Ya lo decía George Orwell, "cada generación se imagina a sí misma más inteligente que la que la precedió, y más sabia que la que viene después". Y no le faltaba razón. No porque las de antes fueran malas, sino porque las generaciones venideras poco tienen que envidiarle en preparación, ganas, liderazgo, aprendizaje y un sinfín de adjetivos que no son suficientes.
Los más jóvenes vienen pisando fuerte, no obstante, el problema (quizá) erradique en la falta de oportunidades, en el afán por invitarnos a irnos de nuestro hogar en busca de un futuro mejor. Como si en casa no lo pudiese haber, y qué rápido lo creímos. Y la realidad es que hubo un 'batiburrillo' de ideas tergiversadas entre los de arriba y los de abajo sobre lo que era el éxito, y el exilio certero de oportunidades laborales que bien se asentaron en las grandes ciudades.
Roberto Quieantes Álvarez es el perfecto ejemplo de un joven que alegría y buenas palabras no le faltan, pero menos aun, talento. Viene directamente de Ohanes, asentándose, sin conocer el éxito que vendría por descontado, en el barrio Los Ángeles junto con su marido, Juan Manuel Chamorro.
De Ohanes a Los Ángeles
Ambos se casan y deciden (por qué no) montar un pequeño negocio en el barrio, y a probar suerte. Fue entonces Roberto, sin olvidar de dónde venía y todo lo aprendido años de atrás, cuando decidió probar con las recetas de mantecados que han ido pasando desde su tatarabuela, Isabel Ortega, a su abuela, Isabel María Ramos, y a él.
"Esto viene de mi tatarabuela, es por así decirlo una tradición familiar que ha ido pasando de generación en generación, yo soy la cuarta que lo sigue haciendo", explicaba Roberto con mucho cariño en sus palabras, "el día que se hace nos juntamos toda la familia, cada uno aporta diferentes cosas, bailamos, cantamos. Así es la forma de que lo más antiguo no se pierda".
Los tiempos han cambiado, es indudable. Ellas, su tatarabuela y abuela, vendían los mantecados a través de la ventanilla de su casa a todos los vecinos y vecinas de Ohanes. "Esa ventanilla todavía está, por donde ellas vendían, sigue ahí", un símbolo más que no están dispuestos a perder.
Dulces navideños
Kilos y kilos de mantecados es lo que, Rodrigo y Juanma, hacen desde que empezaron en Bar Gardenias, "la gente que los prueba y repite, desde que el 29 de octubre, he hecho 350 kilos de mantecados". Y aunque empezaron con este dulce navideño por excelencia, el recetario de su tatarabuela ha cogido rumbo con una cantidad incalculable de dulces que los almerienses ruegan probar.
Roscos de anís, de vino, tronco de Navidad, milhojas de trufa, roscón de Reyes, bizcocho de la 'abuela', hojaldre con forma de árbol de Navidad y un largo etcétera, cuyo denominador común es la familia. Todo
Acostumbrados a la prisa y la vida automatizada, poco se piensa en que un buen bocado que no pase por la recurrente industrialización conlleva un tiempo y un trabajo que apenas se sabe valorar. "Los mantecados se hacen en barreños grandes donde caben 100 kilos de mantecados, te pones un pañuelo en la cabeza y de rodillas en el suelo a trabajar".
200.000 euros por una receta
La reflexión sería si tal éxito, no se lo quisiera apropiar cualquier marca grande o incluso alguna personalidad con mucho poder adquisitivo, y así fue. "Me quería dar 200.000 euros por la receta y le dijo que lo sentía mucho, que le haría los kilos que quisiera. Esta receta de la familia jamás se vende".
"Siempre he estado pegado a mi abuela, y lo que he aprendido es gracias a ella. Desde que tengo uso de razón, yo me ponía con ella a hacer dulces, y va pasando el tiempo por nuestros mayores, y fue entonces cuando decidí coger el cargo haciendo yo los postres navideños", contaba Rodrigo, de nuevo, con alegría en la voz.
Roberto, que rebosa humildad, siempre que le felicitan por el trabajo que hace, reitera que él siempre "mi abuela por delante, porque ella ha sido la que me ha enseñado a dar el toque final a los dulces". Quizá ahí resida la magia de estos dulces, en el amor a la familia.
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