Hortensia es indomable. Ni los años han podido apagar ese torrente de fortaleza que exhibe cuando hablas con ella. Lleva varios años jubilada por la edad que marca su documento nacional de identidad, mientras su edad biológica nos descubre a una mujer en plenitud que sigue mirando la vida y los negocios con los mismos ojos adolescentes de aquella niña de catorce años que un día, cansada del colegio, le dijo a su madre que ya era hora de ponerse a trabajar.
Había dejado los estudios y ayudaba a su madre en las tareas del hogar. Todas las mañanas iba a la panadería de Adelina, en Viator, donde vivía, y mientras compraba el pan se quedaba atenta observando aquel ajetreo de clientes que iban y venían y la magia del pan recién hecho cuando lo sacaban del horno.
Un día, la dueña de la panadería le preguntó que si quería trabajar y ella vio el cielo abierto. Solo tenía catorce años, era aún una niña, pero trabajaba como una mujer. Lo que empezó siendo una aventura juvenil fue convirtiéndose en una manera de entender la vida. Allí descubrió un oficio y una ilusión que ha mantenido intacta a lo largo de los años. Es difícil triunfar en un oficio si no se está ligado a él sentimentalmente, y Hortensia lo estuvo desde ese primer día en que Adelina le ofreció un puesto de trabajo.
En la panadería de Viator fue creciendo y entre aquellas paredes se fueron tejiendo las historias más importantes de su vida. Cuando llevaba dos años trabajando llegó al obrador un muchacho, Guillermo García Bretones, sobrino de la dueña, con el que no tardó en congeniar. El destino quiso que el amor le llegara también en la panadería y al poco tiempo de conocerse ya estaban noviando.
Aquella relación no dejó satisfecha a su madre, que no veía con buenos ojos que su hija, menor de edad, estuviera todo el día tan cerca del novio. Había que buscar una solución y como era imposible ponerle puertas al viento, no quedo otra alternativa que formalizar del todo la relación. En diciembre, cuando la niña no había cumplido aún los dieciocho años, la pareja contrajo matrimonio en la iglesia de Viator. Lo mejor de la boda fue el viaje de novios. Ella no había salido nunca de Viator y de Almería y por primera vez se subió en un avión para ir a Barcelona.
Hortensia y Guillermo formaban una pareja perfecta, unida no solo por el amor, sino también por el oficio. En siete años le llegaron cuatro hijos, que fueron otra ilusión para la casa, pero una responsabilidad añadida que los obligó a seguir trabajando sin descanso.
En aquellos tiempos la dueña de la panadería, Adelina, había enviudado y decidió echarse a un lado y alquilarle el negocio su sobrino y a su mujer. Hortensia no descansaba, ni siquiera en los embarazos y apuraba hasta el último día para quitarse del mostrador. Fueron años vertiginosos: la familia crecía y el negocio funcionaba con éxito. En 1987 su marido, que era el encargado de llevar el pan por los comercios, sufrió un accidente y ella tuvo que multiplicarse. Como le sobraban las fuerzas y la motivación, no dudó en hacerse chófer. Se subió a la furgoneta y se puso a repartir el pan por todos los rincones, entre ellos a los más de cincuenta clientes que tenía distribuidos por la capital. “Fui la primera mujer repartidora de pan que hubo en Almería”, asegura.
Sus días eran agotadores. Se levantaba de madrugada para hacer el pan y luego salía a repartir. Trabaja sin tregua pero merecía la pena. El negocio funcionaba, la familia salía adelante y ella se sentía feliz. Fueron años de éxito absoluto, tanto que se quedó con la panadería del Hiper Olé de la Carretera de Ronda y abrió un punto de venta en un local de la Rambla de Alfareros. Pero quería más y en el año 2008 se embarcó en la aventura de montar una cafetería con pastelería en la Calzada de Castro y cuatro años después, otra en la calle de Méndez Núñez.
Después de toda una vida trabajando, llegó a la edad de jubilarse con cuarenta y cuatro años cotizados. “Había trabajado muchos más, pero en aquella época el que cotizaba era el marido”, recuerda.
Hoy sigue con ganas de emprender nuevos retos, pero ha entendido que ha llegado el momento de apartarse y que sea su familia la que gobierne el negocio. Hortensia va todos los días a la cafetería porque necesita mezclarse con los empleados, saludar a los clientes que son amigos, y transmitirle esa fuerza inagotable que lleva dentro.
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