El boxeo llegó a ser tan importante como el fútbol en los años de la posguerra. Se corría detrás de una pelota en cualquier descampado, sin que hicieran falta grandes instalaciones, y los jóvenes hacían guantes en cualquier solar de barrio, hasta en las azoteas de las casas.
Había hambre, las restricciones marcaban el pulso diario de la gente y el boxeo fue una escapada para muchos jóvenes que soñaban con la posibilidad de convertirse en héroes, aunque fuera por un día, y de llevarse a su casa un pequeño sueldo para esquivar las necesidades más urgentes. Juanito Cid, uno de los grandes de aquel tiempo, contaba que la primera vez que se subió a un ring de verdad se llevó una bolsa de seis duros, la misma que le entregó a su madre para que pagara la cuenta que tenía en la tienda y para poder salir adelante un par de semanas. Los que peleaban con frecuencia, los que ganaban más combates, alcanzaban la gloria provincial y en la cresta de la ola se permitían el lujo de hacerse un traje a medida y de sentarse todas las tardes a merendar en el café de moda del Paseo.
El boxeo estaba presente a diario en las páginas del Yugo, a la misma altura que el fútbol y el ciclismo, que estaban en la lista de los deportes más populares. En el Olimpo de los elegidos un cocinero se codeaba con un cargador de la alhóndiga y un empleado de zapatería con un funcionario del Matadero. Se vestían de corto, se ponían los guantes, se cubrían con el batín, se subían al cuadrilátero y se convertían en ídolos de la afición, en gente importante.
Los años de la posguerra nos dejaron un ejército de pequeños héroes que llenaban las gradas de las terrazas de cine en las veladas de boxeo: Juanito Cid, Górriz, Mora, los hermanos González, Nieto, Joselito, Ortiz el ‘Invencible’, Juan Rodríguez ‘el Pulga’, Las Heras, Juan Ruiz ‘el Salvaje’, ‘El Tiendas’, al que los aficionados del Barrio Alto le llamaban ‘el Hércules de bronce’...
Se jugaba al fútbol en cualquier descampado, aunque fuera una cuesta, y se boxeaba en cualquier local, hasta que llegaba el momento de presentarse ante el gran público, de salir en los carteles y en la prensa y formar parte del espectáculo que entonces tenía como escenarios las terrazas de los cines.
Almería fue durante décadas una ciudad de terrazas de verano, que cuando llegaba el mes de octubre y se terminaba la temporada tenían que reinventarse, una veces ofreciendo bailes y otras transformándose en auténticos templos del boxeo.
Al acabar la guerra civil, el Madison Square Garden de los almerienses era sin duda la Terraza del Tiro Nacional, a la entrada de la Avenida de la Estación. Terminaba el verano, se acababan las sesiones nocturnas de cine y las verbenas de feria y se montaba el ring para recibir a los valientes púgiles que iban en busca de la gloria.
También se organizaban reuniones boxísticas en la Terraza Apolo, donde hoy está el Gran Hotel. Era un gran escenario que lo mismo se utilizaba para bailes, para instalar un tiovivo, para jugar partidos de baloncesto que para boxear. Fueron los años dorados de la Terraza España, un amplio solar enfrente del actual instituto Celia Viñas, que daba a la calle Eguilior y a la Rambla.
Otro escenario de cine donde se llegaron a celebrar combates fue la Terraza Liszt, que en el verano de 1958 abrió sus puertas al final de la calle Alcalde Muñoz. También hubo boxeo en la Terraza Imperial del Paseo de Versalles y en la Terraza Norte, que estaba un poco más arriba, cerca del Paseo de la Caridad.
Juan Asensio alquilaba la Terraza Moderno, detrás del Ayuntamiento, para organizar combates y para que se entrenaran los púgiles, allá por los años sesenta. En esa misma época apareció otro recinto que acabó convirtiéndose en un templo del boxeo, la Terraza Albéniz, al otro lado de la Rambla, cerca del puente de la Estación. Allí, el seis de enero de 1966, el mítico José Legra le dio un buen repaso a nuestro héroe local, Juan Rodríguez ‘el Pulga’.
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