El almeriense que vivía en un palacio

Juan Anglada fue un empresario minero veratense que edificó la más bella mansión de Madrid

Lámina coloreada de la fachada principal del Palacio Anglada de Madrid (1878); Retrato de Juan Anglada Ruiz.
Lámina coloreada de la fachada principal del Palacio Anglada de Madrid (1878); Retrato de Juan Anglada Ruiz.
Manuel León
21:43 • 19 nov. 2022

Fue un almeriense de Vera, Juan Anglada Ruiz (1829-1895), el impulsor del más  bello palacio, según las crónicas de la época - las de la revista ilustrada El Globo, sobre todo- que conoció el Madrid del XIX, salvando el Palacio Real. El Palacio de Anglada, como se le denominó desde que fue construido en el ensanche del Paseo de la Castellana en 1878, era una evocación de la arquitectura clásica mezclada con la herencia nazarí, en medio del viejo Madrid que estaba naciendo en antiguas haciendas de labrantío. 



Pronto adquirió fama en toda la villa y corte esta nueva edificación de un rico capitalista minero llegado de las lejanas tierras de Almería, quien había hecho un buen casamiento con la hija del Marqués de Casariego. Eligió para levantar ese ingenio a Emilio Rodríguez Ayuso, el arquitecto más prometedor del momento, y se gastó en ese alcázar urbano 16 millones de reales de la época teniendo como joya de la corona un claustro interior  que era una réplica del Patio de los Leones alhambrino.



Su fachada estaba bruñida con repertorios neogriegos y neoegipcios, sobre una superficie de 1.580 metros. El edificio principal ocupaba el centro del solar junto a otras dos edificaciones destinadas a portería, picadero, cuadra, fragua, gallinero, palomar y lavadero y a cocheras, caballerizas, pajar y granero. Disponía, traídas de Francia, de unas pioneras estufas o invernaderos para la casa y viveros de un jardín inglés donde medraban olmos, plátano, acacias, pinos, pinsapos, cedros, frutales y rosaledas, rodeando un estanque circular.



En la planta baja estaba el despacho, biblioteca, salón de fumar y sala de billar y arriba los comedores y dormitorios de invierno  y de verano, según la orientación al sol. Al salón de baile se accedía por una grandiosa escalera de mármol de Carrara con baños y tocadores y con una tribuna para la orquesta en el centro del salón. El techo de las galería se decoraba con pinturas al óleo del artista veneciano Giorgio Busato, que trabajó en el Teatro Real de Madrid.



Hasta ese momento, no había una mansión que se le igualara en aquel Madrid de Mesonero Romanos, con sus magníficos herrajes y verjas. Ni siquiera la de otro opulento  vinculado a Vera, el voraz Marqués de Salamanca- amigo del padre de Anglada- con su Palacio de Vista Alegre, en el ensanche madrileño del barrio que lleva su nombre. Juan Anglada, el dueño de ese paraíso urbano, de esa casona  de leyenda, consumió en Madrid los últimos años de su vida, pero antes se ocupó durante décadas de sus negocios mineros almerienses que compatibilizó con una descollante actividad política.



Era hijo de Jacinto Anglada Lloret, emprendedor catalán que llegó a Vera a hacer negocios con las primeras desamortizaciones de Godoy -antes de que El Perdigón diera con la veta de galena de El Jaroso- y matrimonió con la veratense Josefa Ruiz Marín, con la que tuvo siete hijos, aunque sobrevivieron cinco:  María Anglada Ruiz, que se casó con el banquero Leopoldo Barrié; Francisco, militar que murió en la Guerra de Marruecos; Jacinto, militar, banquero, político, solterón y apegado a su hermano; Carmen, que se casó con el empresario republicano Enrique Calvet Lara; y Juan, el protagonista de esta historia, amo de llaves de ese palacete de leyenda. Su padre fue uno de los pioneros de la aventura minera de Sierra Almagrera y uno de los socios que acompañaron a Ramón Orozco en aquella legendaria fundación de San Ramón en Garrucha. 



A la muerte del patriarca en 1859, Juan y su hermano Jacinto crearon en 1860 la fundición San Jacinto de Garrucha dedicada a la desplatación de plomos para la exportación, cuya chimenea principal de evacuación de humos aún corona este municipio; y otra más pequeña aún sobrevive entre chalets en el Paseo marítimo de Vera. Su huella quedó también en Garrucha con la edificación del denominado Hospital de Los Anglada que  sirvió de lazareto en las epidemias decimonónicas y en Vera fueron los impulsores del panteón más lustroso del camposanto. Ambos hermanos tienen dedicada una calle a su memoria en el pueblo que los vio nacer. 



Los Anglada se enriquecieron con celeridad y ya en esos años eran los sextos contribuyentes industriales de la provincia y colaboraron en el proyecto de creación del Banco Almería en 1864 que fue abortado tres años después, así como en el primer proyecto de ferrocarril a Almería. Juan Anglada fue senador y diputado por la provincia en elecciones sucesivas desde 1872 a 1893, al principio como miembro del Partido Radical y después en el posibilismo republicano junto a su gran amigo y  presidente de la I República, Emilio Castelar. 


Se sabe por el diario del propio Castelar que el veratense, no gran orador, fue inspirador en la sombra de muchos de sus discursos. Juan Anglada no era solo un hombre de negocios y de política, también tenía sensibilidad por las bellas artes -ahí está el recuerdo de su palacio- y por el humanismo y el pensamiento progresista: fue socio del Ateneo y uno de los socios fundadores de la Institución Libre de Enseñanza en 1876, como consiliario y banquero capitalista.


Juan Anglada, con sus propia posición y con la cuantiosa herencia que recibió su mujer Josefa, adquirió el solar de su futuro palacio -por el que había pujado también José de Salamanca- al banquero navarro Fermín Muguiro. Esa manzana en expansión ya tenía para aquel entonces alcantarillado y agua de Lozoya. Juan se ilusionó tanto con su palacio, soñó tanto con él, que lo llegó a considerar como el hijo que nunca tuvo; tanto lo quiso, que lo arruinó, unido a que la cuantiosa herencia de su suegro no le sirvió de acicate para volar más alto empresarialmente, sino que lo animó a vivir de las rentas cómodamente instalado en la capital. Al no poder pagar las  copiosas deudas contraídas, el palacio de Anglada pasó a manos del Banco Hipotecario y de ahí al marqués de Oliva, que lo compró por 2,6 millones de pesetas, la mitad de lo que Anglada había invertido en él. Los heredero de Oliva no lo cuidaron, el edificio se fue degradando y en 1966 la piqueta -fruto del menosprecio estético tan en boga (nada que no se sepa en Almería)- lo tiró abajo. Los azulejos, columnas y mármoles se vendieron en almoneda a pie del derribo y encima de lo fue el sueño de Anglada, el capricho asiático de aquel veratense ilustrado, emerge hoy el gran hotel Villamagna, construido en 1972, donde se sirven los mejores desayunos de Madrid y donde los ricos del Ibex 35 de ahora siguen haciendo negocios en servilletas, como los hacían sus antecesores en el salón de fumar de aquel palacete maldito de Juan Anglada.



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