El doctor almeriense Juan Morata Cantón, el hijo de una familia de comerciantes de telas de la calle Las Tiendas, avecindado en Madrid, salió el 18 de julio de 1936, como siempre, a las 9 de la mañana de su chalet de Chamartín de la Rosa para ir a su consulta de la calle Hortaleza. Se extrañó del hormiguero humano en la calle, todo el mundo yendo como de la ceca a la merca. Preguntó a uno de los cobradores de la clínica al verla vacía y le dijo “Hoy no vendrá nadie dicen que ha habido un levantamiento en Africa”. Cerró apenado su consultorio, que tanto le había costado conseguir, pensando que quizá no volvería a ver más a sus pacientes de la Iguala y salió de nuevo a la calle y a lo largo de los días siguientes, vio cómo se iba armando a la gente, cómo se registraban las casas, cómo todo el ambiente se enrarecía por momentos sin que nadie se aventurara a descifrar bien lo que estaba pasando, lo que terminó pasando.
Este Morata almeriense fue testigo directo de todo lo que pasó en esos años de plomo y trinchera, de odios y venganzas, también de sublimes gestos humanitarios, y sin embargo su memoria ha pasado desapercibida durante décadas de Franquismo y de Democracia en nuestra provincia.
Su historia, la de este muchacho despierto del centro de la ciudad, es la de un hijo y nieto de comerciantes de la calle Las Tiendas, que llegó, por su carácter templado, dentro de su filiación anarquista, a ser viceministro de Sanidad de la República, con la cenetista Federica Montseny, y secretario general del Comité Central de la Cruz Roja Española, en esos años guerracivilistas en los que su papel sanitario fue tan crucial. Antes de todo eso, Juan se había criado en la calles de Almería donde nació en 1899. Su abuelo, Melchor Morata Bascuña, casado con Rafaela Cano Céspedes, había llegado desde Vera a la capital para abrir un negocio de pañería llamado El Cisne que complementaba con su trabajo como fiel de báscula en el Puerto.
Melchor tuvo varios hijos, uno de ellos, Diego Morata Cano, canónigo de la Catedral, y otro Juan Morata Cano, que siguió con el establecimiento de venta de telas con el que nunca se hizo rico, aunque pudo dar estudios a sus cinco hijos: Juan (el protagonista de esta historia), Rafael, José, Diego (médico de Albox durante 3o años y padre de Diego Morata antiguo cirujano de la Plaza de Toros de Almería como su tío Domingo Artés), y Guillermo.
Juan Morata Cano, ya casi jubilado cuando estalló la Guerra, fue amonestado por el Comité por ir a Misa los Domingos y se refugió en un Cortijo de su esposa, Josefa Cantón Cintas, en Los Gallardos, llamado la Hacienda de Don Juan, para poner a salvo su vida. Hasta allí llegó para rescatarlo en coche oficial su hijo en el verano de 1937, que había sido nombrado director general de Hospitales y Sanatorios con Manuel Azaña como presidente de la República. Los malagueños, anarquistas como él, andaban haciendo desmanes por toda esa zona y el doctor Morata metió a sus padres en el coche y los devolvió a su casa de Almería poniéndolos bajo su protección. Juan Morata había sido un notable estudiante en el Instituto de Enseñanza Media de Almería, teniendo como compañeros a Sebastián Rico y Guillermo Langle Rubio. Después marchó a la Universidad Central de Madrid donde se licenció en Medicina. Sus primeros destinos lo llevaron a Segovia, La Rioja y Madrid, en 1928, donde fue médico de la Mutua Obrera Sanitaria de la Confederación Nacional del Trabajo, sindicato en el que se integró.
Fue también presidente del Colegio de Médicos de Madrid y al estallar la Guerra, el Comité de Defensa le encargó organizar la sanidad de las milicias confederales de la Región Centro y también fue miembro de la FAI (Federación Anarquista Ibérica) desde 1935. Fue la persona de mayor confianza, como consejero y secretario de la ministra republicana Federica Montseny.
Desde su posición ministerial, participó en algunas operaciones de canje entre el Gobierno legítimo y los sublevados en colaboración con el General Miaja y el ministro Largo Caballero. En su libro de memorias, escrito en 1992 y titulado ‘Benevolencia, memorias de 30 años de Guerra y Exilio’, Juan Morata explica cómo el mando nacional no dio un paso en esas negociaciones entre bandos para rescatar a José Antonio Primo de Rivera, que se encontraba detenido en una cárcel de Alicante donde acabó siendo fusilado.
Durante la etapa bélica, Morata publicó varios libros sobre la defensa de la población frente a las armas químicas y biológicas y fue fundador de la Brigada Sanitaria Antigás. Tras ser nombrado secretario general de Cruz Roja en septiembre de 1936, fue comisariado al final de la Guerra para viajar a Ginebra, sede de Cruz Roja Internacional, para que ésta intercediera ante Francia e Inglaterra en la solicitud de barcos para evacuar a los republicanos españoles desde el Mediterráneo, misión en la que no obtuvo ningún resultado.
Se autoexilió en Francia con su familia, donde actuó en el Servicio de Evacuación y en diciembre de 1940, cuando intentaba embarcar rumbo a América desde Marsella, fue detenido por las autoridades francesas de Vichy, a instancias de la policía española, junto a su gran amigo el expresidente Manuel Portela Valladares, para que revelara el paradero de Margarita Montseny.
Una vez absuelto consiguió viajar a México y a Cuba donde vivió hasta que decidió regresar a España en 1963, abriéndosele expediente por masón grado 33, la cúspide de esta logia, aunque sin consecuencias penales.
Los últimos años de su vida profesional ejerció Morata como médico en Alcalá de Henares, con viajes frecuentes a su Almería natal, al Zapillo, a visitar a sus familiares, hasta que falleció en 1994.
A pesar de que fue un almeriense de la diáspora, uno de tantos, su papel en causas humanitarias durante la Guerra con la Cruz Roja y en el Ministerio de Sanidad y también en Cuba y México, fue muy relevante, aunque su memoria haya quedado borrada por el viento de la historia.
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