Allí sigue aquel teclado clásico, el mismo que compró Christian (Orán), su fundador, cuando en febrero de 1980 se inauguraba el Port of Spain (Parque Nicolás Salmerón) a imagen y semejanza del Club de París. La vie en rose. Eso sonaba cada noche hasta que la humedad y el tiempo lo mandaron al olvido. Pandemia de por medio, Pablo Mazuecos se lanzó al vacío casi tres lustros después del cierre. El piano, milagro, era restaurado. Como el Port. Allí, en aquel trozo de la memoria musical de Almería, entre la niebla de la noche, cuatro músicos: Miguel Saavedra, pianista,, el ideólogo; Juanjo Muñoz, bajista; Francisco Rodríguez (el segundo Paco), baterista desde el 2000; Y Patricia Rodríguez, la voz cálida del Port desde 1997. Es septiembre de 2022. El Port renace. Todo se funde... junto al piano.
40 años. Cómo se os ocurrió hablar con Cristian, si allí nadie tocaba.
Acababa de cerrar el Georgia y no existía otro sitio donde hacer música. El Playa duró dos años. Un buen día, Paco y yo nos encaminamos al Port sin conocer al dueño. Y le propusimos que si podíamos tocar en directo.
Y qué dijo Cristian.
Que sí, pero que no nos iba a pagar.
Y…
Le dijimos que eso no nos importaba (…). Y dijo: “Bueno, pues si esto funciona, hablaremos…”.
Se llama vocación. Y os lanzáis.
Nos la ingeniamos para que todas nuestras amistades fueran y salió muy bien. Y en vistas de eso, decidimos contratar a un contrabajista.
Y ahí aparece Juanjo Muñoz. Ya erais tres a inicios de los 80. Qué tocabais.
Contábamos con unos libros que se llamaban Real Book, de estándares y música de jazz. Y aquello iba funcionando y se fue consolidando.
Hasta que llegó Patricia…
Un buen día, mi querida amiga Fina Martín me habló de una tal Patricia Rodríguez, que era una cantante de música pop. Nos gustó mucho lo que hacía. Afinaba muy bien. Y entró.
Y aquello casaba bien con el olor del wisky, el humo y la coctelera...
El grupo siempre ha tocado estándares americanos tradicionales de los años 30, 40 y 50. De Billie Holiday, Sarah Vaughan, Sinatra. Nuestros repertorios se nutren de estándares de jazz, de bossanova, de boleros, de música francesa, italiana… Y siempre buscando la sorpresa...
Los clásicos, vamos.
Montoliu, el mejor pianista que yo he conocido, es mi influencia (dice Miguel). Paco era un admirador de John Coltrane (...). Juanjo era más moderno, de músicos de los 70.
Los baterías se les han resistido. Ha sido el lado inestable del grupo.
Primero empezamos con Juan García Cubillas, que era un profesor que ya está jubilado. Bastante clásico. Después pasamos a Gabi Quero. Y después llegó Quillo. Y también estuvo por allí Eduardo Mortensen, que podía tocar lo que diera la gana. El baterista por excelencia de Almería.
Tres décadas largas. Media vida. Y media casa.
Mi segunda casa. Durante los 20 años que toqué allí con Christian fui muy feliz. Cuando se murió lo retomó otra gente y fue una desgracia. Lo convirtieron en un pub muy cutre y se perdió la música en directo.
Hasta que llegó Pablo.
Y vuelve a tener la misma esencia que antes. Es el único sitio en el que no he tenido nervios al tocar. Se asemeja a una vieja sala de música de los años 50. La magia está en la conexión con el público, que nos da mucha información. Incluso les dejamos participar cantando.
Los mismos que en tiempos de Christian. Sumando a Paco. Y los ensayos, qué.
En casa de Paco ‘Brocheti’. Tiene un local fabuloso.
Lo de Mazuecos va siendo ya cosa seria.
La labor de Pablo trasciende lo humano y roza lo divino. La reapertura tiene mucho de romanticismo y nostalgia. Es nuestra segunda casa.
Y va el Port y reabre. Nuevo, pero viejo. Y en otoño, regresa el cuarteto.
Emocionante e impactante. Fue como si no hubiesen pasado 25 años. En realidad, este cuarteto se establece como tal para la vuelta al Port.
Y otra vez los viernes.
El Port nos ha facilitado desarrollar por mucho tiempo gran parte de nuestra trayectoria musical con la tranquilidad de sentirnos como en nuestra propia casa. Y eso no tiene precio.
Confianza. Qué infrecuente es hoy. Y la sala llena.
Desde que volvimos a comienzos del otoño pasado no ha habido ni una sola noche en la que no haya estado toda la sala repleta.
El piano nada tiene de mudo.
Si ese piano hablara… Hoy suena mejor que nunca.
Pocos sitios con esa atmósfera sentimental.
Hemos compartido escenario con muchos espectadores que entonces venían a disfrutar y hoy vuelven.
El tiempo, detenido.
Como si todo hubiera quedado suspendido esperando volver a despertar.
Como cuando Christian cantaba, cada noche, La vie en rose.
Él venia de París a una Almería aún muy por hacer. Se convirtió en un himno nostálgico de aquel París donde también regentaba un local como el Port. Sigue siendo un punto de encuentro familiar donde la vida adquiere un color especial.
28 de febrero, 1980. 8 de la tarde. Abren el portón Christian y su pareja, la señora Coulange. Y La Mami (María Miralles). Y La Tía (Rosa Miralles). Frutas, helados, patés, cócteles, tés de tarde, tardes de libros con Valente, desgarros con Camarón o Tomatito. En 2003 muere La tía. 25 años después, en 2005, nada era ya igual. Christian enferma en mayo y en 2006 La Mami parte a la eternidad.
El Port, con su grifo de porcelana, su máquina registradora y su piano viejo, echa el cierre. Hasta que a Pablo, el Mazuecos de Almería, le entra la añoranza. Y se vuelve loco. Del todo. La gente, con mascarillas. Y él, restaurando un piano. Y el Port, casi veinte años después, vuelve a ser La vie en rose de Edith Piaf, el pequeño gorrión que, secretamente, echaba una mano a la resistencia francesa contra los tentáculos de Hitler.
De resistencia sabe, ya ven, el Port of Spain y nuestro cuarteto más clásico. Larga vida. En rose.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/12/almeria/259318/si-el-piano-del-port-of-spain-hablara