El barrio de Jaruga y su ‘estadio’

Ocupaba una gran extensión desde la zona de Regocijos hasta la actual Plaza de Toros

La zona de poniente del barrio de Jaruga vista desde la casa de los Cámaras.
La zona de poniente del barrio de Jaruga vista desde la casa de los Cámaras. La Voz
Eduardo de Vicente
21:17 • 17 ene. 2022

Al norte de la Puerta de Purchena, en lo que después sería el distrito quinto, aparecía el barrio de Jaruga, que empezaba por el costado de poniente junto a la calle de Regocijos y extendía sus límites hasta levante a la manzana de lo que después fue la barriada de la Plaza de Toros. 



En los años veinte del siglo pasado, cuando la ciudad extendía sus brazos hacia esa zona y las nuevas urbanizaciones se mezclaban aún con grandes espacios yermos y con huertas, hubo un intento por parte de las autoridades municipales de construir en una de las explanadas principales una glorieta con bancos y fuente que aglutinara la vida social de un barrio que entonces estaba expandiéndose. Se llegaron a plantar árboles y se colocó una fontana, pero no llegó a culminarse la glorieta. 



Lo que sí fue una realidad que acabó convirtiéndose en el escenario más popular de todo el barrio de Jaruga fue un campo de fútbol reglamentario que pasó a la historia  con el nombre de campo de Regocijos, por tener su entrada principal en esta misma calle. El recinto deportivo se levantó en un terreno de la inmensa Huerta de los Cámaras y contaba con las medidas necesarias para ser considerado apto para cualquier competición: noventa y cinco metros de largo por cincuenta de ancho.



Ricardo Zamora



El campo de Regocijos empezó a ver la luz en la primavera de 1923 y ese mismo año, unos días antes de la feria, fue inaugurado con un partido entre Almería y Jaén.



Llegó a ser tan importante que tuvo hasta un puesto de churros permanente y durante los primeros años recibía partidos a diario, especialmente los fines de semana. Destacó, entre todos los acontecimientos deportivos que allí se celebraron, un partido amistoso en la feria de 1927 en el que llegó a jugar como portero el mítico guardameta de la selección española Ricardo Zamora.



La vocación deportiva de este escenario, al norte de la ciudad, había comenzado en el siglo diecinueve cuando empezó a funcionar el frontón ‘Jai Alai’, como resultado de la afición que existía entonces al juego de pelota, que fue especialmente relevante en esta época. Las paredes de las fachadas de las iglesias se convertían en improvisados frontones, a pesar de la persecución municipal que sufrían los jugadores. En enero de 1894 se construyó, en un solar del huerto de Jaruga, la moderna instalación de frontón, con un local espacioso con capacidad para más de doscientas personas y una gigantesca pared con veinte metros de anchura y diez de altura. Tenía palcos, sillas, grada general, ambigú y una caseta para apostar en la que se llegaron a gestionar apuestas de hasta cien duros. 



La construcción del frontón sirvió también para adecentar algunas zonas del barrio de Jaruga que estaban aún por urbanizar y presentaban signos de abandono. En el otoño de 1894 los vecinos elevaron una petición al Ayuntamiento solicitando la instalación de farolas de gas. Exigían, si su petición inicial resultaba  demasiado ambiciosa, que al menos le instalaran las viejas farolas de petróleo que se habían ido quedando en desuso. 


Los parajes del huerto de Jaruga empezaban a integrarse en la ciudad, a ser un barrio más donde cada día surgían nuevas casas, nuevas calles que acercaban la zona norte de Almería al centro. Sin embargo, este primer proceso de urbanización presentaba graves carencias como la falta de luz que convertía la zona en un  lugar peligroso de transitar. Como las calles eran de tierra y cada vez que llovía se formaban grandes surcos, caminar de noche era un atrevimiento porque se corría el riesgo de caer en una zanja o de precipitarse por un terraplén. 


Por esos mismos años, los vecinos de la calle Silencio suplicaron a las autoridades municipales que volvieran a poner  en uso el único farol de gas que iluminaba sus casas, que por abandono estuvo varios sin funcionar. La oscuridad y la soledad de aquellas calles, que se mezclaban con huertos y descampados, también propiciaban la aparición de extraños personajes que merodeaban por las sombras para asaltar a los caminantes o para sembrar el miedo entre la población. Fue muy célebre, en los últimos años del siglo diecinueve, el fantasma del huerto de Jaruga, que en las noches sin luna recorría las callejuelas con una farol en la mano y un saco sobre el hombro. El fantasma, envuelto en un hábito negro y con la cabeza oculta por una capucha, se aparecía a las mujeres y a los niños, aunque nunca se acercaba lo suficiente para que alguien pudiera identificarlo. Su presencia llegó a ser una amenaza para las gentes y el miedo se fue trasmitiendo de historia en historia hasta convertirse en una obsesión. 


A finales del mes de enero del año 1900, el periódico ‘La Crónica Meridional’ publicó la noticia de que un vecino del lugar, armado con una pistola, había ahuyentado al fantasma con seis disparos que estuvieron a punto de costarle la vida. El merodeador enmascarado no volvió a molestar a las gentes ni a saltar las tapias de los bancales del campo de Regocijos, donde solía abastecerse de hortalizas aprovechando el temor de los vecinos y la oscuridad de aquellos parajes. 


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