Hubo un tiempo en Almería en el que para ahorrar un verdadero capital como emigrante había que hacer las américas. No importaban los sacrificios para los indianos si después volvían con plata suficiente a su tierra natal para montar un negocio y comprarse un Chévrolet; no importaban los mareos de la travesía, el duro suelo de las cuadras para dormir, ni los gritos del patrón a quien servían. Había una ilusión colectiva entre los barbilampiños de la provincia de finales del XIX por lanzarse a ver mundo y a prosperar.
Los vapores con destino a la Argentina, al Brasil o a Venezuela se anunciaban a diario en los periódicos de la época en grandes letras impresas. En uno de esos se embarcó un día ya lejano Eduardo Romero Valverde junto a varios de sus hermanos, los mismos que después fundarían Casa Romero, uno de los más encopetados emporios empresariales del siglo XX almeriense.
Este Romero trotamundos inició su aventura exterior en Londres y en el puerto de Le Havre, en Francia. Durante 19 años fue el representante de los vinos de Jerez y adquirió un gran conocimiento comercial y de idiomas. Después, ya en Argentina, los hermanos tomaron la representación de los Almacenes Lafayette de París, se hicieron de dinero y volvieron a Almería a fundar la sociedad Romero Hermanos, tras cruzar catorce veces el océano, recordaba uno de los nietos, Eduardo Landín Romero.
Aún en Buenos Aires, se había casado Eduardo por poderes con una alicantina, hija del barítono Carbonell, con la que tuvo una hija y un hijo, ya nacidos en Almería, éste último muerto en la gripe de 1918. La Casa Romero prosiguió la actividad de exportación de uva iniciada de forma individual por el patriarca de la saga, un gaditano de Ubrique llamado Fausto Romero de Torres que apareció en Almería a mediados del siglo XIX y que gustaba de dar conferencias en el Ateneo sobre estrategias de comercio. Los hijos fundaron la compañía Romero Hermanos en 1917, aunque funcionaba desde 1902 como sociedad regular colectiva. Empezaron exportando uva a La India y después compraron parrales en producción en Bentarique, Gádor y en Cortijo Blanco. El almacén de barrilería estaba frente al puerto, junto a la casa Ferrera y eran también consignatarios.
En esa época se vivió la edad de oro de la exportación de uva. Operaban en Almería los Spencer y Roda, López Guillén, Sánchez Entrena, González Egea y Adolfo Viciana, entre otros, que conformaban los grandes capitales de principios de siglo en una ciudad cada vez más británica y colonial en las costumbres de la clase opulenta urcitana.
Romero, sin embargo, emprendió, adelantándose a su tiempo, el camino de la diversificación de actividades para minimizar riesgos. La sociedad empezó a comercializar azufre, que se empleaba como fungicida para el tratamiento de las parras. Primero lo traían de Argelia y después arrendaron una mina en Benahadux, a una compañía inglesa, la Tygon, y compraron la refinería de azufre -la magnesita- de la que aún quedan restos junto a Canal Sur. Entraron también en la distribución de productos farmacéuticos en Almería y Granada, con un almacén en la Plaza de San Pedro.
Romero se convirtió en un poder económico en la Almería de las primeras décadas de siglo XX y se hizo distribuidor de la compañía petrolífera Shell y después, el ministro de Hacienda, José Calvo Sotelo, le dio la concesión del monopolio de petróleo de la Campsa en Almería, con factoría en el martillo del Muelle y luego en la Avenida de Montserrat.
Eduardo Romero Valverde fue vicecónsul de la República Argentina en Almería, del Gobierno español en el puerto francés de Le Havre -le sustituyó Atilio Constanzo- Caballero de la Orden de Carlos III y proveedor oficial de uva de la Casa del Rey Alfonso XIII. Fue, así mismo, vicepresidente de la Cámara de Comercio y presidente del Casino.
Romero compró la Casa de la Peña a Adolfo Viciana, donde estaba instalada la sociedad recreativa del mismo nombre. Allí estuvieron las oficinas de López Guillén. Tras la Guerra Civil, Eduardo y sus hermanos abandonaron la actividad uvera después de haber comercializado millones de toneladas en el mercado de Covent Garden, en Londres. Era ya una actividad muy incierta porque el exportador tenía que comprar a precio fijo y venderla a subasta. Empezaron a tomar el relevo otros exportadores como Navarro Moner, Fernando Vizcaíno, Simón Cano y Fermín Enciso, de Berja, después empezaron las cooperativas. Tras la muerte de Eduardo Romero, la sociedad entró en nuevos negocios: la concesión de la venta de billetes de la Waggonlit Cook, compañía internacional de coches camas y el concesionario de Seat. Los primeros modelos llegaron en barco, y había que estar en lista de espera un año. El otro concesionario de la época fue Modesto García Ortega. Eduardo Romero falleció en 1951, a los 77 años, dejando tras de sí una estela de hombre decidido y emprendedor nato, habiendo levantado la segunda mayor empresa de Almería de la época, con 500 empleados, tras la fábrica de Antonio Oliveros. Sus herederos mantuvieron hasta hace poco la razón social Romero Hermanos, dedicada a la gestión del patrimonio.
La saga de los Romero echó raíces para siempre en Almería, desde que el gaditano, Fausto Romero de Torres, emparentado con los Álvaro Domecq, decidió a mediados del siglo XIX llegar hasta esta seca provincia en un carromato para dedicarse al comercio.
Se casó con Natalia Valverde Ojeda, de Ugíjar, y sobrina del Deán de la catedral, con la que tuvo nueve hijos: Concepción, que se casó con el primer director de la Escuela de Artes, Carlos López Redondo; Eduardo, el de la foto de arriba, que fue uno de los fundadores de Romero Hermanos, tuvo una hija, Natalia Romero Carbonell, madre de Eduardo y Federico Landín Romero. El marido de Natalia, Landín, originario de Pontevedra, era médico militar. El resto de fundadores de la sociedad fueron Enrique, Leopoldo y Fausto (que se casó con Rosa Miura, hermana del famoso ganadero). Estos dos últimos se escindieron con el tiempo del negocio. El resto de hijos del patriarca eran Carmen, que fue monja, Natalia, Julio, que se trasladó a Madrid y Guillermo, que se quedó en Argentina. Fue accionista también de la sociedad Emilia Ochotorena, viuda de Enrique Romero Ramos.
Cinco generaciones se han ido sucediendo ya desde la llegada a Almería del patriarca, aquel vinatero jerezano, que llegó en una tartana, llamado Fausto Romero de Torres.
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