Cuando de niño madrugaba cada 26 de diciembre para asistir al Pendón, los amigos de mi calle me miraban extrañados porque no entendían cómo me podía gustar aquel acto tan solemne como aburrido.
A mí, como a mis hermanos, poco nos importaba lo que se estuviera celebrando, lo que nos atraía eran los soldados y esa cultura del desfile callejero que muchos llevábamos grabada en nuestras costumbres. El sonido de las cornetas y de los tambores por la mañana temprano alborotaba el barrio y allí acudíamos buscando el placer de los acontecimientos extraordinarios que nos sacaban de la rutina.
Casi todos jugamos alguna vez a desfilar, aunque fuera con el palo de la escoba encima de un terrao, y el Pendón nos ofrecía la posibilidad de hacerlo detrás de aquellos soldados que tanto nos imponían con sus cascos hasta las cejas y armados como si fueran a una guerra de verdad. Lo demás, toda la tramoya que rodeaba al acto, no nos importaba: ni los trajes de gala ni la pesada misa que se oficiaba en la Catedral, que nos hacía eterna la espera a todos los que nos quedábamos en la plaza.
En aquel tiempo, allá por los primeros años 70, éramos siempre los mismos los que asistíamos a la ceremonia, por lo que había almerienses que se conocían de encontrarse cada año en el mismo sitio y a la misma hora detrás del enblema del reino de Castilla. Éramos un grupo de medio amigos y cada año la comitiva se iba reduciendo.
La histórica celebración de la Reconquista no cuajaba como una fiesta. Le sobraba religión y política; le sobraba seriedad y aburrimiento, y le faltaba ese carácter popular que hace que las tradiciones vayan creciendo. El Pendón, a la una de la tarde y con cerveza, vino, habas y jamón, hubiera sido otra cosa.
Esta decadencia en la que ha sobrevivido la celebración de la Reconquista de Almería por los Reyes Católicos, vivió sus días más caóticos en los años de la República, cuando llegaron los recortes. Hasta los años treinta, el Pendón compartía su sentido religioso, basado en la ceremonia central que se celebraba en la Catedral, con ese tímido carácter popular de la fiesta que se desataba cuando el Pendón recorría las calles escoltado por las tropas del ejército, perseguidas por un batallón de niños.
La llegada de la República en las elecciones de abril de 1931 dio un giro brusco a los actos religiosos que se celebraban entonces en Almería, que pasaron de ocupar una fecha señalada en el calendario a convertirse en un acto casi fugitivo. De las disputas entre los poderes políticos y religiosos tampoco se libró la fiesta de la Reconquista, que en 1931 fue relegada al interior del templo.
A comienzos de diciembre ya corrió el rumor en la ciudad de que ese año no habría procesión, comentarios que se confirmaron en la sesión municipal del 22 de diciembre. Aunque el concejal Antonio Villegas Murcia propuso dejar a un lado las rivalidades ideológicas para que se pudiera conmemorar con la ceremonia tradicional el día de la Reconquista, acabó imponiéndose la opinión radical del concejal Pérez Almansa, que se oponía rotundamente a que se celebrara la fiesta porque entre otras razones, consideraba “una desgracia” el que los Reyes Católicos vinieran a Almería. Al día siguiente, el periódico La Crónica Meridional, contaba que “por acuerdo del Ayuntamiento no se celebrará la procesión que era de costumbre conduciendo el Pendón de Castilla por nuestras principales calles. Es un acuerdo que está siendo censurado, y con razón, pues nada tienen que ver las ideas religiosas o antirreligiosas con una fiesta almeriense verdaderamente patriótica”.
El diario católico 'La Independencia', también centraba sus críticas en la prohibición, destacando que “el día de San Esteban fue siempre en la ciudad el más alegre de la Navidad, el escogido por el pueblo para expansionarse y presenciar el desfile con el histórico Pendón. De todo esto y del inevitable desfile marcial de las tropas, que hacía las delicias de los chicos, nos ha privado este año la corporación excelentísima, fácilmente sugestionada por un concejal que ha hecho cuestión personal con los Reyes Católicos la llamada Reconquista”.
Aquel 26 de diciembre de 1931 los actos religiosos, dirigidos por el Obispo Bernardo Martínez Noval, se celebraron dentro del templo, sin que estuvieran presentes las principales autoridades municipales que habían decidido no tomar parte tampoco en la ceremonia religiosa. Los gobiernos municipales de la República apartaron la fiesta del Pendón de la vida de la ciudad para restringirla como un acto exclusivamente religioso al interior del templo. En diciembre de 1931 se prohibió la procesión cívica, lo que se repitió en 1932 y 1933. Las autoridades consideraron que la llegada de los Reyes Católicos no era motivo de celebración, por lo que el Pendón de los monarcas no volvió a recorrer las calles como era una antigua tradición.
La privación del Pendón se mantuvo hasta que 1934 cambió el signo político en el Ayuntamiento. La destitución de los concejales de significación socialista e izquierdista tras el fracaso del movimiento revolucionario de octubre, trajo un nuevo equipo de gobierno municipal, que dio un giro a la derecha.
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