Qué bien le quedaba el traje y con qué elegancia llevaba el bastón de mando en las procesiones. Don Francisco era un dandi, siempre tan bien afeitado como si aún no le hubiera salido la barba, con el cabello corto como mandaban los cánones varoniles de la época y con esa forma suya de mirar a la cámara en el momento oportuno para salir victorioso en las fotos.
Francisco Gómez Angulo fue alcalde de Almería desde noviembre de 1968 a agosto de 1973, una legislatura, como diríamos ahora. No se puede decir que su paso por la política le diera la popularidad que tuvo, ya que antes de llegar a la alcaldía era uno de los personajes más conocidos de la ciudad. Pertenecía a una familia arraigada en la sociedad almeriense. Era nieto de don José Gómez Rosende, ilustre cirujano del Hospital Provincial y era hijo de don Manuel Gómez Campana, médico muy querido en Almería, tanto que la plaza que se alza enfrente del Hospital lleva hoy su nombre.
Paco, como le decían los amigos, había nacido en Almería el 14 de enero de 1922. Cursó sus estudios de Bachillerato en el Instituto y en el colegio de la Salle y se licenció en Derecho por la Universidad de Granada, en el año 1946. Llegó a ostentar el cargo de presidente de la asociación de la lucha contra el cáncer, fue directivo del apostolado seglar y por encima de todo, dirigió las riendas del club de fútbol representativo de la ciudad donde alcanzó altas cotas de popularidad.
Francisco Gómez Angulo fue el hombre que revolucionó el fútbol en Almería cuando todavía no se podía hablar de revoluciones. Llegó al Atlético Almería en el verano de 1957 con el objetivo de sacarlo de una vez por todas del pozo de la Tercera División y ponerlo en Segunda, donde según se decía entonces con reiteración, era “donde merecía estar una ciudad tan importante como Almería”.
Fue revolucionario porque dio una lección de realismo y nada más llegar a la presidencia dejó muy claro que para ascender se necesitaba dinero, alrededor de quinientas mil pesetas, que en aquella época era una cifra astronómica y que ese dinero tenía que salir del bolsillo de los aficionados y de las instituciones implicadas y no, como era costumbre entonces, de la generosidad de algún empresario dispuesto a perderlo todo por amor a unos colores.
Lo primero que hizo el señor Gómez Angulo fue reunirse con el alcalde Antonio Cuesta Moyano para pedirle los cuartos y después se dirigió a la redacción del periódico para decirle a los aficionados que tanto suplicaban por un ascenso, que esa temporada les iba a subir el abono. La medida no podía ser más revolucionaria en una ciudad tan acostumbrada a no pasar por taquilla. También fue revolucionario cuando el señor Román, el periodista deportivo de moda en aquel tiempo, le preguntó si iba a contar con los jugadores de la cantera, que tanto gustaban a nuestros seguidores. Gómez Angulo fue tajante al afirmar que lo había intentado, pero que esos futbolistas de la tierra que podían interesar al equipo se habían subido a la parra con peticiones económicas inconmensurables.
Nunca se habló tanto de fútbol en Almería como en aquel periodo en el que Gómez Angulo estuvo al frente del club, en el que consiguió, por primera vez en nuestra historia, el ascenso a Segunda División. El éxito se basó, en gran medida, en aquellas intensas e inolvidables campañas de recaudación de donativos que el presidente emprendió por la prensa local y por la radio para conseguir dinero.
Esa porción de fama que se ganó en el fútbol le sirvió para que su nombramiento como alcalde, en 1968, tuviera una favorable acogida en la ciudad. Llegó en un momento de cambios en los que la ciudad se había echado a perder urbanísticamente y trataba de hacerse moderna a base de levantar grandes edificios y de abrazarse a ese milagro del turismo y de los rodajes de películas que nos iban a sacar a todos de la pobreza. La Almería que se encontró Gómez Angulo era la que todavía estaba inmersa en las obras de alcantarillado y la que aspiraba a embovedar la Rambla de Belén para que la ciudad siguiera creciendo.
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