Anoche, a las doce en punto, se encendieron las luces del Real de la Feria más famosa del mundo, la Feria de Abril de Sevilla, una semana que a nadie deja indiferente: a la inmensa mayoría favorable e incluso a quienes no se sienten atraídos por esta tradicional manifestación de alegría, luz y color que traspasa nuestras fronteras. Desde va a hacer cuarenta años he vivido con ilusión y a veces con un punto de cansancio esta Feria sin parangón que atrae a las multitudes como el más genuino reclamo de Andalucía, sus bailes, sus cantes y su folklore en general. Hay sevillanos más partidarios de las celebraciones de Semana Santa y otros literalmente apasionados por la Feria de Abril, sus casetas, su paseo de caballos y enganches, y en resumidas cuentas por todo lo que comporta como fiesta de los sentidos esta secuencia de siete días de diversión y jolgorio del bueno.
Cuando cada año se encienden en el Real de los Remedios la portada y los farolillos no dejo de acordarme de tanto y tan buenos abriles disfrutados año tras año en compañía de familiares y amigos, entre los que destaco a una personalidad única, ya fallecida, gran animador de las tradiciones sevillanas: Rafael Álvarez Colunga, presidente que fue de la Confederación de Empresarios de Andalucía, gran emprendedor e impulsor de iniciativas que siempre arrastraban a mucha gente. Idea suya fueron la recuperación de las mejores tradiciones de la cultura popular andaluza como la Exaltación de la Saeta en vísperas de Semana Santa y la Exhibición de Enganches en la Real Maestranza, por citar solo dos de las que más tono dieron a las respectivas semanas feriadas de la capital de Andalucía. Y otras muchas actividades culturales y populares a las que prestó todo su entusiasmo y dedicación.
La universalidad de la Feria de Abril es incuestionable. No solo arrasa entre las gentes de Sevilla, sino que sirve de modelo a numerosas fiestas locales en cientos de ciudades y pueblos de toda España. Con simultaneidad cronométrica, Barcelona celebra desde hace medio siglo la suya muy particular, emulando en el Parque del Fórum las características que son señas de identidad de los miles y miles de andaluces que residen en Cataluña, afirmando así cada primavera la españolidad de aquella histórica Comunidad integrada en nuestra nación hasta en sus costumbres más señaladamente típicas y populares.
Muchos sevillanos pata negra sienten nostalgia de la Feria de hace años cuando en el Prado de San Sebastián se convivía casi en familia sin las multitudes que hoy desembocan en los Remedios que desde 1973, hace justo medio siglo, es el gran plató para una ciudad que durante una larga semana ni duerme ni quiere dormir. La inmensa popularidad de la Feria de Abril, su gran atractivo turístico, es como si Ortega y Gasset hubiera escrito una nueva rebelión de las masas. Hay mucha gente, demasiada gente, lo que hace especialmente incómoda una fiesta en la que a veces es imposible llegar a tiempo a la cita prevista. Y el embotellamiento permanente de la calle dificulta una de las costumbres más antiguas: ir a visitar a los amigos en otras casetas, asimismo atestados sus accesos por el gentío. Esta irrupción de la muchedumbre, especialmente notoria en la última Semana Santa –también en Almería- va in crescendo hasta extremos insoportables. Estos últimos Jueves y Viernes Santo era de todo punto imposible alcanzar la plaza de la Alfalfa, la del Salvador, la calle San José o Molviedro, el Arenal, la Capilla de los Marineros o el entorno de la Macarena, donde auténticas legiones de hombres, mujeres y niños aguardaban la salida o la entrada de sus cofradías favoritas. Semejante situación se da en el recinto ferial, sometido a tal presión humana que las autoridades municipales no descartan en ir pensando otra ubicación próximo futura para este evento anual que pone a reventar las costuras de Sevilla. Pero también desde hace la tira se viene diciendo que la carrera oficial no admite ni más cofradías ni más nazarenos. Y ahí siguen desfilando ante nuestros ojos cada vez más y más.
Pero la Feria que hoy se estrena sigue y supera todas las dificultades. Seguramente ya había problemas, ciertamente de otra índole, cuando se dejaron oir por primera vez estas sevillanas: ¡Viva Sevilla y olé!, que desde que las cantara gloriosamente Imperio Argentina en 1934 constituyen la banda sonora de la Feria de Abril, algo así como un himno oficioso gracias a su pegadizo estribillo y a un soniquete que a todo el mundo le hace recordar Sevilla en primavera. Juan Quintero y Florián Rey hicieron esas letrillas que desde hace noventa años no han podido ser desbancadas por ningunas otras sevillanas de baile. Un auténtico monumento sonoro que quedaría incompleto si no se rematara de esta guisa: ¡Viva Sevilla y olé, viva Triana!
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