No había planeado yo que la visita al Faro de Almería para ver atardecer en un caluroso miércoles de verano sin mayor pretensión que la de hacer esta especie de ‘crónica’ personal iba a acabar en un momento bucólico y lleno de nostalgia. Yo le dejaba la parte sentimental de esta actividad a las parejas que cogidas de la mano esperaban a que los amigos de Contraportada -encargados de la organización del evento- les certificaran que estaban en la lista para subir al autobús que Autoridad Portuaria y Ayuntamiento de la capital pusieron a disposición de las 200 almas que se habían apuntado a entrar en ese territorio casi vedado del puerto.
Llegué sola, como a todo lo que voy por trabajo, pero no fui sola. Será porque la actividad lo merece, que ya les anuncio que sí, o será porque en esta pequeña urbe nos conocemos todos, que también, pero lo cierto es que no miento si digo que al final resulta que conocía a medio autobús. Salimos del Muelle de Levante sobre las 20.00 horas y emprendimos camino al faro. A pesar de las mascarillas y las conversaciones entremezcladas lo que más escuché en los diez minutos que recorrimos por el interior del puerto eran expresiones de sorpresa: “¡Cómo ha cambiado esto!”; “No había venido aquí desde hace 20 años”; “¿Y todos esos contenedores qué hacen ahí?”. Yo escuchaba y callaba porque reconocer a mis 40 años que no había estado nunca en el faro me daba algo de vergüenza torera pero es que eso de la valla que nos separó de los barcos nos ha marcado a toda una generación que con 5 años comía chanquete en el Puerto pero a la que le arrancaron la llegada de los Reyes Magos por mar.
La gente bajaba del autobús con ansia. Había ganas de comenzar a caminar esa especie de sendero sobre el mar que lleva hasta la luz de los barcos. En el camino mil paradas. Ahora que todos nos hemos metido a 'instagramers' nadie quiso quedarse sin la foto de la Bahía de Almería vista desde el mar. Selfies con el Cable Inglés de fondo, parejas profesándose su amor a los pies del faro, familias enteras que se apretujaban para entrar todos en plano porque el brazo ya no daba para más… Y es que ya se sabe, ahora mismo si haces algo y no lo cuentas, es como si no lo hicieras.
Pese al ‘postureo’ inicial, la actividad fue ganando conforme llegabas al propio faro. Sonaba ‘Moon River’ en la dulce voz de Sara Martos y el piano de Pablo Mazuecos, acompañada por el ruido del mar y el aviso del Ferry que entraba a puerto. Yo que no soy muy romántica ya estaba algo enternecida pero si mirabas alrededor veías a las parejas compartiendo confidencias, a las familias inmortalizando ese momento en que la abuela (que ya no cumplía los 70) cogía al más pequeño de la expedición con ojos de amor, me emocioné un poquito. Es que todo estaba en el ambiente para ello.
Antes de ver caer el sol, aproveché para descubrir los motivos marineros de los azulejos del cuerpo del faro, algunos tan desgastados que poco se distinguía. Desde la barandilla más adentrada en el mar me preguntaba sobre la complejidad de convertir el Cable Francés en un mirador desde la bahía y lo desaprovechado que está este enclave y las ganas que tiene la gente de ir allí.
Hubo tiempo para charlar, para recorrer el espigón, para reconocer el 'skyline' de la ciudad, pero comenzó a sonar ‘What a wonderful world’ y el sol comenzó a esconderse tras la montaña. Iba acabando el día y la visita. Ya hacía algo más de fresco y nadie quería irse. Toca foto de familia y volver al Muelle de Levante mientras escribías en el Whatsapp a los amigos que no se pudieron inscribir para que cojan sitio el miércoles que puedan. Tienen hasta el 31 de agosto, después el momento de ver caer el sol desde mitad del mar será imposible. Se lo recomiendo.
Mil participantes
El poder disfrutar del Atardecer en el Faro es una actividad incluida dentro de actividades socioculturales del programa ‘AlPuerto’ y en la que ya han participado unas 1.000 personas. Seguirá hasta el 31 de agosto.
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