Hay personas que marcan una época, hombres y mujeres que miran a su alrededor y se preguntan, como Kennedy en aquella mañana de enero en la avenida de Pensilvania, no (o no solo) qué puede hacer su país por ellos, sino qué pueden hacer ellos por su país. En Almería, como en cualquier otra geografía son legión los que se encierran en la primera pregunta y menos lo que se interpelan con la segunda.
En Almería contamos con dos modelos de comportamiento que han marcado los últimos cincuenta años y que, con su decidida vocación de contemplar sus estrategias no solo desde la legitimidad del beneficio empresarial, sino también el de ampliar este beneficio más allá de esas aspiraciones en la mejora del espacio público que compartimos- qué otra cosa es la sociedad- han contribuido a mejorar, ¡y cómo¡, el desarrollo y modernización de la provincia: Cajamar y Cosentino.
Desde el inicio de su andadura personal Juan Del Águila y Paco Cosentino proyectaron su inteligencia más allá de sus aspiraciones personales.
El tipo que más ha influido en el desarrollo de la provincia supo, bien que supo desde el principio, que con la creación de aquella oficina en la calle Méndez Núñez en 1966 no estaba iniciando una carrera de voracidad personal (tan es así que ha sido y es el único “banquero” que no se enriqueció haciendo un trabajo tan inmenso); estaba comenzando la construcción de una entidad financiara sobre la que el tiempo, el trabajo y la inteligencia han construido un modelo agroalimentario único en el mundo. Si alguien le hubiera dicho a Juan del Águila, aquel tipo desvalido de cuerpo, pero dotado de una mente prodigiosa, que el tiempo iba a convertir su idea en la décima entidad bancaria de España, el fundador de la Caja lo hubiera mandado más allá de a freír espárragos o, en el mejor de los casos, lo hubiera tomado por loco.
Como fue tomado por loco Paco Cosentino cuando, rompiendo una tradición milenaria, una madrugada, en ese umbral que separa la noche del sueño y que tan bien aprovecha para pensar, le asaltó la visión, entonces quimérica, de que había vida más allá del aquel eterno paisaje de mármol que hasta entonces le había rodeado cada una de las mañanas de su vida en el pequeño taller de su padre.
Dos visiones distintas y un solo objetivo verdadero: crear riqueza. Como una santa Teresa de las finanzas Juan del Águila recorrió la geografía provincial de fundación en fundación abriendo oficinas en los pueblos almerienses. Como un Marco Polo de los Filabres Paco buscó en la innovación la fuerza del viento que habría de llevarle a conquistar las cocinas de los cinco continentes. Quién le iba a decir a aquél tipo de La Cañada o a éste maestro de Los Filabres que las ideas que un día anidaron en sus cabezas acabarían construyendo la décima entidad financiera de España y una multinacional con terminales en los principales países y ciudades del mundo.
Pero lo mejor de estas conquistas es que, detrás de ellas, encontraron y encuentran cobijo las aspiraciones de hacer una Almería mejor. Juan del Águila y Paco Cosentino son dos personajes kennedyanos, dos tipos que han marcado nuevas fronteras en la concepción de cómo debe ser una empresa que, además de mirar su cuenta de resultados- si no hay beneficios no hay nada-, se han preocupado por la cuenta de resultados de los demás, apoyando los proyectos agrícolas o la excelencia en la tecnología y eficiencia del agua uno, y creando miles de puestos de trabajo y buscando la sostenibilidad medioambiental con plantas solares y reutilización de aguas residuales otro, y participando en reivindicar mejores comunicaciones para la provincia todos.
Pero Don Juan y Paco, Cajamar y Cosentino no son dos islas en medio de un desierto. Son dos maneras de enfrentarse al futuro en un océano en el que también navegan centenares de empresarios, de emprendedores que están convirtiendo Almería en un laboratorio en el que se investiga cómo adaptarse a las nuevas realidades y conquistarlas. Es verdad que no los vemos, que, en la mayoría de los casos están por voluntad propia o indiferencia ajena en el anonimato. Un estatus que deben abandonar para proyectar su inteligencia innovadora en ese escenario público que compartimos que es Almería. Nadie progresa si su entorno no progresa. Y detrás de esos centenares de emprendedores hay muchos Don Juan y muchos Paco Cosentino que, si vencen la timidez, pueden hacer mucho por la provincia. Ya lo hacen, pero siempre se puede hacer algo más.
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