Se fue hace unas semanas sin hacer ruido María Rosa Morales Torres, la farmacéutica de las Cuatro Calles, tras casi medio siglo a pie de mostrador, perenne entre sus clientes, en esa encrucijada de caminos del centro histórico de la ciudad. Porque Rosa era, además de una boticaria, una vecina atenta, siempre aconsejando cómo extender un ungüento, cómo administrar un colirio, cómo evitar el sudor de los pies. La farmacia de las Cuatro Calles -la botica, como a ella le gustaba decir- además de ser un establecimiento sanitario, ha sido y es un centro social del barrio, donde los vecinos se ven, se preguntan por la salud, se cuentan sus pequeñas novedades, las de los hijos, las de los nietos, mientras ella, Rosa, pegada al mostrador, escoltada por sus Manolos, se notaba que se sentía orgullosa cada vez que su farmacia se convertía a media mañana en eso: en un mentidero de cosas mundanas, las pequeñas cosas de cada uno de sus vecinos, de cada una de sus vecinas, que se deslizaban en su establecimiento entre unos que iban saliendo y otros que iban entrando por la puerta corredera de madera, tomándose la tensión, pidiendo aspirinas o pañales, contando un chascarrillo, quejándose de la lista de espera de los médicos. Como la vida misma.
María Rosa era granadina, pero graciosa como una almeriense. A esta ciudad llegó en 1976 para abrir la farmacia de las Cuatro Calles que entonces estaba en la esquina de enfrente, en Trajano con calle Real. Según refería, se vino de la ciudad de Los Cármenes porque quería ser independiente y abrió la botica en contra de su marido y de su padre, llegando a una capital en la que no la conocía nadie.
Después se desplazó a la otra acera, a su emplazamiento actual, en una casona de Eduardo Pérez, antigua calle del Cid, cuya fachada ella fue rehabilitando con primor hasta descubrir en la fachada el escudo de armas de la familia que la construyó allá por 1750. Eso la emocionaba, la enorgullecía, el tener su despacho en esa reliquia de vivienda. "Pasa pasa joven" -para ella, todos éramos jóvenes- mira qué maravillas que tengo aquí". Y enseñaba su escritorio antiguo, sus anaqueles, sus ilustraciones únicas de Dalí en un atril, sus flores repartidas en ramos preciosos por cada rincón de esa estancia.
El Ayuntamiento de Ramón Fernández-Pacheco le quiso hacer un homenaje a instancias de sus Manolos -Manuel Gómez y Manuel Fernández- sus mancebos, con casi 30 años con ella en la farmacia. Y ella, Rosa, se la ve en en esas fotos hechas por Juan Antonio Barrios, feliz como una perdiz, con sus labios pintados de rojo, con un ramo de flores entre las manos, con el alcalde entregándole una metopa como galardón por tantos años de buena praxis con los almerienses, con sus clientes, con sus amigos. Siempre tenía un caramelo para los niños, siempre tenía una palabra de alivio para los ancianos.
En la pandemia desapareció y ya casi no volvimos a verla, cada vez le costaba más aparecer por ese mostrador al que estuvo anclada 47 años, casi medio siglo, en el mismo lugar y a las mismas horas. Se ha ido María Rosa, la granadina que eligió Almería para vivir y para morir. El próximo viernes 30 de junio se celebrará en la Catedral una Misa por su eterno de descanso, por el alma, por el recuerdo, por la memoria de una vecina ejemplar.
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