Nada más plantarse delante del micrófono, el idolatrado -por los suyos- líder nacional de Vox dejó bien claro por dónde iba su discurso. “Sabemos muy bien dónde estamos. Esto es El Ejido. Fuisteis insultados en los 90. Os han querido llamar insolidarios y xenófobos”, bramó Santiago Abascal ante el auditorio, más enfervorecido que numeroso, y más que dispuesto a obviar el ligero desliz cronológico sobre aquel estallido de violencia que asoció -quizá por demasiado tiempo- el nombre del municipio almeriense al rechazo a los inmigrantes. “Nos quieren demonizar”, remachó Abascal, en referencia a él mismo y a su opción política, pero la etiqueta bien se podía customizar al victimismo de cada oyente.
Alrededor de 300 almas -la cifra la dio la Policía Nacional a los periodistas- hacían ondear a todo trapo banderas de España y de Vox, la escenografía habitual allá donde actúan los líderes del partido. Hasta los niños llevaban globos a juego con el color corporativo. Porque había muchos niños, y muchos otros peinando canas, también jóvenes, todo gente corriente, gente del pueblo, ejidenses de a pie: “la diferencia con el mitin del PP hace unos días, es que esto no está lleno de cuadros del partido, alcaldes y concejales de otros municipios, son personas del pueblo”, contaba un observador neutral -y debía ser de los pocos- en una esquina de la Plaza de las Flores.
Unos metros más allá, metida en plena melé, una señora entrada en años admiraba desde primera fila a Olona como si fuera la mismísima Macarena de la basílica sevillana: “¡¡¡Sí, señora!!!”, jaleaba a la candidata, que, pertrechada de pantalón verde militar y camiseta de tirantes, se desgañitaba como si la campaña se hiciera en el campo de entrenamiento. No dejó de repetir ni una sola de las proclamas de la noche anterior en el debate: que si los nuevos señoritos (no se sabe muy bien quién, porque el saco para meter gente parecía amplio), que si Ana Patricia Botín, que si los que hablan a los inocentes niños de masturbación, que si los enchufados, activistas y amiguetes (“los que chupan vuestra sangre”, literal), que si el fanatismo climático, que si los sindicatos corruptos…. Introdujo, eso sí, un argumento muy ad hoc para el lugar y el público que le escuchaba: la competencia de los tomates de Marruecos. Ahí es nada, en pleno corazón de El Ejido. Y, por supuesto, la inmigración.
Fue el guante que recogió acto seguido Abascal para denunciar a pleno pulmón la insoportable injusticia de que “vengan otros de fuera y se pongan delante de vosotros” en las listas de espera sanitaria, en referencia, claro está, a los inmigrantes ilegales. Ya lo había advertido antes el telonero del acto, el vicepresidente de Castilla y León, Juan García-Gallardo, convertido en fulgurante estrella emergente del firmamento de Vox y paseado por mítines como un héroe gracias a la proeza de haber quitado 20 millones en ayudas a organizaciones empresariales y sindicales. Ellos -se vanaglorió- tienen la respuesta para que los extranjeros no sean imprescindibles ante un más que evidente envejecimiento de la población que compromete el crecimiento de España y el futuro de las pensiones: ayudas a la natalidad. De los españoles, por supuesto. Si los nuevos nacidos tardan 18 años en crecer y ponerse a trabajar para sostener el sistema, tampoco es cuestión de dejar que la tozuda realidad estropee una buena idea.
Quizá por eso, por las buenas ideas, Abascal y Olona salieron de la plaza ejidense la noche de este martes como los Rolling Stones tras un concierto de gira: más de media hora después, de tanto selfie como se hicieron con el respetable, llevados en volandas por un equipo de seguridad que ya quisiera Mick Jagger, y abriéndose paso a través un pasillo flanqueado por la Policía hasta la furgoneta descapotable desde la que saludaron como el Papa antes de perderse por las calles, jaleados por la afición.
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