La iglesia de San Antonio ha entrado también en la lista de nuevos edificios protegidos. Detrás se extiende una larga historia que se inició en los tiempos de la República cuando empezó a ejecutarse el proyecto de la nueva barriada y que culminó en los primeros años de la posguerra, cuando se retomaron los trabajos.
La iglesia formaba parte del núcleo del barrio de Ciudad Jardín desde que fue concebido. La plaza más amplia y la mejor comunicada se reservó para el templo, que empezó a construirse en 1945. A pesar de estar considerado como el edificio público principal del barrio, fue uno de los que más sufrieron el problema del polvo del mineral que transformó aquella zona de la ciudad en un paisaje fantasmagórico durante años. En el mes de febrero de 1955, cuando el templo se vistió de gala para la bendición del Altar Mayor donado por don Antonio Oliveros Ruiz, propietario de los talleres Oliveros, tuvieron que mandar a los bomberos para que durante varias días le devolvieran a la fachada su color original, ya que estaba completamente tiznada. El maldito polvo de férrico se había colado hasta las entrañas de la iglesia, cubriendo con una pincelada oscura hasta las imágenes sagradas.
La actuación del cuerpo de bomberos adecentó la casa de Dios para que el sábado 12 de febrero de 1955 se pudiera bendecir el nuevo sagrario. En la ceremonia estuvieron presentes casi todos los trabajadores de la fábrica de Oliveros, que habían participado en la construcción del Altar Mayor, bajo la dirección del maestro José Gálvez Puertas.
El problema del mineral fue una pesadilla no solo para la iglesia, sino para todo el barrio. Si soplaba el viento de poniente, el polvo del mineral de hierro que transportaban los trenes hasta el embarcadero caía como una lluvia sucia y pegajosa sobre el barrio del Tagarete y la Vega. En los días de levante intenso, el polvillo se extendía como una niebla oscura por Ciudad Jardín, Las Almadrabillas y llegaba hasta la zona de Oliveros y el Parque. Había días insoportables en verano, cuando al inconveniente natural del calor y el viento, se unía la invasión de polvo de mineral y el olor a podrido que salía de las chimenea de la Celulosa, la fábrica de papel.
Desde que la Compañía Andaluza de Minas levantó el embarcadero de mineral de hierro junto a la playa de San Miguel, la ciudad tuvo que aprender a convivir con el fatídico polvo que le daba a las calles y a las casas el aspecto de aquellos poblados mineros del norte que veíamos en las películas. Desde lejos, las viviendas parecían casas de chocolate y hasta los árboles aparecían disfrazados con una capa marrón.
Cuando en 1947, la iglesia dedicada a San Antonio estuvo terminada, el barrio no sufría solamente por culpa del mineral, sino porque los alrededores estaban aún por urbanizar y las boqueras le daban un aspecto más rural que urbano, como si hubieran plantado una ciudad en medio de la vega.
Cuando el arquitecto Guillermo Langle proyectó las obras de Ciudad Jardín sabía que uno de los principales problemas que tendría que solventar era el de las boqueras que formaban parte del paisaje de la nueva barriada. En octubre de 1944, cuando los trabajos habían entrado en su fase definitiva y el barrio era ya una realidad, una tormenta con abundante lluvia provocó la salida del río y que se desbordara la temida boquera ‘de los Caballos’, que circundaba los terrenos de la Ciudad Jardín. Las calles se inundaron con una capa de barro, formándose una corriente de aguas turbias que llegó hasta el camino que iba hasta la fábrica de gas.
En enero de 1945 se empezó la pavimentación de calles y plazas con hormigón mosaico de adoquín, idéntico al pavimento que existía entonces en la Puerta de Purchena, y en junio de ese mismo año la Sociedad Hidroeléctrica del Chorro empezó a instalar el alumbrado eléctrico.
A la iglesia, que estaba en construcción, se unió un edificio público fundamental para darle vida al barrio, el de la escuela. En diciembre de 1945 el Ayuntamiento acordó destinar seis viviendas protegidas de la barriada para alojamientos de los maestros destinados al nuevo grupo escolar, y dio el visto bueno al anteproyecto de construcción de un paso subterráneo que uniera la Ciudad Jardín con el centro de Almería por debajo de la Estación del ferrocarril, una obra que nunca llegó a realizarse.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/256249/la-iglesia-de-los-angelitos-negros