Cuando a uno le toca la lotería, el primer impulso puede llevarle a hacer inmediatamente las maletas para dejarlo todo y viajar hacia una nueva vida. Y eso fue exactamente lo que hizo Eduardo Martín Jaldo el 22 de diciembre del año pasado, el día del sorteo de Navidad, cuando entró oficialmente en la lista de espera del Servicio Andaluz de Salud para recibir un trasplante de hígado.
“Nada más conocer la noticia hice la maleta para tenerlo todo preparado el día que me llamaran”, recuerda este ex gerente de una empresa de transportes de Almería, de 65 años, aunque él es granadino de nacimiento. Después de cinco años con cirrosis, y de que a continuación se le diagnosticara un hepatocarcinoma, un trasplante era entonces su único billete para esa nueva vida.
De constitución siempre robusta, como buen deportista, la enfermedad, que surgió de forma inesperada (“yo nunca he sido de beber mucho alcohol, una copita de vez en cuando, pero ya”, dice), le había dejado en los huesos, en apenas 68 kilos, exhausto, sin fuerzas. “El gran problema era el agotamiento absoluto, ni la voz me salía ya del cuerpo”, reconoce.
Aquel día en que introducía una muda, el pijama, la ropa interior y unos calcetines como mínimo equipaje para el viaje más importante de su existencia, no podía imaginar la inmensa fortuna que le aguardaba. “Sí, es verdad, he tenido mucha suerte, puede decirse que el 22 de diciembre me tocó el Gordo, porque me llamaron muy pronto para la operación, apenas un mes después de entrar en lista de espera, el pasado 30 de enero".
Un domingo no cualquiera
"Era domingo y habíamos comido fuera con mis cuñados cuando sonó el teléfono. No se puede describir una alegría tan tremenda, que no esperaba tan pronto. Mi mujer, María José, se pegó una ‘panzá’ de llorar en el coche; fue una sensación maravillosa”, explica.
Eduardo puntualiza que en este caso su ‘suerte’ se debió a que su grupo sanguíneo es el AB positivo, que es muy poco común, por lo que existen muy pocos donantes con él, pero también muy pocos receptores. Y él tuvo la fortuna de que este 30 de enero surgiera un donante plenamente compatible. Y no solo eso, sino que desde el minuto uno su ‘nuevo’ hígado comenzó a funcionar a la perfección, algo que llegó a sorprender incluso al personal sanitario del Hospital Carlos Haya de Málaga, donde se practicó la intervención.
A las ocho y media de la tarde de ese mismo día ya le estaban practicando una analítica, una ecografía y otras pruebas en el hospital malagueño y sobre las once y media de la noche entró en el quirófano. Su sensación de debilidad había llegado a tal extremo en los últimos meses que Eduardo no tuvo entonces ningún miedo, como ocurre con el que tiene la convicción de que su situación solo puede mejorar. En la sala le aguardaba “un montón de gente”, al menos 15 personas. “Me invadió una sensación de alegría enorme porque lo único quería era trasplantarme; estaba agotado. Hablé con una señora que me puso una mascarilla y me dijo: no te vas a enterar de nada”.
Y así fue, aunque la operación se prolongó durante ocho horas, hasta las siete y media de la mañana, él no despertó hasta algo más tarde, en la UCI, “entubado, con cables por todos lados, pero bien”. Tan bien estaba que, aunque lo habitual es permanecer una semana en cuidados intensivos, le dijeron que él en cuatro podría estar fuera. Sin embargo, una bacteria se cruzó por su camino y finalmente su estancia en la UCI se tuvo que prolongar durante diez días.
Ayuda fundamental de Athema
El 13 de febrero ya recibió el alta, y pudo recuperar el contacto con su mujer, que había permanecido desde la intervención alojada gratuitamente en un hostal cercano al hospital gracias a la Asociación de Enfermos Trasplantados Hepáticos de Málaga (Athema) organización que le ha proporcionado una ayuda fundamental, como reconoce.
Hoy, solo cinco meses después, Eduardo irradia una sensación de felicidad y de paz. Alto y delgado, ante todo desprende amor a la vida en la terraza de la cafetería donde hablamos. Desde la operación, dice, no deja de recordar un solo día a la persona que ha hecho posible que él vuelva a vivir. “Pienso muchísimo en él y siento un agradecimiento inmenso, porque es que él me ha dado otra vida”, dice emocionado.
Pero su agradecimiento también se extiende a la familia del donante: “No hay palabras, para mí la donación es el mayor acto de amor que puede tener una persona en un proceso tan doloroso como es la muerte de un ser querido, porque en ese momento puede costar asumir que, lamentablemente, para que una persona viva otra ha tenido que morir".
Eduardo Martín sigue emocionado cuando nos relata que esta es la segunda ocasión en que una muerte trágica y un trasplante se cruza en la historia de su familia más cercana. El primer caso sucedió hace mucho tiempo, cuando un sobrino murió con solo 22 años, y su hermano, junto a su mujer, decidieron donar todos sus órganos. “Siempre he estado orgulloso de que mi hermano y mi cuñada tomaran aquella decisión en un momento tan duro, tras la muerte de su primogénito. Su muerte nos causó un dolor terrible, pero la donación me pareció un acto fantástico”. Quizás por esto él mismo, además de haber sido donante de sangre toda la vida, también tenía dicho a su familia que quería ser donante de órganos, al igual que su mujer y su hijo.
Agradecimiento infinito
Eduardo Martín Jaldo guardará siempre un “agradecimiento infinito” a todos los médicos y profesionales que le han tratado, tanto en Torrecárdenas como en el Carlos Haya. “Cada vez tengo más claro que si estoy vivo es gracias a la Sanidad pública, porque esta operación cuesta un mínimo de 300.000 euros, a lo que hay que añadir tiempos en la UCI, recuperación, medicamentos, etcétera… Yo al menos doy por amortizados todos los impuestos que he pagado en mi vida”, bromea antes de despedirse para dar su habitual paseo por el centro de la ciudad.
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