El Almería de las taquillas embargadas

Dos años en 1ª dejaron el club arruinado, con cuotas de los socios y taquillas requisadas

Alfonso García Sánchez, con traje oscuro y corbata, en los años dorados de Maguregui.
Alfonso García Sánchez, con traje oscuro y corbata, en los años dorados de Maguregui. La Voz
Eduardo de Vicente
20:30 • 03 jul. 2022

Diez años después de su nacimiento la A.D. Almería desaparecía acorralada por una deuda que superaba los cincuenta millones de pesetas. Su historia fue un caso sin precedentes en el fútbol español: en sólo una década pasó de la gloria al infierno, sin tiempo para echar raíces ni a nivel de club, ni a nivel de infraestructura deportiva ni a nivel de afición. 



Lo del Almería fue un sueño vertiginoso que acabó en pesadilla. En 1971 estaba en categoría Regional y ocho años después en Primera División, tras encadenar varios ascensos consecutivos que fueron considerados como un milagro en el contexto futbolístico español. 



Detrás de ese milagro estuvo la construcción del nuevo campo de fútbol que fue la patria que invitó a la afición a volver, convirtiendo aquel descampado del barrio de Torrecárdenas en una fortaleza inexpugnable. El éxito del Almería no se basó ni en las buenas gestiones económicas ni en su poderosa plantilla, sino en un equipo que mantuvo una misma estructura durante varias temporadas y fue creciendo alimentado por esa fuerza que le dio el nuevo campo de fútbol.



Después de una carrera meteórica, acumulando éxitos, sumando ascensos y ganando adeptos, la A.D. Almería cayó en picado, justo después de vivir con éxito su primera aventura en Primera División. En la temporada 79-80 logró la permanencia sin sufrimiento y en la siguiente cavó su fosa. Una pésima planificación de la junta directiva, encabezada por su presidente Alfonso García Sánchez, dejó el club convertido en un solar. Después de lograr la permanencia se afrontó la segunda temporada en Primera División apostando por una política deportiva basada en los nombres de los jugadores. Se ficharon futbolistas que venían de vuelta, entre ellos hasta a algún internacional declarado en ruinas que vino de veraneo. Los gastos de aquella plantilla descompensada y sin alma se fueron por encima de los cuarenta y cinco millones de pesetas, una cantidad difícil de sostener sin una masa social importante y sin el apoyo de la televisión, que aquel año apenas pagó dos millones de pesetas, ya que no se dieron partidos en directo.



La segunda temporada en Primera fue caótica y se cerró con el descenso y lo que es peor, con la sombra de la desaparición rondando la ciudad. En Almería, en aquel crítico verano de 1981, el tema de conversación en los cafés y en los bares era el encierro de los jugadores en Madrid y la deuda del club, que oficialmente rondaba los cincuenta y seis millones de pesetas. Los rumores de la posible desaparición estaban a la orden del día y hasta el más optimista pensaba que tantas reuniones de la directiva, tantos viajes a la Federación iban a quedar en papel mojado.



La temporada 81-82, en Segunda División, estaba a punto de iniciarse con solo tres mil socios y con la cuenta corriente del Almería embargada por los jugadores. Todos los ingresos que llegaban al club iban automáticamente a mano de los jugadores, que estaban encerrados en la sede de la Federación Española de Fútbol. 



Había que hacer frente a más de cincuenta millones, los más urgentes, los treinta y tres que se le debían a la plantilla. A comienzos del mes de septiembre, el presidente Alfonso García culpaba del desastre a la afición por no haber llegado a la cifra de cinco mil socios, que era lo que pedía el club, cuando todo el mundo sabía que la deuda no podía cubrirse sólo con dos mil abonados más. 



El jugador Piñero, que había sido uno de los héroes de las últimas temporadas, no dudó en culpar al presidente y a su directiva de la situación crítica que se vivía. El 23 de octubre de 1981, en una tensa junta general extraordinaria, se aprobó la constitución del crédito hipotecario del campo en favor de la Real Federación Española de Fútbol, en un intento inútil de evitar la desaparición.


Dos semanas después el presidente presentó su dimisión. El Almería había iniciado la liga con los jugadores que pudo reclutar, mientras el club navegaba directo al abismo. La afición no llegó a comerse los turrones en el Franco Navarro, en aquel amargo invierno.


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