Federico García Maroto, una vida en el ámbito de la Biotecnología (1)

Doctor en Biotecnología y profesor de la Universidad de Almería, hace balance de su trayectoria

Federico  García Maroto, en la  Universidad de Almería.
Federico García Maroto, en la Universidad de Almería. Guillermo Fuertes
Remedios Fernández
10:19 • 24 ene. 2023 / actualizado a las 10:31 • 24 ene. 2023

“Siempre me ha atraído eso de intentar conocer cómo funcionan las cosas”, dice Federico García Maroto, y mira a su alrededor los aparatos del laboratorio. “De niño tenía a mis padres desesperados porque desmontaba todos los aparatos que encontraba para saber cómo funcionaban... ¡Incluso, tuve un laboratorio de Química! Y a veces pienso que mi amor por la Bioquímica viene de esa misma idea: averiguar cómo funcionan las cosas, solo que, en este caso, aplicado a cómo funciona la célula, a nivel molecular, en lo más básico...”.



Federico es de Granada capital, pero también vivió mucho tiempo en Motril. Su abuelo quería que fuera para notario, pero él sentía el gusanillo de la Química en su interior, y dudaba. Y el verano justo antes de que tuviera que echar los papeles para escoger carrera, ocurrió algo que lo marcó. “Cayó en mis manos un número de ‘Investigación y Ciencia’, que yo compraba casi religiosamente, y salía un monográfico sobre el origen de la vida”, recuerda. “Y precisamente había un artículo de Severo Ochoa, el premio Nobel español, sobre el descubrimiento del código genético. Y dije: esto es lo mío, a mí me gusta la Bioquímica...”.



Pero en aquella época no existía la carrera, había que hacer tres años de Química, y luego la especialidad, en Madrid o Barcelona. “Así que me fui a la Universidad Autónoma de Madrid, a especializarme en Bioquímica”, dice. “Y allí ya fue donde luego hice la tesis doctoral, precisamente, en el laboratorio de Severo Ochoa, en el Centro de Biología Molecular, CSIC-UAM”.



Experiencia



“Fue una experiencia muy bonita, como un sueño hecho realidad”, afirma. “Ochoa era una persona amable, pero seco, el típico asturiano, pero le veías mucha humanidad... Y, sobre todo, una perspicacia, un saber hurgar en las cosas y separar la paja de lo superfluo... Impresionante. No teníamos una relación muy directa, claro, porque quienes dirigían nuestras tesis eran sus discípulos, pero él sí estaba siempre al tanto, y hablaba de vez en cuando con nosotros...”.



En este período su investigación se centró en el estudio de la síntesis de proteínas en la mosca Drosophila, en un sistema clásico de regulación bajo condiciones de estrés térmico, explica Federico. “Los datos obtenidos nos llevaron a proponer un modelo que explica la síntesis preferencial de las proteínas de choque térmico, basado en la inactivación de factores proteicos de reconocimiento de la estructura ‘cap’ del mRNA. Los resultados fueron publicados en revistas de prestigio, como J. Biol. Chem. y Mol. Cell. Biol”.



Luego Federico hizo su primer post doctorado. “Tuve la inmensa fortuna de hacerlo en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de la Politécnica de Madrid, en el laboratorio del profesor Francisco García Olmedo, para mí otra de las mentes más brillantes que ha habido en España. Además, fue una época muy interesante, pues fue cuando empezó a despegar la ingeniería genética”.



Nuevas técnicas

En esa época, principios de los 90, se empezaron a cortar las moléculas de ADN, a pegarlas, meterlas en bacterias, hacer que produjeran proteínas... “Eran los rudimentos, digamos”, dice. “Y, además, me vino muy bien, pues mi tesis doctoral fue muy bioquímica, sin herramientas genéticas, o técnicas de corta y pega de ADN. Y yo tenía mucho interés en adquirir esas técnicas”.


Allí Federico pasó a trabajar con plantas, que es un mundo completamente distinto, explica. “Pero me gustaba mucho, y ya continué en ese camino, haciendo biología molecular, ingeniería genética, usando esas herramientas aplicadas a distintos temas...”.


Su segundo post doctorado fue en el Instituto Max Planck de Colonia, Alemania, en el laboratorio del profesor Wolfgang Rohde. “También fue un sitio impactante”, sonríe. “Cómo se organizaba la investigación, cómo es un instituto de investigación bien montado, con grupos potentes... Eran los años 1991-92, y tuve la fortuna de entrar en un buen momento de la línea de investigación que había. Hicimos un trabajo en el que estudiamos diversos factores de transcripción implicados en desarrollo vegetal. Incluso publicamos en la revista Nature, reportando la identificación del gen responsable de la mutación ‘hooded’ que afecta al desarrollo de la espiga de la cebada. Allí mostramos que ese gen codifica un factor de transcripción de tipo homeobox, y fue el primer caso descrito de un gen homeótico que determina la orientación de la flor dentro de la inflorescencia”.


Lípidos

Luego Federico volvió a la Politécnica de Madrid, sacó la plaza de profesor titular, y estuvo allí tres años. “Estaba a gusto, pero desde el punto de vista personal, la familia y eso, Madrid es una ciudad complicada. Hubo una decisión crítica, salió una plaza en Almería, mi esposa es de aquí... Y nos vinimos”.


Era el año 1996, y el campus almeriense estaba aún dando sus primeros pasos como Universidad. “Mis compañeros de Madrid me dijeron que me iba a una plaza en la playa...”, recuerda y vuelve a sonreír. “Pero no me arrepiento para nada. Al principio fue complicado, claro, pero conocí a Diego López Alonso, y en el año 2000 formamos el grupo de investigación Biotecnología de Productos Naturales, del cual he sido responsable hasta la actualidad..., y hemos estado haciendo cosas muy diversas, siempre relacionadas con temas de biosíntesis lipídica en plantas”.


El ámbito de los lípidos lo han tocado en muchos aspectos, explica Federico. “Por ejemplo, en plantas superiores, como el ricino, la planta que acumula más cantidad de un ácido graso determinado, el ricinoleico, en su semilla. Hicimos un trabajo muy interesante de ciencia básica, digamos, en este tema, intentando entender cómo esa planta es capaz de acumular tanta cantidad de este ácido graso tan importante”.


La planta de ricino es muy interesante desde el punto de vista industrial, dice Federico, pues su aceite tiene muchas aplicaciones en la industria química. “Este fue un tema de investigación importante”... (Continúa).


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