En la ladera sureste del cerro de San Cristóbal, entre el Corazón de Jesús y el cerrillo del convento de las Adoratrices, se alza el barrio de la loma con la urbanización de pisos modernos que el empresario Luis Pinel empezó a construir hace sesenta años.
Es un paisaje de derrota, con la muralla desmoronada que baja buscando la calle de Antonio Vico y los restos moribundos de un viejo torreón tratando de sobrevivir entre solares abandonados, la basura y una manzana de viviendas marcadas por el abandono.
Es un barrio privilegiado porque ocupa un balcón de una belleza inigualable de donde se domina toda la ciudad y su bahía, pero que ha ido degenerando hasta convertirse en un arrabal, todo lo contrario de que perseguía su promotor cuando en los años sesenta empezó a levantar los pisos y a urbanizar las calles entre las cuevas, las pencas y las piedras del cerro.
Las casas de Pinel destacaban por la viveza de sus colores y por el contraste que suponía, en lo más alto de una de las laderas del cerro de San Cristóbal, encontrarse con un grupo de viviendas de nueva construcción en medio de un entorno formado por las viejas murallas que desde el cerro bajaban hasta la Puerta de Purchena.
En aquel universo de pencas, piedras y cuevas, apareció un barrio moderno que pretendía cambiar la fisonomía de una zona privilegiada por su situación, pero marcada de antiguo por la pobreza. Las casas de Pinel nacieron sobre un entramado de chabolas y cuevas que se extendían desde las murallas hasta el convento de las Adoratrices. Formaban parte del barrio de Duimovich, con su trama de callejuelas empinadas, de patios con aire musulmán y su enjambre de casas de planta baja que se adaptaban a las peculiaridades del terreno. A veces, surgía una vivienda sobre un suelo de rocas o sobre una cuesta imposible, desafiando la gravedad.
Urbanizaciones
En 1959, cuando comenzó el proyecto de construcción de la urbanización llamada ‘Vista Alegre de Pinel’, la loma de San Cristóbal y sus cuestas eran un arrabal donde convivían las pequeñas viviendas en las que en apenas treinta metros habitaban seis de familia, con aquel mundo de cuevas que formó parte de las zonas más deprimidas de la ciudad hasta los años setenta, donde abundaban formas de vida casi primitivas, con familias hacinadas en agujeros sin apenas luz y sin agua. Para aquellas gentes el váter no existía, y sus cuartos de baño eran las fuentes públicas y las escondrijos entre las pencas donde iban a hacer sus necesidades.
A pesar de la pobreza del lugar, aquel escenario ofreció siempre las posibilidades de su privilegiada situación. No existía un balcón en toda la ciudad con mejores vistas. Se puede decir que fue el empresario y constructor, Luis Pinel Martín, el primero que descubrió las posibilidades de aquel barrio y el primero que se atrevió a poner en marcha un proyecto moderno de urbanización.
Los trabajos se iniciaron en el mes de marzo de 1959 con carácter experimental, cubriéndose la primera fase con la construcción de ocho viviendas. Entonces se dijo que la urbanización del barrio en la Loma de San Cristóbal “empezaba una batalla contra aquellas cuevas o agujeros en las que vivían hacinadas las familias junto a vertederos de basura”.
El plan siguió adelante y en cinco años se llegaron a construir más de ochenta casas todas ellas con dos dormitorios, comedor, cocina, cuarto de baño, azotea, luz y agua, y se eliminaron ochenta cuevas y noventa barracas. Aunque en principio se creía que las nuevas edificaciones iban a ir destinadas a las familias más necesitadas, la realidad fue muy distinta, ya que las casas las ocuparon aquellos que podían hacer frente a su precio, que en algunos casos rondaba las sesenta mil pesetas. Allí se instalaron familias de la clase media, muchas de ellas ligadas a la Guardia Civil.
La urbanización de la Loma de San Cristóbal fue un revulsivo para adecentar el único camino que subía hasta aquellos parajes y convertirlo en carretera. Al llegar al penúltimo anchurón de la subida, antes de alcanzar la cima del cerro, aparecía el viejo arco de la muralla que servía de entrada a la barriada de ‘Vista Alegre de Pinel’. Se dijo entonces que fueron los propios vecinos los que ensancharon aquella entrada bajo el arco moruno para que también pudieran pasar los coches.
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