Al llegar a la Plaza del Quemadero se abren tres caminos: el que se interna en el barrio de la Fuentecica, pegado al cerro, el que se abre a la derecha y desemboca en el barrio de la Caridad y el cortijo de Fischer, y el que sigue recto hacia el norte tomando la actual calle de Largo Caballero, antiguo Camino de Marín.
Subiendo la calle parece imposible encontrar alguna huella de lo que fue aquel paraje de senderos, cortijos, pozos y huertas hace sesenta años. Las aceras se fueron llenando de edificios sin orden ni concierto, componiendo un paisaje desolador. Sin embargo, a mitad del camino aparece, como un oasis en medio del desierto, una hermosa vivienda con una puerta monumental, dos grandes ventanas y un sótano. Sobre el dintel de la entrada destaca una losa con una inscripción: “Villa Esperanza. Año 1934. J.P.Q.” Las iniciales son las de su propietario y fundador, el maestro y contratista de obras José Pozo Quesada.
En 1934 la familia Pozo estrenó aquella vivienda sobre el solar del viejo cortijo, una casa moderna con jardín, que en los años de la guerra civil se convirtió en un refugio para muchas familias que ante el temor de los bombardeos huían del centro de la ciudad buscando la seguridad del sótano de la casa del contratista.
En su origen, la casa formaba parte de una gran finca donde se cultivaban las huertas más fértiles de la ciudad, regadas con el agua de un pozo que apareció en 1932 y a la que se le atribuían propiedades milagrosas. Se decía que era mano de santo contra el estreñimiento y que mejoraba a los que padecían del hígado. Como la demanda fue grande se instaló un depósito para la venta en el número dos de la calle de Santa Ana con la oferta de cinco céntimos el cántaro de diez litros. Los clientes llegaban desde el centro de la ciudad y desde los cortijos de la Rambla de Belén a comprar el preciado elemento.
La finca de Villa Esperanza, como así se llamaba, llegaba por el norte hasta el paraje del Morato y ocupaba una amplia extensión de terreno de cultivo y de cuevas. Eran célebres en la ciudad las patatas de Villa Esperanza y el lavadero donde las mujeres del Quemadero iban a diario a lavar la ropa.
De lo que fue aquella finca hoy solo queda en pie la vivienda familiar y una plaza que lleva el nombre de José Pozo Quesada, en agradecimiento a su altruismo, ya que la urbanización posterior de todos aquellos terrenos partió de la generosidad de su propietario a la hora de donar los solares.
¿Quién fue aquel personaje que con su patrimonio y su esfuerzo tejió un barrio completo? José Pozo Quesada llegó a ser uno de los personajes de moda de su tiempo. Su prestigio fue creciendo cada año que pasaba, hasta convertirse a finales de los años veinte en el contratista de referencia en Almería. Tan célebres como sus cuadrillas de trabajadores eran las patatas que criaba y vendía en su cortijo del Camino de Marín y el agua que manaba del pozo de su finca.
En aquellos años uno de los grandes anhelos de la ciudad para crecer urbanísticamente y dar trabajo a los obreros, era la construcción del barrio marítimo de Ciudad Jardín. Si los almerienses se frotaban las manos con aquel proyecto, José Pozo Quesada soñaba con ser el elegido para llevar a cabo los trabajos.
Por fin, el 25 de abril de 1930, la empresa promotora del proyecto acordó adjudicar las obras de la llamada Ciudad Jardín Reina María Cristina al prestigioso contratista almeriense.
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