La base militar Álvarez de Sotomayor (Viator) esconde un secreto. Lejos del bullicio del patio de armas, en algún lugar entre árboles y ásperos caminos de tierra y piedra, se levanta una pequeña finca vallada. Una casa de fachada ocre y una sola altura y una parcela de unos 200 metros cuadrados en la parte frontal.
El cortijo pasa desapercibido para la mayoría de las miradas, quizás como una estructura más en un extenso acuartelamiento lleno de barracones y edificios antiguos. Tampoco está en el campo de maniobras y tiro y ni siquiera tiene un tránsito frecuente. ¿Qué tiene esa finca? ¿Qué guarda en el interior del perímetro?
Una sección de la Bandera de Zapadores de la Brigada Rey Alfonso XIII se dirige a la zona para enfrentarse a un reto de preparación único en España... y probablemente en Europa. Un escenario tan real que estremece. Un ecosistema de trampas y explosivos. Un laboratorio terrorista clandestino que reproduce las constantes vitales de las amenazas en Irak, Afganistán o el Sahel, pero que recuerda también a aquella vivienda de Alcanar (Tarragona) que saltó por los aires antes de los atentados del 17-A en Barcelona.
“Hemos empleado mucho tiempo y esfuerzo para montarlo. El objetivo es que podamos adiestrarnos en condiciones lo más parecidas a las reales”, explican a LA VOZ, primer medio de comunicación en entrar en este laboratorio desde su creación.
El escenario es ‘obra’ del grupo de desactivación de explosivos de la BRILEG, conocido con las siglas en inglés EOD, con un enorme prestigio dentro y fuera de España por su trabajo en zona de operaciones. Ellos se juegan la vida para salvar la de otros compañeros y proteger a la población civil en lugares de Oriente Medio o África donde la guerra muerde cada día y el riesgo no es simulado.
Una sección de reconocimiento de la Bandera de Zapadores va a probar sus capacidades en esta joya del adiestramiento militar. Los legionarios se apostan en los alrededores para asegurar el entorno, parapetados en árboles a una distancia de tiro, frente a la puerta principal.
En la retaguardia, las labores de información han conseguido observar, al menos, una cámara oculta en la finca. Los terroristas vigilan desde el interior, mientras el exterior puede ser terreno minado. Cada paso cuenta.
Los zapadores, vanguardia legionaria, hacen volar el portón de la parcela, pero en el primer avance un plato de presión improvisado o quizás un cable oculto entre las hojas secas hace explosionar una carga. “¡A cubierto, a cubierto, herido, herido!¡Hazte un torniquete!”, gritan los zapadores antes de retirar al compañero a una zona segura.
Los legionarios irrumpen lugar en el interior, unos pasos más adelante y abaten a dos personas que salen armadas del laboratorio. Pero el lugar es una gran yincana de bombas, nadie puede bajar la guardia. A la derecha hay un vehículo con la serigrafía de un vehículo de las Naciones Unidas y una bañera. A la izquierda un montón de leña. Y en el centro, una especie de conducción natural hacia la casa, un sendero marcado que, en realidad, llama la atención de los ‘visitantes’. Algo así como “pasa por aquí”.
El químico
La preparación consiste precisamente en esto, en saber por dónde pasar y por dónde no. Hay que buscar hilos, tierra removida, materiales metálicos bajo la arena. Entra en juego el equipo EOD, que ha recopilado toda la información de sus compañeros. Todos los detalles importan.
El subteniente Alcón se coloca los 30 kilos de traje de los artificieros y accede a la finca repitiendo las pisadas del equipo EOR (reconocimiento). Cruza la puerta con una pistola en las manos. No sabe qué va a encontrarse. Un monitor para las cámaras, a la izquierda, un hilo de música árabe y carteles de grupos islamistas. A la derecha, una estancia separada por plástico. Hay frigoríficos, hay fertilizantes, hay explosivo casero y hay un químico oculto. El resto es secreto. Un secreto donde militares y cuerpos policiales se forman para salvar vidas.
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