en aumento con las experiencias a nivel personal, familiar y social”, especifica Silgado.
El cambio radical al que quedan expuestas estas personas, no concuerda en muchas ocasiones con el nivel de sensibilización que nuestra sociedad muestra sobre la transexualidad. Siguen existiendo prejuicios, miedos y odios en ámbitos tan importantes como el familiar, escolar, social, profesional o sentimental. En el caso de las familias, juegan un papel muy importante en esta situación. No hay que pasar por alto el sufrimiento que contraen algunas familias cuando un hijo o hija viven en una realidad muy diferente a las que habían soñado. Por eso el trabajo terapéutico con los familiares “se centra en el apoyo emocional, validando esas emociones, normalizando la situación y motivándolos a que expresen sentimientos y pensamientos. El objetivo es ayudarles a que gestionen sus propias emociones, para que puedan centrarse en apoyar a su hijo o hija, priorizándolos al de ellos mismos”, como señala Marisín Silgado.
Si bien la situación actual es muy diferente a la de hace escasos años, sigue siendo muy necesario sensibilizar a los profesionales de la educación, de la atención primaria, profesionales de la salud mental, trabajadores sociales o fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado para que puedan identificarlos y ofrezcan el apoyo que necesitan.
Para alguien que no ha sufrido las dificultades por las que ha atravesado Izan a lo largo de su proceso de cambio, cuesta muy poco esfuerzo contribuir a la aceptación y a la inclusión social de todos ellos y ellas. En una sociedad donde los derechos y deberes están garantizados, ondear la bandera de la libertad también significa fomentar el respeto, ahora que tan ausente parece estar.
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