No estaban ayer las Hijas de Juan Morato ni Pepe el Sevillano, tampoco se veía a Francisco Tijeras con los pargos saltándole en el expositor como de costumbre; tampoco estaban en la pescadería del Pirri quitándole espinas a las gallinetas ni en la de Juanfra Miras había besugos mirando con ojos de besugo desde el mostrador. El Mercado Central daba pena, sin pescado ni marisco, sin clientes ni vendedores, sin el bullicio habitual de las mañanas que uno advierte cuando va bajando la escalera mecánica.
Solo estaba Francisco Fernández con los brazos cruzados, como el único superviviente de ese mausoleo de acero inoxidable en el que se ha convertido estos días de paro de la flota la pescadería de la Plaza. Allí estaba Francisco, el nieto de Antonio ‘El niño de la Pescadería’, más solo que la una. “He venido solo para vender unos remates de jureles y calamares, pero ya me voy”, decía al filo del mediodía.
Solo abrieron él y los Hermanos Guerra, el resto de puestos -más de una veintena- cerrados a cal y canto, silenciosos, contrastando con el vocerío que llegaba de los puestos de frutas y carne de la planta de arriba.
“No estamos acostumbrados a este cierre, pero comprendo a los pescadores, yo llevo 40 años en esta pescadería y solo recuerdo algo parecido en los años 70 cuando la huelga por los caladeros de Marruecos”, rememora Francisco. En esas llegaba un grupo de jubilados de Bilbao, de visita por la ciudad, “¿Y el pescado, ostia, dónde esta el pescado de Almería”, exclamaban con acento de El Bocho.
Allí estaban las básculas entre tinieblas y las cajas del género vacías oliendo a Mistol, allí estaban esos pasillos sin gente, sin el color rojo del marisco, sin la gracia diaria de las vendedoras. No habrá cuajaderas de pota por ahora en las casas de Almería, ni arroz con pulpo de La Chanca, al igual que en la subasta del Puerto no hay arrieros ni cajas de caballa esperando la furgoneta. En Almería solo se puede comer estos días fletán congelado de Terranova o de Guinea. Cómo se las apañará el bueno de Joaquín, en la calle Real, sin su cigala gloriosa y su quisquilla de hueva azul, cómo se las compondrá el cocinero de la residencia de mayores de El Zapillo tan acostumbrado a dar a los viejitos sin dentadura su menú diario de pescadilla. Una ciudad marinera sin su pescado babeando en la lonja, saltando en las pescaderías, dorándose en la plancha de los bares, siempre es un poco más triste.
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