La verdad no importa y además estorba. El cambio climático nos pilla sin soportales, sin sombra, sin árboles y “sin ganas de ná”. Hace 50 años, en 1997, se firmó el Protocolo de Kioto, que instaba a los países a reducir los gases de efecto invernadero y se dijo que, de no hacerlo, para el 2030 necesitaríamos dos planetas para atender las necesidades de la población mundial.
Pero las decisiones son impopulares, por eso desde los gobiernos se ha estado mirando para otro lado y, a la vez, cruzando los dedos, soñando que las previsiones no fueran verdad. No han tomado las decisiones que tenían la obligación de tomar para no enfadar a los votantes. Siguen como si no existiera el problema. Pero es que no hay elección, o vivir de otra manera o la muerte de muchos.
Desde Europa han venido fondos destinados a ayudar al cambio en las ciudades y a que los ciudadanos nos adaptemos a otras maneras de transportarnos o de vivir, y la ciudad que no lo haga estará exponiendo a la gente a más peligro. En la etapa de la pandemia ya hemos visto lo que era esencial: la salud, la sanidad, la alimentación y también la educación para sobrellevarla y tolerarnos entre nosotros.
Ahora tenemos poco tiempo y menos herramientas para enfrentarnos al peligro inminente de eventos climáticos extremos. El miedo hace que muchos no acepten la verdad y se aferren a teorías inverosímiles de manejo del cambio del clima por parte de gobiernos o a historias fantásticas sobre fumigaciones con yoduro de plata o implantes de chip a través de vacunas.
Nunca se vio a tantos cantamañanas en la tele. Estamos en la edad de oro de la conspiración. El gurú de cabecera es un tal Iker Jiménez, que tenía un programa de historias paranormales como espectáculo y que ahora produce un programa donde mezcla a los filántropos Soros o a Bill Gates como gestores de la mayor conspiración planetaria con la política negacionista de Vox.
Los científicos de la Agencia Española de Meteorología (AEMET) han sido amenazados muy agresivamente llamándolos criminales por decir la verdad sobre el desastre climático que se nos avecina. La gente quiere mensajes sencillos, y ante "complejidades tan enormes", mejor el "carpe diem" y que sea lo que Dios quiera.
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