Los muchos sevillanos y asimilados que llamábamos fray Carlos al cardenal Amigo Vallejo estamos profundamente apenados por la desaparición de quien durante veintisiete años rigió los destinos de la archidiócesis con pulso firme y mano siempre tendida a los demás, de suerte que supo navegar sin grandes problemas por el proceloso mar de las cofradías cuyas normas renovó profundamente dando cabida a las mujeres en las filas de penitentes y nazarenos. Acaso había escuchado el consejo que los viejos del lugar nos daban a los recién llegados a la ciudad: “Ni fías ni porfías ni asuntos de cofradías”.
Fray Carlos ha muerto a los 87 años de edad después de una vida consagrada a la Iglesia que lo condujo a las máximas responsabilidades, entre otras la de ser por dos veces cardenal elector del Pontífice en la Capilla Sixtina: las de los Papas Benedicto XVI y Francisco. Después de tratarlo y conocerlo durante tantos años soy de la opinión de que monseñor Amigo estaba más cerca de la línea evangélica seguida por el actual Santo Padre que incluso de la de su promotor a la sede de San Isidoro, Juan Pablo II. Baste con recordar los episodios del cura jornalero Diamantino, párroco de Los Corrales, para comprobar con cuanta mano izquierda sabía lidiar los problemas este franciscano elevado al cardenalato no a gusto de todos. El buen pastor que había sido para la capital hispalense Bueno Monreal dejó bastantes problemas sin resolver y sería Amigo Vallejo, recién llegado del obispado de Tánger quien acometería profundas reformas en la Iglesia de Sevilla no siempre bien vistas por una parte de la sociedad más recalcitrante, incluso de un sector del cabildo catedral.
Con los canónigos precisamente libró una batalla no menor cuando abordó encontrar una solución para el seminario que desde los primeros años del siglo XX tenía su sede en el Palacio de San Telmo, la impresionante casa solariega de los Duques de Montpensier donada por la Infanta María Luisa al arzobispado de Sevilla para la formación de los futuros sacerdotes. El edificio, que pude visitar acompañando al presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, y al propio monseñor Amigo, estaba en tan lamentable estado de conversación que no reunía en aquel 1989 las mínimas garantías de higiene y tampoco de seguridad en alguna de sus alas. Salí del edificio convencido de que el seminario no podía continuar estando allí ni la Iglesia hispalense podría reunir recursos suficientes para devolverle al palacio su antiguo esplendor.
Pero no solo se enfrentaba fray Carlos a una parte del cabildo y a otra parte no menos importante de la intransigencia de la feligresía, sino que había que solventar otro problema, esta vez jurídico, porque la Infanta Luisa había dispuesto en su testamento que San Telmo sería dedicado a seminario diocesano. La buena disposición de Gerarda de Orleans y Borbón, una de las últimas descendientes de los Montpensier, hizo posible que la habilidad notarial sortease tal inconveniente y que el palacio fuese finalmente adquirido por la Junta de Andalucía que a sus expensas construyó un kilómetro más abajo un nuevo, moderno y utilitario edifico para los aspirantes al sacerdocio. Fue ésta una gran operación gobernada por un humilde fraile franciscano y un inteligente presidente de Andalucía que lograron salvar de las ruinas el bellísimo palacio, antigua Universidad de Mareantes, en la que queda hoy como señal de su memoria histórica el recinto de la antigua capilla de Nuestra Señora del Buen Aire.
La gestión de monseñor Amigo para resucitar el patrimonio de la Iglesia fue muy notable. Cientos de lugares de culto en toda la provincia fueron recuperando su identidad, mientras acometía como se dice más arriba reformas profundas en la curia y en el muy importante mundo de las cofradías, acantonadas en normas nunca escritas que oponían su criterio al del arzobispo. Poco a poco, la labor de zapa de don Carlos fue reconduciendo criterios y costumbres viciadas a la obediencia debida a la Mitra, así como a la obligación de aportar recursos al común diocesano y dedicar una parte de sus diezmos a obras sociales en favor de los más necesitados. Hoy, esas instituciones de las cofradías impulsadas por monseñor Amigo son todo un ejemplo copiado y seguido en muchas sedes andaluzas, entre otras la de Almería.
Al acudir esta mañana a la capilla ardiente del palacio arzobispal donde se velan los restos mortales de este santo sacerdote, he echado en falta la compañía de un almeriense, el eminente doctor Juan Manuel Herrerías, uno de los grandes amigos del cardenal, fallecido el último día del año 2017, y a cuya misa funeral vino a Sevilla el cardenal Amigo Vallejo.
Las campanas de la Giralda llevan días tocando a muerto. Y su repique nos trae a la memoria tantas ceremonias oficiadas por fray Carlos, entre ellas, acaso la más publicitada, la boda de la Infanta Elena con Jaime de Marichalar. Imposible olvidar aquella estampa de monseñor Amigo Vallejo recibiendo en la Puerta del Príncipe de la catedral a la novia del brazo de su padre y padrino S. M. el Rey de España Don Juan Carlos I (q. D. g.), para acompañarlos hasta el altar mayor, el más grande de la cristiandad, a los acordes de la Marcha Real. Dios conceda el descanso eterno al gran arzobispo que tuvo como lema de su pontificado Gratia et pax.
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