Castilblanco el Viejo, en los meses de marzo y abril de 1558, fue el primer enfermo del que se tiene constancia de internamiento en el Hospital Santa María Magdalena. Dice el profesor Trino Gómez Ruiz -’El hospital real de Santa María Magdalena y la Casa de Expósitos de Almería’, 1985- que era un pobre que tocaba, de noche, la campanilla de las ánimas y cobraba 500 maravedís.
La vida del edificio hoy restaurado por la Diputación es la crónica de la evolución social de la provincia de los últimos 500 años. Una historia repleta de mitos, leyendas, relatos, beneficencia, sucesos y memorias. Aquel hospital que en el siglo XVI atendía a decenas de enfermos rematadamente marginados, que ayudaba “con limosnas o medicinas a los pobres” y “socorría a los enfermos transeúntes” (Gómez Ruiz) fue, también, un lugar para los heridos de la rebelión de los moriscos entre 1568 y 1570.
Un hospital que, en el siglo XVII, vivió la crisis social y política y las epidemias de peste, que en el XVIII aguantó con estoicismo la lepra y los tabardillos en medio de un proceso nuevo: la secularización de la gestión y que en el XIX celebró la pionera operación a corazón abierto que se conoce en el planeta. La hizo un médico de prestigio -Francisco Romero (Concabella, Llérida)-, que el 13 de abril de 1801, escalpeo y pinzas en mano, salvó la vida al agricultor Antonio de Miras.
Dibujado el contexto de sus primeros 250 años, nos interesa aportar algunas reseñas informativas, algunas anecdóticas, a partir de la irrupción del periodismo escrito en Almería, que coincide con un siglo nada aburrido: el XIX. Desde que en 1823 naciera el primer periódico almeriense, El Norte de Almería (Víctor Hernández Bru, 2004), la prensa se hizo eco de informaciones domésticas en las que el hospital era la referencia.
Tras la asunción de competencias por parte de la recién creada Diputación Provincial de Almería en 1835 y, unos años más tarde, la cesión de la gestión sanitaria a las Hermanas de la Caridad, el edificio adquiere un nuevo vigor.
El 15 de noviembre de 1888, en La Crónica Meridional de Almería, se anunciaba que don Andrés Vizcaíno López, practicante del Hospital de Santa María Magdalena, había trasladado su domicilio a la calle del Ciprés y que había adquirido instrumentos para limpiar las dentaduras y empastar.
1899. Años de declive. Los años de la generación de la España que se iba: la del 98. La Crónica Meridional nos da buena cuenta del nuevo manicomio, impulsado por la Orden de San Juan. El lenguaje es el de la época. Se usan palabras despectivas. He aquí un ejemplo: “Bajo el emparrado que se extiende a las puertas del nuevo manicomio estaban ya los dementes del Hospital de Santa María Magdalena, vigilados por los padres sanjuanistas. Dos de alienados, que poco antes habíamos visto casi desnudos, encerrados y sujetos como fieras en un inmunda celda, discurrían ya sueltos entre sus compañeros, cantando y riendo (…). Las ocho o nueva enajenadas también parecían otras”.
Como hospital cristiano que ha sido durante siglos, de vez en cuando había ingresos de monjas sanitarias. El 28 de noviembre de 1899 se pronunciaban los votos de tres nuevas hermanas.
En 1872 llegan las primeras matronas y enfermeras laicas, tras el Sexenio Democrático de 1868, explica la profesora Carmen González en la revista REAL del Instituto de Estudios Almerienses (IEA) -Mujeres y sanidad en Almería (1872-1936)-.
Las historias tristes se han ido acumulando a lo largo del tiempo. En mayo del año 1900 moría el “infeliz” niño Joaquín Ibáñez Capel, al que en la mañana del 18 se le disparó una pistola en Sierra Alhamilla. Estaba jugando con otros niños y examinando qué era aquello.
En 1909, en la cama número uno de la sala de Santa María Magdalena, ingresó una tal Filomena. Era el diez de enero y en el barrio del Potro, en Huércal, un tal Francisco cogió un arma y, medio en broma, apuntó a una mujer dándole en el cuello. No sabía el hombre, dice el diario La Independencia, que el arma tenía balas. La mujer fue trasladada muy grave en un carro al viejo Hospital Provincial.
El hospital era lugar de acogida o, mejor dicho, encierro de personas con problemas de salud mental. Por allí han pasado personas muy variadas, tantas como han permanecido en el subconsciente de nuestros antepasados. Como aquel soldado Jerónimo que, según decían, padecía enajenación mental y estaba recluido, ojo a la palabra, en el hospital.
Aquel 1909 fallecía toda una institución en el hospital: Sor Catalina, superiora de la comunidad de Hermanas de la Caridad. Antes, en 1900, Sor Policarpa se hizo cargo de la Tienda Asilo y más tarde del manicomio del hospital. Fue una de las monjas más queridas y emblemáticas. Llegó a Almería para aumentar el número de religiosas, pues una epidemia de cólera había afectado a la plantilla de monjas.
En diciembre de 1910, la prensa revela que empieza a emplearse en el hospital el arsénico que salva, el llamado 606.
En 1936, las Hijas de la Caridad se ven obligadas a abandonar el hospital y también la Tienda Asilo, como bien señalaba Eduardo Vicente aquí en La Voz (Almería y las monjas de la caridad, 23 de diciembre de 2021). Unas se marcharon por el mar y otras se quedaron. Algunas, escondidas en casas particulares hasta el término de la guerra.
Llega la guerra y todo cambia. El bombardeo alemán desde el puerto, según el diario Adelante, ocasiona un auténtico calvario en la ciudad. El director del Hospital Provincial, Tesifón Sánchez, enviaba al periódico una relación de las personas asistidas por el brutal bombardeo nazi.
Entrada la democracia, aupada la descentralización del Estado, en 1984 comienzan los trámites para la cesión de la gestión del hospital a la JJAA. En 1990, la Consejería de Salud firmaba con la Diputación un acuerdo de uso, amplificado en 2006 con un nuevo convenio.
Pero aunque la Junta declaraba el hospital Bien de Interés Cultural -BOJA 147, 2007-, su entrega a la Diputación en 2014 forma ya parte de la crónica fotográfica en blanco y negro de Almería. En una caja de zapatos había decenas de llaves -inenarrable debió ser la cara de Gabriel Amat cuando vio aquella escena-. Como impagable fue la primera visita al edificio de Javier Aureliano García con los técnicos de Fomento. En aquel BIC, un tétrico guantazo de realidad. Dicen las malas lenguas que no fueron pocos los sustos y miedos que han sufrido algunos trabajadores durante las rápidas obras de rehabilitación realizadas por la Diputación de Almería. Daba miedo encontrarse solo en aquellas estancias de techumbres caídas, de cables colgantes en zonas protegidas, de losas descolgadas, de balaustradas cuarteadas, de paredes agrietadas, de suelos con malas hierbas en su patio central, de habitaciones con inodoros apilados, de vigas destrozadas, de pórticos ataladrados.
En 2017, septiembre, comienzan los trabajos. En cinco años, aquel viejo esqueleto ha pasado a ser un ejemplo más que decente de cómo una intervención pública puede recobrar la dignidad de una provincia, una ciudad y todo un barrio.
Es solo el inicio. El Museo del Realismo será otra cosa. Es la posibilidad, por primera vez, de que alguien pague ex profeso por venir a Almería a contemplar arte de primer nivel mundial. Del realismo tétrico al realismo mágico.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/250273/el-hospital-provincial-una-historia-repleta-de-mitos-leyendas-y-sucesos