Ahora que están de moda las pantallas infinitas, ahora que en el estadio del Almería han colocado una de treinta metros para que el público esté bien informado, yo reivindico aquel símbolo del fútbol en estado puro que era el marcador manual que lo manejaban las manos del hombre del marcador.
Me pregunto que aporta en un campo de fútbol una pantalla gigante que no sea el interés puramente económico. Es un invento contraproducente que traslada la atención del aficionado a otro escenario que no es el terreno de juego. No teníamos bastante con los efectos negativos de los teléfonos móviles, que tienen a la grada enganchada, que ahora nos regalan un marcador que pregona a los cuatro vientos nuestra condición de nuevos ricos. El personal ya no sabe donde mirar si al campo o a la pantalla gigante, por lo que más de uno tiene la sensación de estar viendo el partido por televisión.
El marcador de la pantalla moderna entretiene y nos aleja de ese papel de jugador número doce que antes se ejercía desde las gradas. El problema es doble en Almería, donde tenemos un estadio frío, feo y lejano en el que los gritos de ánimo se evaporan sobre las pistas de atletismo y apenas llegan al futbolista. Si no teníamos bastante con la distancia ahora nos colocan la dichosa pantalla para que estemos todo el partido mirando al cielo y comiendo palomitas, como si estuviéramos en una sala de cine. Hubiera sido mucho más rompedor cambiar la pantalla moderna por un marcador de madera como los antiguos y haber rescatado una parte de la esencia que el fútbol está perdiendo.
Mi primer marcador fue el del estadio de la Falange, tan primitivo como el que utilizábamos los niños en el colegio. Era una herencia de la posguerra, un invento casero . Lo construyeron los carpinteros de los talleres de Oliveros y no pasaba de ser un poste de madera con dos huecos en el capitel para que se introdujeran los números. Tan humilde artilugio no necesitaba de ningún mecanismo para que se pusiera en funcionamiento, tan sólo de la mano del hombre que iba subiendo las tablillas conforme se iban marcando los goles. Detrás del marcador estuvo siempre la figura del hombre del marcador, el encargado de tener disponibles los números del cero a nueve y el responsable de que los aficionados estuvieran perfectamente informados de cómo iba el partido. Sucedía a veces que el hombre se despistaba, que marcaba el equipo visitante y él, empujado por las ganas de que ganara el Almería, colocaba el uno en la casilla del local provocando la ovación del respetable.
Aquel marcador de posguerra dejó pasó a otro más moderno, con su pareja de tablillas con todos los números del cero al nueve y decorado con motivos futbolísticos, que se inauguró en septiembre de 1950, en un partido entre el Almería y el Iliturgi en el Estadio de la Falange. Aquel marcador, que fue donado por el empresario Antonio León Mena, propietario del bar Pasaje (hoy Parrilla), no tuvo una buena acogida entre la afición, que se quejaba de que no se distinguían bien los números en negro sobre un fondo azul.
Doce años después la afición pudo disfrutar de otro nuevo marcador, esta vez donado por la ‘Cerveza Azor’, que también funcionaba a mano, por lo que el encargado de manejarlo tenía que ir colocando las tablas con los números en los huecos cada vez que había un gol.
Lo que más le enfadaba al hombre del marcador era que los niños le escondieran algún número y lo que le quitaba el sueño es que en algún partido a un equipo se le ocurriera marcar más de nueve goles, posibilidad que no contempló el fabricante del marcador. Números había, pero lo que faltaba era el hueco necesario para que entraran los dos dígitos en una misma casilla.
Pasaron los años y el fútbol del estadio de la Falange siguió anclado en sus viejas costumbres, con sus gradas pasadas de moda, su palco de otro siglo, sus vetustos vestuarios y su marcador que se iba cayendo de viejo, a pesar del patrocinio de firmas importantes. Hubo que esperar a tener un nuevo escenario para cambiar la historia de los marcadores. En octubre de 1976, un mes después de que el Almería empezara a jugar partidos oficiales en el campo Franco Navarro, la Caja Rural quiso dejar su sello en el recinto y donó un marcador electrónico que fue recibido en las gradas como si se tratara de un gran acontecimiento.
Se inauguró oficialmente en un partido nocturno de la Copa del Rey, que el equipo almeriense disputó ante el Badajoz. El primero futbolista que anotó un gol para que lo registrara el electrónico fue el delantero centro Gregorio, con un remate de cabeza a centro de Rojas. El nuevo marcador electrónico tenía un problema: en los partidos con sol apenas se distinguía cuál era el resultado. Mirábamos hacia arriba, al umbral del fondo norte, y solo vislumbrábamos unas cuantas bombillas encendidas, pero hasta que se echaba la tarde y no caía la sombra, era casi imposible averiguar el resultado que reflejaba el marcador.
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