La epidemia ha azotado con fuerza a los negocios de la noche, sobre todo a los más frágiles, a los que vivían del tumulto y del trasiego continuo. Una de las zonas más afectadas de la ciudad ha sido el Lugarico y su entorno de la calle Real, donde hasta hace unos años la vida empezaba en la noche de los viernes, cuando un río de jóvenes tomaba sus calles y llenaba los bares y los pubes de la zona.
El escenario ha cambiado radicalmente. En la Plaza de Masnou apenas ha quedado un local abierto y donde antes asomaban carteles de ofertas que anunciaban el milagro de dos copas al precio de una, ahora reina el anuncio de ‘se alquila’ o ‘se traspasa’.
Este rincón que durante décadas ha sido el refugio de la marcha nocturna se ha quedado sin vida. El Covid ha obligado al cierre de sus negocios, que no se podían mantener abiertos con mascarillas y con distancias porque vivían de la multitud, del barullo, de las colas delante de la barra y del tumulto en la puerta para desgracia de los vecinos, que se habían resignado a tener que sufrir los fines se semana el ruido como si formara parte del paisaje.
El Covid ha convertido este rincón del casco histórico en una balsa de aceite, aunque hay quien se pregunta cuánto va a durar la tranquilidad, si no vendrán, cuando mejoren los tiempos y se aleje la enfermedad, nuevos negocios nocturnos para aguarles el descanso.
La pandemia no solo se ha llevado por delante a pubes juveniles, también ha desencadenado el cierre de uno de los bares de mayor solera de esta zona, como era el Lupión, que formaba parte de la vida de Almería desde la posguerra. Había conseguido sobrevivir a todas las crisis económicas en los últimos sesenta años, pero el Covid le ha cerrado las puertas.
La marcha juvenil formaba parte del entorno del Lugarico desde que en los años setenta se puso de moda el bar Pedra Forca, en cuyo local hoy aparece una asesoría. No era un bar más, era un templo para aquellos jóvenes de la Transición, convictos de adorar las jarras de cerveza y las patatas a la brava como si fueran dioses. Allí iban las pandillas a dilapidar el poco dinero que llevaban en los bolsillos. Era un lugar de cerveza y tapeo y también de reunión; quedar en el Pedra Forca era una moda, como antes lo habían sido las citas en el Parrilla Pasaje o en el bar Las Vegas.
En aquellos tiempos, años setenta y ochenta, el centro era el alma de la ciudad, donde estaban todos los cines, donde se acumulaban los mejores bares. Los paseos por el Parque ya se habían quedado viejos, y los primeros adolescentes de la democracia se sentían cómodos en ese ambiente colega que se creaba en torno a las jarras y a los litros de cerveza compartidos. Había poco dinero, pero suficiente para apurar los sábados y los domingos hasta las diez o las once de la noche, que era la hora límite, la frontera que pocas muchachas de entonces podían traspasar.
Los adolescentes se conformaban con meterse por la tarde en el Pedra Forca, o reunirse en el reservado del bar Trajano, y disfrutar de aquella atmósfera cómplice de cigarrillos rubios, ligue y cerveza. Los domingos por la tarde, el Pedra Forca se llenaba de soldados que bajaban de Viator disfrazados de paisano, dándole al Lugarico un aire cuartelero.
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