La Habana está en Almería

La vida de la ciudad ha ido cambiando a través de ese rincón de culto de iroko y cristal

Angel Santisteban junto a la fachada de ese galeón colonial que es la Habana Playa, un lugar de culto durante años en El Zapillo.
Angel Santisteban junto a la fachada de ese galeón colonial que es la Habana Playa, un lugar de culto durante años en El Zapillo.
Manuel León
23:05 • 21 may. 2022

La condesa de Torremarín, la entrañable Teresita Gorordo, se fue al otro mundo merendando cada tarde allí su leche merengada. A eso nunca renunciaba; como tampoco lo hizo durante medio siglo, día tras día, la pareja de jubilados Ramón Montes y Angeles Medina, que se enamoraron mirándose a los ojos mientras sorbían al alimón un vaso de horchata en ese lugar muchas décadas antes, cuando la Avenida Cabo de Gata se llamaba Vivar Téllez, cuando algunas mañanas John Lennon, que pernoctaba encima del Delfín Verde, llegaba allí y se pedía para desayunar un zumo de melocotón y un cuenco de fresas. 



La cafetería Habana es la Habana de ayer, la Habana de siempre, como fielato entre El Zapillo y Ciudad Jardín, la que está ahí viendo la vida pasar, viendo cómo clientes que empezaron a tomar café  recién molido con veinte años y tupé con brillantina han ido envejeciendo, llenándose, como ramas de un mismo tronco, de hijos y de nietos que acuden con el abuelo a tomarse un helado artesano en la robusta terraza de cristal.



Toda la leyenda de ese rincón mágico para tanto almeriense, que comparte la liturgia de ir a desayunar o a merendar a diario a ese edificio colonial tiznado de verde pálido, principió en la Plaza Pavía. Allí, en una casa con ventanas de buche de paloma, molía chufa una mujer, Antonia Campos, para venderla en el kiosco que su marido, Antonio Santisteban, acababa de abrir en Villagarcía, entonces en los confines del mundo conocido almeriense.



Antonio había sido un antiguo empleado del tostadero de Cafés Faro, que regentaba Antonio Fernández Caparrós en la calle Santísima Trinidad. Tras fracasar con unas carnicerías en la calle Galileo, porque la libreta del fiado no daba más de sí, decidió probar fortuna con una barraquilla para vender limón granizado, café y horchata en esa zona de expansión de la ciudad. 



Tan solo era eso: un cañizo con cinco mesitas de madera y una barra, donde  los almerienses que vivían por allí acudían a disfrutar de una bebida. El hijo, Angel, ya empezaba a ayudar yendo, entre clase y clase a por hielo a la pescadería que después picaba en la casa de la Almería antigua en un cajón con un mazo de madera para hacer el granizado. Esa plaza castiza de Almería bullía entonces con los puestos del mercado, con la barbería del Tito Pedro, las panaderías de Antonio Herrera y de Cuadrado, el bar Casa Juan y las correrías del Jarropo con las camisetas y los balones de ese equipo de fútbol que es inmortal y cuyo nombre tomaba del mismo barrio. La barraquilla de Antonio en Villagarcía empezó a coger nombradía por el buen café que servía desde que abrió en 1955, porque era café puro, nunca se mezclaba con achicoria como era habitual en esos tiempos de carestía. Era Antonio un gran tostador de café y la clientela iba en aumento. En los días de partido en el Estadio de la Falange, los jugadores rojiblancos no saltaban a la tierra del Estadio si no se habían tomado antes un termo de café de la barranquilla de Santisteban. Hay una leyenda que cuenta que al equipo rival de turno le daban también café de termo en el vestuario preparado en la Barraquilla pero con sal en vez de azúcar, a ver si cogían descomposición.








Por eso, cuando la familia se hizo con unos ahorros compró un solar enfrente, la actual Habana Playa, que fue inaugurada como continuación de la vieja barraquilla, en 1964. Era un negocio familiar en el que trabajaban Antonio, Antonia y los hijos Angel y José Miguel que abandonó los estudios en el Seminario. Encima de la nueva cafetería construyeron también una vivienda y la familia dejó para siempre su Plaza de Pavía para adaptarse a los nuevos tiempos en ese barrio que no paraba de crecer junto a la playa.


La Habana estuvo a punto de llamarse cafetería Pay-Pay, porque así se lo sugirió al patriarca el músico Sánchez de la Higuera. Pero ocurrió que en esos días próximos a la apertura, apareció por allí un pariente de la familia casado con una cubana habanera y en honor a ella el cura don Marino la bautizó con el nombre de Cafetería Habana. 


De la horchata inicial se pasó entonces a los helados artesanales y se habilitó un obrador encima del establecimiento que aún continua, aprendiendo mediante el método de prueba y error.


Al poco tiempo el negocio se amplió con otro local en el Paseo, esquina Navarro Rodrigo, que duró varios años con una terraza también de referencia para los cafeteros de la ciudad. Después, el negocio familiar primitivo se disolvió: José Miguel fundó Electro Altamira, el padre abrió la Cafetería Colombia en 1982 en la Rambla aún por urbanizar y Angel, el eterno Angel, se quedó con el Habana Playa de siempre y abrió en 1981 el Habana Cristal, en un nuevo barrio que estaba en desarrollo junto a la calle Altamira, donde entonces solo había una cochera de autobuses. Hoy el Cristal le factura ya el doble que el Playa y no le preocupa que su clientela mayoritaria sean jubilados para los que el tiempo se para cuando tardan dos horas en tomarse un café con churros.


Angel, que empezó ensayando con una máquina de hacer cucuruchos, ha sido durante décadas un innovador en la hostelería almeriense, importando de Granada la costumbre de las tostadas en pan de viena, licenciándose con los glaseados, doctorándose en el café irlandés.  Las cafeterías eran entonces ‘el lujo de los pobres’ y nadie renunciaba en el Zapillo a una tarde de domingo en el Habana.


En el año 2000, Santisteban restauró la vieja Habana de sus padres como aquel pueblo siciliano reinauguró el cine Paradiso. Las filigranas que se ven aún en las lámparas, en la imponente cúpula de la entrada y en los cristales emplomados son obra de Juan Hernández Barrios, un aventurero que combatió en la guerrilla cubana del Che Guevara y que acabó como mago del vidrio en Tiffanys. Los afeites de la madera fueron tallados con madera maciza por Jesús Salas, maestro carpintero de Benahadux. Y en el obrador, para dar gloria a la casa entre el perfume del azúcar quemado, la nata y la harina, se colocó el maestro Pedro Torres.


Cientos de camareros se han formado en esos dos locales coquetos, protegidos con cristal y madera de iroko, como la del Cable Inglés, en donde generaciones de clientes han ido viendo la vida pasar de Almería.  Empleados como los hermanos Soler, Ramón Sánchez (número uno), Garcia Escudero, Antonio Barón, Indalecio, Tenorio, Manuel Lorenzo, Jesús del Aguila, Manuel Cerezuela y muchos otros. Angel abrió también un Habana Aeropuerto y se metió a concejal por la UCD.


Y hoy sigue ahí, al frente de la nave, pero sin olvidar nunca lo que fue (lo que sigue siendo en el fondo de su alma de hostelero con arrugas): aquel niño largirucho de la Plaza Pavía que iba a por hielo para su padre para llenar aquellas gloriosas garrafas de corcho con limón y horchata recién hecha por las manos sabias de su madre. 



Temas relacionados

para ti

en destaque