En el mes de abril de 1976 se cumplían veinticinco años de la coronación canónica de Nuestra Señora del Mar y la Hermandad que acoge a todos los devotos de la Patrona de Almería tuvo la idea de hacer un acto singular en la Iglesia de Santo Domingo: En lugar de un solo pregonero hubo dos en el presbiterio: el primero, el alcalde que presidía el Ayuntamiento en 1951, Emilio Pérez Manzuco, como testigo indispensable de la ceremonia celebrada en la explanada del puerto, y el segundo, un niño de entonces que pudiese contar sus recuerdos de aquel día. Ese niño era quien escribe estas líneas, y muy torpemente pude expresar mis emociones más que ninguna otra remembranza, pues a tan corta edad se fijan en la memoria infantil los sentimientos más que los protocolos y las imágenes más que el guion del ceremonial.
Don Emilio estaba ya muy enfermo –moriría algunos meses después-, por lo que había pedido hablar sentado, cosa que hicimos los dos ante una mesita situada delante del altar mayor a la sombra del camarín de la Virgen y, al menos en mi caso, implorando su bendición. Al ex alcalde apenas le salía un hilo de voz y pese a tener el micrófono pegado a la boca la audición se hizo muy difícil para la feligresía excepto para mí que, hombro con hombro, pude escuchar perfectamente lo que decía en una corta intervención en la que recordó cómo el pueblo almeriense se volcó en la suscripción popular que se abrió para costear la corona y los fastos de aquel 8 de abril. También recordó que aquella corona, realizada en los Talleres de Arte S. A., de Madrid, mantuvo en suspense a los organizadores cuando en septiembre Félix Granda, su gerente, comunicó al Ayuntamiento que sería imposible tenerla terminada para la primavera de 1951. Sí lo estuvo y los almerienses pudimos contemplarla en el escaparate de los almacenes La Verdad en pleno Paseo. Para confirmar estos datos he consultado la publicación de José de Juan Oña con todos sus recuerdos e impresionante documentación sobre la Coronación de la Santísima Virgen del Mar, única fuente disponible junto a las crónicas del diario Yugo.
Mi intervención, más extensa y leída, no terminó de gustar del todo a una pequeña parte del público asistente. Expuse la centenaria devoción de las gentes por la Señora del Mar desde su aparición en aguas de Torregarcía, en 1502, y muy especialmente desde que en 1738 fuese declara Patrona de Almería. Y argumenté que, siendo como es devoción generalizada de la ciudad, aquella gran coronación se hizo solamente por la mitad de la población, los que habían ganado la guerra, y que, por tanto, el acto de estas bodas de plata debería ser el punto de partida para reconsiderar que la Virgen no pertenecía ni a la Falange ni a ninguna otra opción partidista, sino al conjunto del pueblo que en estos meses celebraba la reciente proclamación del Rey Juan Carlos I y lo que efectivamente fue el camino hacia las libertades consagradas dos años después en la Constitución de 1978, gracias al impulso de la Corona y de una irrepetible clase política que supo terminar con los fantasmas de la guerra civil en un brillante capítulo de nuestra reciente Historia, ponderada en todo el mundo como ejemplo de la transición de la dictadura a la democracia. Algunos impenitentes partidarios del régimen fenecido me hicieron llegar su contrariedad, no así don Emilio que me felicitó efusivamente y ya al final, en la sacristía, me pidió una copia de mi discurso que le hice llegar días después a través de mi amiga de infancia y juventud, su propia hija María del Carmen.
Este segundo domingo de enero, fecha ya tradicional de la Romería a Torregarcía (¡cómo siento no estar hoy con tantos amigos junto a la Virgen!) he querido recordar aquel día de abril de 1976 en el que el ex alcalde Pérez Manzuco y este niño de entonces recorrieron mentalmente la jornada de la Coronación de Nuestra Patrona y la memoria de tantos almerienses que contribuyeron a mantener viva la devoción, como sucedió en las semanas posteriores al final de la guerra cuando el padre Ramón Ballarín pidió ayuda a la gente para el desescombro y posterior reconstrucción de la iglesia destruida por la barbarie, desatada durante aquella interminable contienda, que en nuestra provincia duró hasta después de la caída de Madrid. En la conversación que tuvimos al término de nuestros pregones, don Emilio me recordó que entre los cientos de voluntarios que acudían a echar una mano, o las dos, para limpiar de escombros el templo se encontraba mi padre quien, puntualmente y con las primeras luces del alba, acudía a Santo Domingo a colaborar en los trabajos que algún tiempo después permitieron que la Patrona volviese a abrir sus puertas a los almerienses.
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