Almería se prepara para tormenta, y en el campus de la Universidad se siente ya el viento. En su despacho del laboratorio de Biotecnología de Productos Naturales, Federico García Maroto mira por la ventana. “Estoy a punto de jubilarme”, dice, “pero la verdad es que trabajar aquí es un lujo...”.
Doctor en Bioquímica y catedrático de la UAL, investigador de amplia trayectoria, hace recuento del camino recorrido y sonríe a menudo, sin nostalgia, cuando recuerda cuánto ha cambiado todo en esta ciencia que siempre lo ha apasionado.
Vamos por los años 2000, cuando, fundado el Grupo de Investigación Biotecnología de Productos Naturales en la UAL, desarrollaban proyectos, “sobre todo, relacionados con la biosíntesis lipídica en plantas”, explica, “no centramos en el estudio molecular de desaturasas y aciltransferasas que llevan a cabo la síntesis e incorporación de ciertos ácidos grasos con interés industrial a las moléculas de triacilglicerol que forman los aceites”.
Fue una contribución muy relevante “al conocimiento de los mecanismos que permiten la incorporación preferencial en el aceite de semillas de ricino del ácido ricinoleico”, afirma, “sin duda el ácido graso más importante en cuanto a aplicaciones industriales: lacas, pinturas, biodiesel... Queríamos averiguar cómo el ricino era capaz de producir tanta cantidad de ese aceite especial, para luego obtener los genes implicados e introducirlos en otras plantas más adecuadas”.
Porque el ricino tiene varios problemas. “Tiene ciertas proteínas en el polen y en la semilla que producen unas alergias tremendas en los trabajadores; y, por si fuera poco, contiene la ricina, el veneno biológico más potente que existe”, apunta Federico. “De modo que la idea era conocer un poco los genes que están implicados en ese metabolismo lipídico, para trasladarlos a otras plantas oleaginosas más fáciles de manejar, digamos”.
Microalgas
Posteriormente, el interés del grupo se centró en las microalgas, y han participado en proyectos dirigidos al incremento del contenido lipídico de estos organismos, utilizando herramientas de ingeniería genética. “En la UAL ya había un camino trabajado en el campo de las microalgas, por la influencia de Emilio Molina Grima”, afirma Federico. “Nuestra idea fue, en principio, aumentar el contenido de aceite de las microalgas, pues aunque tienen una productividad de aceite muy alta, éste es aún muy caro para poder utilizarlo, por ejemplo, como biocombustible”.
“Y eso lo conseguimos en la Tetraselmis, una microalga que, ya de por sí, es una buena productora de lípidos. Hicimos ingeniería genética, introduciendo una serie de genes con los que habíamos trabajado antes, precisamente en plantas superiores, y conseguimos aumentar a más del doble su contenido de aceite. Eso fue un hito muy interesante, publicado en The Journal of Applied Phycology”.
También establecieron una colaboración con el grupo de la doctora Rosa León, de la Universidad de Huelva, “una de las mayores especialistas que hay en ingeniería genética de microalgas”, dice Federico. “Y desarrollamos un proyecto muy interesante para fabricar vacunas frente a un nodavirus que infecta peces. Se trataba de modificar genéticamente las microalgas para que produjeran unas proteínas virales, de modo que la alimentación con estas microalgas inmunizara a los peces de piscifactorías”.
Malaria
Recientemente, a partir de la incorporación al grupo de los profesores José Antonio Garrido y Concha Mesa, la investigación se ha reorientado a la obtención de vacunas recombinantes para el tratamiento de la malaria, aprovechando para ello la experiencia acumulada a lo largo de años de trabajo con diversos sistemas de expresión de proteínas.
“Es un camino duro, pero muy interesante”, dice Federico. “Este es un tema totalmente nuevo, distinto a lo que ha hecho el grupo, y estoy intentando aportar mi experiencia, pues al final son sistemas experimentales que conozco, con lo que he trabajado. Los genes son distintos, los objetivos son distintos, pero la metodología es parecida”.
Esta línea ha comenzado a dar sus primeros resultados con la publicación de un trabajo en la revista Genes. “Allí se hace un estudio sobre la evolución del gen CyRPA de Plasmodium vivax en poblaciones humanas”.
Federico pasea la mirada por el laboratorio, y continúa haciendo balance de los proyectos en que ha participado en estos años. “Por ejemplo, en un estudio sobre la evolución de los taginastes canarios en colaboración con el doctor Pablo Vargas, del Real Jardín Botánico de Madrid”, apunta. “O la descripción de una nueva especie de Saxifraga en la Sierra de Filabres. O el análisis de complejos de rutenio con propiedades anticancerígenas, en colaboración con el profesor Antonio Romerosa...”.
Revolución
La Biotecnología es un ámbito científico en el que se ha vivido una revolución, en las últimas décadas. “Un desarrollo exponencial”, admite Federico. “No solo se nota en el desarrollo de equipos más potentes como los de secuenciación genética masiva, sino también en las herramientas de laboratorio más básicas, que han cambiado mucho. Es muy llamativo el paso del ‘hágaselo usted mismo’, busque los ingredientes y los procedimentos que necesita, a ‘cómprese un kit’. Una cajita donde te viene el protocolo con los pasos que tienes que hacer, los reactivos, y todo se hace en un pispás”.
El cambio también ha venido a nivel informático. “Las fuentes de información, por ejemplo”, dice. “Antes, acceder a la literatura científica era un auténtico quebradero de cabeza. Ahora todo es muy sencillo. Y los programas informáticos. La capacidad de predicción que tienen los algoritmos informáticos hoy en día es cada vez mayor. A partir de una secuencia de nucleótidos, o de aminoácidos, en los últimos años ya se puede conocer la estructura de una proteína. Eso parecía impensable, por lo difícil que era predecir la disposición en el espacio de los átomos de una molécula tan compleja ...”.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/251399/federico-garcia-maroto-una-vida-en-el-ambito-de-la-biotecnologia-2