En mayo de 1976 se cumplía el XXV aniversario de la coronación de la Santísima Virgen del Mar y la Hermandad tuvo la idea de que el pregón conmemorativo lo diesen al alimón el alcalde de Almería en 1951, Emilio Pérez Manzuco, y un niño de entonces; ese niño era yo. Fue en el mes de mayo en la Patrona. Don Emilio se encontraba ya muy mal por su enfermedad, de hecho murió no mucho tiempo después, por lo que los pregoneros hablamos sentados ante una mesita en el presbiterio ante cientos de almerienses que llenaban el templo, cuyas puertas quedaron abiertas para dar cabida a más gente y por el calor sofocante de aquel día. Durante la espera en la sacristía Pérez-Manzuco me estuvo contando algunas anécdotas, como el problema que hubo cuando Antonio Peregrín Zurano y su esposa María Abad García quisieron donar a la Virgen del Mar la parcela de su finca, en primera línea de playa, donde se iba a erigir la ermita, y la imposibilidad legal que hubo cuando el notario advirtió que la Hermandad carecía de entidad jurídica para aceptarla y tuvo que ser el Ayuntamiento quien la recibiera en nombre de la ciudad. Con proyecto de Guillermo Langle la ermita la bendijo el obispo Alfonso Ródenas el 12 de enero de 1953, después de su construcción a expensas de las arcas municipales por valor de 24.812,81 pesetas. Ahora ha sido reformada, sobre todo en los colores de su fachada.
En mis años juveniles iba con asiduidad a la romería, que entonces era el primer domingo de enero, fecha complicada por las celebraciones de Año Nuevo por lo que en 1999 se cambió al segundo del mismo mes. Era entonces casi como una excursión, con nuestros bocadillos y tarteras, gaseosas y poco más, de lo que dábamos cuenta después de la misa de doce cuando también actuaban los coros y danzas de la Sección Femenina con el maestro Richoly a la guitarra. Nunca agradeceremos suficientemente a esta organización de la Falange el haber preservado los bailes y canciones populares de la provincia, así como la artesanía y las comidicas almerienses. A escasa distancia estaba la Torre García, puesto de vigilancia costero casi derruido que muchos años después sería restaurado por la Junta de Andalucía.
Este año de 2022 se da además un hito en la Hermandad: por primera vez en quinientos años la preside una mujer: Conchita Alarcón Candela, cuyo padre estuvo toda su vida ligado a la Patrona de Almería incluso como hermano mayor durante una larga temporada. La nueva hermana mayor se ha hecho con una junta directiva que ya estos días ha dado muestras de su eficacia al preparar la iglesia con gusto exquisito y rebosante de flores de cara a la festividad más importante de la Hermandad: la aparición en 1502 de la talla de la Virgen en aguas de Torre García, recogida y depositada en el convento de los dominicos por el torrero Andrés de Jaén. La imagen la conocimos hasta no hace muchos años vestida e ignorando que se trataba de una talla policromada que ahora, solo arropada por su manto, luce en todo su esplendor.
El camarín sobre el altar mayor, sin embargo, requiere alguna reforma si se quiere de matiz. El gran escudo de la ciudad visible desde todo el templo mantiene una antigua corona mural, la misma que en tiempos pretéritos utilizaba el de la II República. Sería oportuno que el Ayuntamiento, que concedió a la iglesia el uso del distintivo municipal, procediese a reemplazarla por la corona real presente hoy en cualquier referencia iconográfica de la simbología nacional. Esa corona mural no tiene sentido en tiempos constitucionales de la Monarquía Parlamentaria y en un templo que ha sido visitado al menos por dos Reyes reinantes: Isabel II y Juan Carlos I.
Cuando el nuevo obispo Gómez Cantero presida este año la Eucaristía en la remozada ermita de Torre García estará cumpliendo con una tradición muy arraigada entre el pueblo creyente de Almería que se emociona cantando el maravilloso himno con música del maestro Padilla y letra –verdaderamente preciosa- de Manuel del Águila. Una partitura sin estridencias, mansa como las aguas de la bahía, que ensalza la aparición de nuestra Patrona en esa playa en calma, desde entonces un auténtico santuario natural para los millares de devotos que a diario pedimos su intersección con fe sencilla y sentimientos a flor de piel como nos enseñaron en casa desde niños. Mi padre, al igual que numerosos almerienses, acudía en la primavera de 1939 a Santo Domingo a ayudar en los trabajos de desescombro del templo, en buena parte destruido durante la guerra civil. Algún tiempo después estuvo terminado y hermosamente ornamentado por Jesús de Perceval, y todo bajo la batuta del padre Ballarín, artífice de la reconstrucción de la iglesia tal como ha llegado hasta nuestros días.
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