Ha pasado un siglo y siguen en la calle esos vendedores de cupones que son como un martillo pilón, como parte del mobiliario de la ciudad; han cambiado los tiempos y las fórmulas de venta: ya no se vocean tanto como antes la muerte o el ratón o las viudas o el galán, ya no hay un lazarillo acompañando al ciego con la tira de iguales en la solapa como lira, prendida con un alfiler.
Ahora los vendedores tienen su propio kiosquillo y su máquina electrónica para atender el pago con tarjeta. Pero siguen rondando la ciudad, por la mañana o a la caída de la tarde, en la calle Las Tiendas o revoloteando por los puestos de frutas del Mercado. Hay un pasaje de Goytisolo en el que en su caminar por el centro de la Almería sesentona inmortaliza esa vocinglera corte almeriense de los milagros en la circunvalación del Mercado, ese paseillo dedicado a Ulpiano Díaz donde hoy se consumen copas de diseño y antes se apiñaban vendedores de cañadú, de higos chumbos, de gorras y sombreros y también esos vendedores de ilusión con los ojos devorados por el tracoma, con párpados diminutos como cicatrices y salmodiando su letanía de motes al cupón.
Almería fue en 1932 una de la ciudades españolas pioneras en la venta de la lotería de los ciegos, tras las iniciales experiencias en Alicante, Cartagena y Murcia. Madrid empezó a vender los célebres iguales para hoy -el nombre viene porque se repiten en serie números iguales- en 1933, tras haberse asentado ya su actividad en la ciudad del Cañillo.
El comienzo
La primera referencia histórica es de 1927, cuando un grupo de invidentes y el director de la Tienda Asilo de Pobres piden al alcalde, Francisco Rovira, que se autorice la rifa denominada de Los Iguales, pequeña y fecunda, como auxilio para la clase menesterosa. Ese mismo año se consiguió establecer unos días gestionada por las Hermanas del Asilo de Ancianos. Eran pliegos de diez números iguales y nacieron con la noble vocación de acabar con la mendicidad y el creciente número de pedigüeños que rondaban los soportales de las iglesias y los veladores de los cafés. Eran tiempos en los que se estaba ventilando una crisis económica que estalló con la República y en los que llegaban a la ciudad a diario un ejército de jornaleros en paro solicitando ayuda, además de tullidos e impedidos que no podían valerse por sí mismos.
Uno de los promotores de la rifa en Almería fue el comerciante de sombreros y concejal José Sánchez Ulibarri que viajó a Madrid a entrevistarse con el ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, y pedir autorización para el sorteo en Almería. Funcionó unos días solo, pero se suspendió porque aún no había una normativa y ante las denuncias formuladas por los dueños de las administraciones de lotería.
En esa época, según el archivo de la ONCE, había en Almería 1.075 ciegos censados, un número muy por encima de la media nacional (en Sevilla, con el triple de habitantes, había 864 invidentes).
La razón pudiera estar en esa enfermedad endémica del tracoma que afectaba a los ojos y el polvillo que desprendía la manufactura del esparto en los almacenes. En 1931, el gobernador Cuenca Tubau consigue, por fin, la autorización para la rifa y en unos meses se constituye la Asociación Almeriense de la Caridad bajo la presidencia de Francisco de Burgos Seguí, hermano de Colombine, que fue el organismo que empezó a gestionar los sorteos a las seis de la tarde en un local contiguo al Café Colón, en la recién bautizada Avenida de la República. Los premios se hacían efectivos al día siguiente en una oficina de la Plaza del Carmen.
El sorteo constaba de 60 series de 200 números cada uno a diez céntimos por número. Los vendedores se quedaban con el 20% y la Asociación se quedaba con 360 pesetas. Con ese dinero se atendían principalmente las comida del asilo y de los niños abandonados. En el primer sorteo del 1 de febrero de 1932 resultó agraciado el ingeniero del Puerto Eusebio Elorrieta que lo donó a beneficio de los pobres. La Asociación Almeriense de Asistencia Social tomó el relevo de la de Caridad y fue nombrado presidente el propio Elorrieta.
Sin cantar los números
Durante un tiempo se impidió vocear los números a los ciegos, que iban siempre con un lazarillo, y se obligó a que fueran debidamente aseados. Para el buen funcionamiento de la venta callejera, se creó en Almería una Escuela de Lazarillos para los niños pobres que acompañaban a los vendedores del cupón. Asistencia Social, que tenía su principal apoyo en la rifa de los iguales, fue unas de las obras pías más conmovedoras que brotaron en la Almería republicana, en unos años de hambrunas y falta de trabajo por el cierre de las minas y la escasez de fletes uveros.
Se consiguió una nómina de 200 vendedores, en una ocupación que les permitía ganar un modesto jornal de dos pesetas diarias, solucionando parcialmente el problema de la mendicidad en las calles. Asistencia Social estableció también una Tienda Asilo, un Comedor para niños y adultos en la calle Magistral Domínguez, una Escuela para niños dándole desayuno en la Cantina y organizando colonias escolares. Se crearon también talleres de costura para niñas con máquinas de coser en la Rambla Alfareros y una Clínica de Maternidad en la calle Santos Zárate, donde hoy se levanta la Biblioteca José María Artero.
Tras la Guerra, tomó el relevo de los Iguales la nueva Organización Nacional de Ciegos, aunque durante un tiempo convivieron las dos rifas. El acto fundacional tuvo lugar en
junio de 1939 en el Teatro Cervantes, donde se organizó la delegación provincial, con la asistencia del delegado nacional, Javier Gutiérrez de Tovar, nombrado delegado en Almería al ciego José del Castillo.
Bajo la patrona Santa Lucía, se inauguró la sede de los ciegos almerienses en un edificio de la Plaza Marín donde se realizaban a diario los sorteos. Después la sede pasó a estar en la Rambla Obispo Orberá, junto al Teatro Apolo. Y por último, se desplazó en 1984 a su lugar actual, en la calle Reyes Católicos. La gestión pudo ser desarrollada por los propios ciegos a partir de 1982, tras un tiempo perteneciendo al Estado a través de Auxilio Social, y el sorteo diario, ‘la ilusión de todos los días’, pasó a ser único para toda España.
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