Muchas personas conocedoras del asesinato de Manuel Martín Sierra, párroco de Motril en 1936, asesinado en el mismo atrio de la iglesia, han echado en falta que su nombre no aparezca entre los dieciséis mártires de la archidiócesis de Granada en la guerra civil beatificados el pasado sábado en su Catedral durante una solemne función litúrgica presidida por el cardenal Marcelo Semeraro, enviado del Papa para la ocasión. Mas no se trata de ningún olvido, porque Manuel Martín Sierra es beato desde que en marzo 1999 fuese beatificado en el Vaticano por el Papa Juan Pablo II, junto con siete hermanos Agustinos Recoletos, igualmente martirizados por elementos de la II República.
La vida del Padre Manuel Martín es todo un ejemplo de camino de perfección hacia la santidad. Nacido en 1892 en Churriana de la Vega, desde muy joven mostró sus inclinaciones religiosas y en plena juventud ingresa en el seminario granadino de San Cecilio para cursar los estudios eclesiásticos. Con 23 años sería ordenado sacerdote. El levantamiento militar de 1936 le coge como titular de la parroquia de la Divina Pastora de Motril donde el 26 de julio es martirizado para que renegase de su Fe. Muere ese mismo día y años después sus restos mortales serían trasladados a la Iglesia Parroquial de Churriana donde reposan desde entonces en medio de la veneración y el respeto de todos los feligreses y devotos. La Congregación para la Causa de los Santos instruyó durante décadas el expediente para su beatificación que finalmente concluyó en el solemne pontifical presidido por Juan Pablo II el 7 de marzo de 1999 en la Plaza de San Pedro abarrotada de peregrinos españoles, la mayoría de ellos procedentes de Granada.
Pero un detalle importante estaría a punto de eclipsar la beatificación de Manuel Martín, y no era otra cosa que la inexistencia de ningún retrato del antiguo párroco de Motril, necesario para la gigantografía que se eleva sobre el pórtico de la basílica en el momento en el que el Papa pide que su nombre sea inscrito en el libro de la Santa Iglesia Católica. El postulador de la causa del Padre Martín Sierra apremia a la familia para que aporten un retrato con el que el pintor encargado pueda hacer su trabajo. Mas pasan los días, la fecha de la ceremonia se acerca y nadie encuentra ninguna foto del futuro beato, cuyos documentos y efectos personales habían sido pasto de las llamas en el incendio provocado de la parroquia de la Divina Pastora de Motril en julio de 1936.
Ante la evidencia de que no había ningún testimonio gráfico ni cosa parecida, alguien de la familia da con la solución y escribe al postulador, apremiado por el tiempo: “Como no se conserva retrato alguno de nuestro hermano le sugerimos se tome como modelo a mi sobrino Manuel Moreno Martín cuyo parecido es asombroso”. Fue así como se envió al taller donde se realizaban las gigantografías el retrato del sobrino del mártir, que no es otro que el marido de mi hermana Amalia Giménez Alemán, gran médico analista, buena es poco, excelente persona, cuñado, por tanto, de quien esto escribe. Y con expectación creciente contemplamos atónitos y emocionados aquel día de la beatificación en Roma como nuestro querido y tan familiar Manolo ascendía al pórtico de la fama y de la santidad celestial en la pintura que se reproduce en esta misma página y de la que se hicieron millares de estampas como recordatorios de aquella inolvidable ceremonia a la que el Reino de España envió una nutrida representación presidida por el entonces ministro de Trabajo, Manuel Pimentel Siles. En la recepción posterior que el embajador ante la Santa Sede ofreció a los familiares de los nuevos beatos, los invitados se hacían lenguas acerca del parecido de uno de los asistentes al acto con el recién proclamado beato de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Desde entonces el beato Manuel Martín Sierra tiene consagrado un altar con su vera imagen en la iglesia parroquial de Churriana, donde ha crecido la devoción por tan esclarecido apóstol y mártir nacido en este bello pueblo de la vega granadina.
Y muchos de la familia, conocedores de la anécdota que dio lugar a que fuera posible aquel venerado retrato, durante años, antes de que el olvido habitase en su memoria, le hemos venido gastando entrañables y cariñosas bromas, tal que así, a quien fue modelo de nuevo beato: “¡Querido Manolo, ruega por nosotros!”.
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