Hay una frutería en la calle Braulio Moreno, la de Carlos, que por mucho que se empeñe en poner carteles de una bolsa de cinco kilos de patatas a 2,75 euros, no tiene quien las compre; hay un bar, el Tropezón, que por mucha pizarra de tapas selectas que ofrezca a pie de calle, si no hay transeúntes, no hay negocio. Sin gente que vaya y que venga, sin tránsito vecinal, sin bullicio que entre y que salga por ese tubo que desde el Hospital desemboca en la calle Real, nadie puede hacer caja, ni aunque abriera allí un Leroy Merlín.
La calle Braulio Moreno, antigua calle del Emir, con su placeta proletaria de Salvador Torres, se ha convertido desde hace casi un año en un cepo para ratones. Por allí no hay quien pase, con un león de piedra pintado en la pared antesala del fondo de saco con el que uno se tropieza cuando quiere salir. No hay mejor nombre para el bar de al lado. Desde hace muchos meses, por tanto, con el arco más cerrado que el Convento de las Claras, la alternativa para vecinos y forasteros despistados es enfilar por la calle Solís, dejando atrás la casa donde dicen que vivió Espronceda, aunque nunca lo hiciera, o por la calle Violeta, continuando la calle Martínez de la Vega, dejando atrás, en un lateral el taller de Paco el ebanista. No hay más.
Desde que la máquina excavadora tiró abajo los antiguos seguros de Gregorio López Quesada, los vecinos se las prometieron muy felices, creyendo que de forma ecuánime se iba a adecentar la vieja manzana lindante con la antigua cárcel. Pero por ahora no se intuye el final del túnel para esta obra que se eterniza -como casi todo en esta ciudad cuando se trata de cemento y ladrillo- y que tiene en un brete a los ciudadanos, que se han quejado en numerosas ocasiones a la Asociación del Casco Histórico, cuya presidenta, Magdalena Cantero, ha trasladado en una carta las quejas vecinales al Ayuntamiento.
Desde que se iniciaron los trabajo, se desconoce la identidad del promotor y el plazo de ejecución de la obra porque no se ha colocado el reglamentario cartel que mandan las ordenanzas municipales que se habilite al obtener la licencia de obra mayor. Lo único que ha trascendido es que en la manzana que ha sido convertida en solar se edificarán apartamentos turísticos y un local comercial, respetando el arco castizo, que fue levantado para dar seguridad a la cárcel colindante y a la estructura del entorno tras el terremoto de 1804.
En su tiempo debió ser uno de los centros neurálgicos de Almería ese pasaje, rotulado antiguamente como calle del Emir, cuajada de figones y posadas marineras y con la cárcel al lado. Después se le cambió el nombre a Braulio Moreno, en honor a uno de los alcaldes más queridos de la ciudad, oriundo de Fiñana, quien remodeló el Paseo y fue nombrado Hermano Mayor de la Virgen del Mar.
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