Ha fallecido con 97 años José de Juan Oña, uno de los almerienses que más estudió la historia de la electricidad en Almería. Su idea era haberse convertido en un buen sastre como su padre, pero la Guerra le truncó los planes y cuando terminó el bachillerato en La Salle con don Joaquín Santisteban, el Hermano Amalio y el Hermano Máximo, le dieron una beca y decidió irse a estudiar perito industrial a Linares con su amigo Antonio Moreno Molina.
Dejó atrás, entonces, la Plaza de San Pedro donde abría sus ventanas una de las sastrerías a medida más emblemáticas de Almería. La regentaba su padre, el maestro José de Juan Giménez, que tenía el buen ojo de los finos estilistas de la época: con solo mirar el talle ya tenía en la cabeza la cantidad de tela a emplear en un traje. En ese céntrico taller almeriense laboraban, junto al propietario, doce oficiales y aprendices, metro en mano y mandil en las piernas con el jaboncillo azul haciendo las señales pertinentes en el género. La luz entraba a raudales por la cristalera hasta la sala de costura donde, sentados en el banco, trabajaban con aplicación Sebastián Serrano, Lola Sánchez, Pepita y Ana Pomares, de la Plaza Pavía, entre otros empleados.
Si había mucha faena, se quedaban a comer huevos con patatas en la cocina de la vivienda contigua gobernada por la matriarca, María Oña. Por allí andaba también, con pantalones cortos, José, el niño mayor de la familia. Había nacido en 1925, con Primo de Rivera patroneando el país, y aprendía día a día el oficio. En esa época, la uva daba buenos rentos y la sastrería de José de Juan tenía una selecta clientela compuesta por empresarios agrícolas y por comerciantes de nuevo cuño. Emilio Pérez Manzuco, quien después fue alcalde, era uno de sus habituales clientes.
Los almerienses entonces tenían otra liturgia a la hora de vestir: la democracia no había llegado aún a las vestimentas y cualquier señor de posición debía gastar traje, corbata, sombrero y levita en invierno. Había una aseada competencia en el gremio de las sastrerías almerienses, donde destacaban también otros diestros profesionales como los Hermanos Herrada, Camilo Cabezas y Ángel Garrido, todos con taller en el centro de la ciudad. La sastrería era un negocio boyante porque apenas existía la confección.
El sueño del joven De Juan era entonces hacerse un buen sastre como su padre. Para ello, además de afanarse con la aguja y el dedal y con la Singer, recibió clases de corte en la academia Rocosa de Barcelona. Su idea era también abrir un gran almacén, a la manera que hizo después Marín Rosa, con la ropa que se alistaba en el taller familiar.
Pero su destino estaba es la industria. Tras años de echar codos en ese pueblo grande de antiguos mineros que era Linares, regresó a Almería y se colocó en Enesa en 1951, la heredera de la compañía eléctrica El Chorro. Vivió el joven perito la consolidación del servicio de suministro eléctrico en Almería a través del Instituto Nacional de Industria presidido por Suanzes. Almería padecía cortes continuos de fluido, pendiente siempre de los saltos de Granada.
Tras un periodo de cinco años en Melilla montando un grupo de producción, volvió De Juan a Almería coincidiendo con el inicio de las obras de la nueva Térmica que se inauguró en 1958. Tuvo que trabajar para cinco empresas públicas que cambiaban de nombre: desde Enesa, a Auxini, Cete y Endesa. Hasta que se jubiló en 1990, tras 40 años de servicio en el sector eléctrico, cuando su sueño infantil había sido, como el de todos los niños del mundo: imitar al padre.
José de Juan fue también un estudioso de la historia de la Virgen del Mar, escribiendo varias obras sobre su llegada a Torregarcía y su devenir a lo largo de los siglos como patrona de Almería.
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