Son las 10.15 horas de la mañana del 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género. Mientras en el Patio de los Naranjos de la Junta de Andalucía se lee el manifiesto ideado por el Instituto Andaluz de la Mujer de este año, en el Aula Magna del IES Alhamilla arranca la segunda de las charlas que R, un persona condenada por violencia de género, que actualmente está en tercer grado y en pleno proceso de reinserción, ofrece a los jóvenes del centro. Esta actividad organizada por la coordinadora de Igualdad, Vanessa Vicent, con la colaboración de la psicóloga del Centro Penitenciario de El Acebuche, Maritini Varón y el trabajador social, José Manuel Cazorla, tiene un claro objetivo: mostrar la otra cara de la violencia de género a través de una persona que, gracias al trabajo con los profesionales, de los cursos realizados en el centro penitenciario y de terapia, ha reconocido sus errores y, lo más importante, ha aprendido “lo que es una relación tóxica, a respetar a la pareja y lo importante que es el autocontrol”.
R comparece ante los chavales de segundo de ESO, segundo de FP Básica, primero y segundo de Formación profesional básica específica, acceso a grado medio, primero y segundo de Grado Medio de Instalaciones Eléctricas y Automáticas y aula específica en dos turnos. Lo hace sin coraza y con la misma intención con la que le contó todo su proceso a sus hijos: “evitar que cometan los mismos errores que yo cometí”.
La vida de R era bastante normal, se había separado pero todo había ido con cordialidad. Comenzó otra relación y se cruzó en su vida la cocaína. Su entrada en el mundo de la droga le llevo a relacionarse con la noche, salir de fiesta hasta el amanecer y entrar un ritmo vital que le alejó de su familia y de su propia vida. En ese momento es cuando comienzan los problemas con su pareja. Discusiones, peleas, y en una de ellas: “bajo los efectos de las drogas, le pegué y ella me denunció. Me lo merecía”. Esa fue la primera vez que entró en la cárcel. Fueron 17 días y a pesar de los avisos de su familia “a la que le dueles pero llega un momento en el que tampoco pueden más”, volvió a tener contacto con esa pareja con la que “mantenía una relación tóxica”.
Fue entonces cuando en una bronca se acercó a su casa, violando la orden de alejamiento, “y montamos un espectáculo del que siento vergüenza”. Ahí le volvieron a denunciar y esa vez la condena fueron dos años. En ese momento se dijo: “hemos tocado fondo, esta es la gorda” y llegó el miedo a una frase que le habían dicho, “la cárcel se puede convertir en tu primera vivienda”.
Descripción
Les hizo R una descripción a los chavales de la cárcel muy alejada de lo que ven en las películas. Se notaba en sus caras el impacto. “Allí estás privado de libertad, estás apartado de tu familia a la que solo puedes ver una vez a la semana y a través de un cristal. Compartes una celda, que es un cuadrado, con una persona a la que no conoces de nada y lo ves hasta hacer sus necesidades. Además, tú sabes que si ellos están allí, también han hecho algo”, relata.
Le tocó vivir en prisión el COVID y las 23 horas de encierro diario le llevaron a pensar en todo lo que había pasado. “Gracias a los profesionales” R empezó a estudiar y consiguió aprobar la ESO con buenas notas. Su paso por el curso sobre violencia de género fue el detonante para cambiar su actitud, asegura que le ayudó mucho para darse cuenta de lo que había hecho. “Se puede discutir pero sin elevar el tono, sin faltar al respeto y si algo no te convence de tu pareja, cada uno por su lado”, le explicaba a los jóvenes. Tiene claro que lo que aprendió en este curso es “autocontrol, a reconocer cuando una relación es tóxica, a respetar a la pareja y a reconocer qué es violencia de género”. Le preguntó directamente a los asistentes: “si le escribe un ex novio a tu pareja y tú, en un arranque de celos, tiras el móvil y lo rompes ¿es violencia de género?”. Ante el silencio sentenció: “Claro que lo es”. Y es que “no todo es pegar. Es insultar, es no dejar salir a tu pareja, el tratarla como una esclava…”.
El hecho de que R haya reconocido que ha ejercido violencia de género es el primer paso para su rehabilitación. Así lo explicaba la propia psicóloga del centro penitenciario asegurando que “la mayoría no quieren reconocer lo que han hecho, y sin eso, no llegan a rehabilitarse”. Y por mucho que nieguen, y a pregunta del trabajador social de El Acebuche, afirmaba R que todos los que había conocido en su misma situación en la cárcel habían maltratado. Fundamental en ese cambio es también la terapia: “si tenéis algún problema, pedid ayuda a los profesionales”, es el “único camino”.
Experiencia
Los jóvenes que escucharon atentamente el testimonio le preguntaron por las consecuencias con su familia, a la que afortunadamente ha recuperado y le han apoyado en un proceso de reinserción que le permite ya estar trabajando. También le hicieron la pregunta más dura: “si no hubieras entrado en la cárcel ¿qué habría pasado?”. Ahí se abrió en canal y reconoció que “o bien estaría muerto por el importante consumo o por algún accidente porque estaba viajando permanentemente mientras consumía; eso o habría acabado en la cárcel porque en ese accidente me habría llevado a alguien por delante, que hubiera sido lo peor”.
R cuenta su experiencia para tratar de evitar que otros tropiecen en su misma piedra. Ante los alumnos del IES Alhamilla se mostró como es. Reconoció culpas, que sigue pagando, y expuso ante los chavales su realidad.
Con esta actividad organizada desde el Plan de Igualdad del IES Alhamilla pretende mostrarle a los más jóvenes, primero que no hay perfiles de maltratadores, que la violencia de género tiene muchas formas y los caminos que no se deben seguir. Es otra manera de enfocar el 25N, desde la visión de aquel que se arrepiente de sus actos.
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