En el Pacífico Sur, a miles de kilómetros de España, hay un archipiélago por donde corre sangre almeriense. Si alguien coge la guía telefónica de la Isla de Guam, una antigua colonia americana junto a Filipinas, comprobará las decenas de apellidos Artero que allí aparecen registrados. Algunos hoteles y restaurantes llevan también este nombre, varios directores y policías, empleados de banca y hasta el delegado de la Federación de Fútbol se apellida Artero.
Todo, por la carambola de un desengaño amoroso ocurrido hace más de un siglo. Corría el año 1898, cuando un mozo, hijo de una familia humilde de Mojácar, llamado Pascual Artero Sáez que disfrutaba de un permiso en su casa durante la Mili, recibió inmediatamente un cable para que se incorporara inmediatamente en San Fernando (Cádiz), porque en Filipinas se había declarado la insurrección. Cuando llegó allí, las tropas ya se retiraban y España había perdido la guerra.
Se quedó con un piquete haciendo guardia en un convento de Cavite hasta que le llegó el ascenso a sargento. De allí, pasó a la Isla de Yap donde lo destinaron en un penal de presos políticos filipinos hasta 1901. Un buen día, estando de guardia en el presidio, recibió carta de España. Era su novia, Úrsula Flores, que le instaba a volver pronto a Mojácar, puesto que de lo contrario se casaría con otro.
Lloró de amargura el joven Pascual y recordó todo lo que había sido su vida, todas las cosas por las que había luchado y había sentido ilusión. “Se derrumbaron con aquella carta todas las esperanzas que había ido creándome a lo largo de años”, dejó manuscrito Pascual en sus memorias. Y entonces tomó la firme resolución de no volver a España. Al poco tiempo, conoció a una joven maestra en la Isla, Asunción Cruz, y se casó con ella. Decidió quedarse en Guam, desertando del Ejército español, y empezó a trabajar sembrando caña de azúcar por su cuenta en las fincas del Capitán Duarte, que se había quedado también en aquella tierra al casarse con una nativa. Más tarde trabajó con los ingenieros norteamericanos en la confección del mapa de la Isla y abriendo caminos.
En julio de 1898, en el apogeo de la guerra hispanoamericana, Artero recibió órdenes de trasladarse a Yap para una asignación de tres años. En Yap había una prisión para exiliados políticos, en su mayoría filipinos, y Artero fue puesto a cargo del cuartel. La vida era lenta para el joven sargento y él y los otros soldados se entretenían con peleas de gallos y juegos de azar mientras ayudaban a mantener el orden entre los pueblos de la isla.
Fue en Yap donde Artero conoció a su futura esposa, una española llamada Asunción Martínez Cruz. Cruz era hija de un capitán español de la empresa a cargo de municiones en Hagåtña. Se había ido de Guam a Yap con sus cuatro hermanas, Dolores, Milagros, Trinidad y Teresa, y su hermano Francisco. Dolores y Francisco ayudaron en las tareas domésticas, mientras que Asunción, Milagros, Trinidad y Teresa enseñaron en una escuela creada por Doña Bartola Garrido.
Garrido era una mujer chamorra que había desafiado abiertamente el reclamo alemán de Yap al izar la bandera española. Ella fundó la primera comunidad chamorra en Yap e invitó a Cruz y sus hermanas a enseñar a los jóvenes allí.
Artero estaba enamorado, aunque no tenía intenciones en el momento de cortejar seriamente a Cruz para casarse. Sin embargo, cuanto más la veía, más se sentía atraído por su integridad y sinceridad. Fue por esta época cuando recibió una carta de Úrsula en España diciéndole que si no regresaba pronto se casaría con otra persona. Esta carta le rompió el corazón, pero le dio la oportunidad que necesitaba para entregar su corazón a Cruz. Escribió a España pidiendo a las autoridades que enviaran su certificado de nacimiento a Yap para poder casarse con Cruz, pero Cruz y sus hermanas decidieron regresar a Guam.
Viajando por Japón, el trasiego duró varios meses. Para cuando llegaron, la guerra hispanoamericana había terminado y España había vendido las islas Carolinas a Alemania. Artero, sin embargo, se había quedado en Yap y le pidió a Cruz que regresara para poder casarse. Aceptando su propuesta, Cruz abordó la goleta Esmeralda y la pareja se casó el 6 de diciembre de 1899.
Llevaba Pascual 50 años en Oriente cuando pensó que no quería morirse sin ver de nuevo su pueblo. Junto a su mujer y dos de sus hijos se embarcó para dar la vuelta al mundo. Corría el año 1949 cuando llegó a Madrid y fue a Las Ventas a ver una corrida de toros.
Partieron en tren hacia Almería y de ahí a Carboneras, Mojácar y Macenas, donde Pascual abrazó a sus hermanas Juana y Beatriz con lágrimas en los ojos. Estuvo también en Garrucha, en casa de su sobrino Pedro Flores e iba todos los días a Misa, mañana y tarde, congeniando con el cura don Domingo. Su sobrina nieta Juana Flores, lo recuerda alto, vestido de blanco con las manos encallecidas de labrar la tierra comiendo siempre pescado y arroz. Volvió Pascual a su querida tierra de Guam, donde murió con más de ochenta años a sus espaldas, siete hijos, decenas de nietos y centenares de bisnietos.
La prensa de la época se hizo eco del viaje a España de Pascual Artero. A la vuelta de Almería ya en Madrid, en las puertas del hotel Astoria donde se alojaba, lo asaltó una nube de periodistas que habían sido informados de la llegada de un virrey o rajá oriental.
Antes de volver a Guam, Pascual Artero entregó un donativo a sus familiares para construir una iglesia y un cementerio junto a su casa natal, que aún existe en ruinas en El Agua Enmedio (Mojácar). Entregó 25.000 dólares y la ermita, junto a la casa del cura, se construyó años después con el esfuerzo de los propios vecinos de la barriada que acarreaban en borricos el agua y porteaban la piedra y la arena del río. En homenaje al donante, el templo se consagró a San Pascual Bailón. Pascual Artero falleció en Guam en 1956 y su estirpe sigue viva a través de centenares de descendientes.
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