Si hubo una época ilusionante para buena parte de los almerienses -como para el resto de españoles- fue el inicio de la II República; si hubo un tiempo ligado a sueños y aspiraciones, a nobles ideales, debió ser en ese interregno que terminó derivando en una guerra malvada; si hubo un periodo en el que se creyó que la primavera podía ser eterna, que el mundo se podía cambiar de verdad, fue en esos primeros años 30, que amanecieron como las aguas tersas de un lago y que acabaron en una tempestad de muerte y horror. Y si alguien representó esos anhelos inocentes e ilusos de querer cambiarlo todo, de hacer de Almería una Arcadia feliz de Rousseau, fueron los estudiantes, la sangre joven almeriense que no paró con esos nuevos vientos de cambio de proponer acciones para conseguir una Almería más justa, más igualitaria, más fratenal, a pesar de la devastadora crisis económica y social de esos años, de las reticencias de las clases dirigentes, del inmovilismo rentista de décadas enteras.
Si uno analiza la prensa de la época, los artículos, las alocuciones, los tics asamblearios -para cambiar la pizarra de un colegio se hacía una reunión y se nombraba una comisión gestora- uno cae en la cuenta de que lucharon como jabatos por una Almería mejor -al menos lo que ellos consideraban mejor- aunque no consiguieran demasiado.
Hubo un fenómeno en el país que cuajó también en Almería a finales de la Dictadura de Primo de Rivera, cuando más desgastado estaba el Directorio. Fue la creación de la Federación Universitaria Escolar (FUE), una organización estudiantil fundada en la Universidad Central de Madrid como contrapunto a la hegemónica Asociación de Estudiantes Católicos. Aparte de promover huelgas y algún que otro acto de sabotaje, entre sus valores estaba ya el feminismo, un incipiente ecologismo y el republicanismo sentimental de pasado salmeroniano. De hecho, fue una de las primeras organizaciones sociales en darle voz y voto a la mujer en la provincia.
En Almería tuvo un protagonismo activo durante esos años -a pesar de no contar con Universidad- a través de los alumnos del Instituto de Bachillerato. Tuvieron su primera sede provisional en la calle General Sotomayor como Federación de Estudiantes de Bachillerato adscrita a la FUE y una de sus primeras acciones fue la de enviar una carta en 1930 al ministro de Instrucción Pública solicitándole el cambio de nombre del Instituto por el de Liceo Nicolás Salmerón. Al tiempo se unió también a la FUE almeriense la Asociación Profesional de Alumnos Normalistas (de Magisterio) y e iniciaron acciones para contar con la Casa del Estudiante, en donde unir esfuerzos.
Esa sede se transformó en un pequeño ateneo en donde se organizaban actuaciones de orquestinas y ciclos de conferencias. En uno de ellos, celebrado en 1932, participaron Ruiz Valverde, Melero y la señorita Vázquez y Alicia Ferrer, disertando sobre los beneficios de la educación física para el cuerpo y el espíritu.
Era una Almería en la que había una fiebre por hacer organizaciones de todo tipo, asociaciones de todo pelaje, desde la Corporación de Obreros de la Aguja, hasta la de Amarradores del Muelle, hasta la de Maquilladoras de Peluquería. La vida sindical, las reuniones, las asambleas eran innumerables y todas tenían día y hora plasmada en los periódicos para iniciar el cambio social en la ciudad.
En una de las primeras juntas generales de la FUE de Almería se nombró la Junta Directiva que quedó representada por Francisco Iribarne (presidente), Rufino Bernabeu (vicepresidente), Juan López (secretario), Juan Abad (tesorero), Ignacio Puertas (bibliotecario) y vocales Chicano, Blasco, Pérez e Higueras.
Entre sus iniciativas, promovieron los viajes de alumnos de unas ciudades a otras. De esa manera llegaron a visitar Almería estudiantes de institutos como el de Guadix que subieron a la Alcazaba, se embarcaron en una travesía por el Puerto y visitaron la Escuela de Artes y Oficios que dirigía el señor Payán. La labor en la que más colaboraron estos estudiantes de credo republicano fue, sin duda, la de la creación de cantinas escolares por los colegios de la provincia.
Se dejaron el alma a través de distintas acciones encaminadas a recaudar dinero para que no hubiera niños que fueran a aprender aritmética sin desayunar. Montaron partidos de fútbol, proyecciones de cinematógrafo en el que la recaudación de la taquilla iba íntegra para Asistencia Social, que contaba con un comedor para niños pobres en la calle Magistral Domínguez, dispensario antitracomatoso, ropero infantil y máquinas de coser para enseñar a muchachas en la Rambla Alfareros.
Los estudiantes almerienses del Instituto se volcaron sobre todo en organizar un grupo teatral con el que hacían funciones en el Teatro Cervantes a beneficio de las cantinas y de extirpar la lacra de escolares que acudían a dar clase famélicos, con el estómago vacío. En ese cuadro de actores no profesionales figuraron las señoritas Ferrer, Parra y Peña, entre otras, y los estudiantes Peral, Murillo, Andújar y Utrera, que interpretaban obras de Calderón o juguetes cómicos de Muñoz Seca. En lo entreactos actuaba la orquesta dirigida por Sánchez Asensio y cantaban Rubio y Luis Jesús García y bailaba el charlestón con donaire José Muñoz. Actuaba también el popular cómico de la época, ‘Cara de Uralita’. Con las recaudaciones obtenidas por este grupo se consiguieron varias cantinas con lactancia incluida como la de Mariana Pineda en la Almedina y otras en barrios como La Cañada. También donaron 600 pesetas para comprar zapatos a niños pobres. Otra estudiante destacada en esas donaciones fue Salvadora Devesa.
Gracias a los nobles alumnos del Instituto, entre los que también destacó Guillermo Gómiz, hijo del sastre de la calle Las Tiendas, se organizaron colonias escolares en el campo, reparto de naranjas en Nochebuena para niños y clases de la denominada Universidad Popular para obreros analfabetos. El eminente profesor Blecua, desde el Instituto de Cuevas, colaboró también con la FUE almeriense, ese sarpullido juvenil con el que, como tantas cosas más, acabó una guerra cainita.
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