En solo unos meses, todo lo que era un erial de arcilla al norte de la ciudad, se ha convertido en un colosal cajón azul y amarillo habitado por cosas que hacen soñar a los almerienses; cosas sencillas como un platero, como un peluche, cosas por las que si hay que hacer cola desde las 6 de la mañana, se hace; cosas mundanas que nos redimen, porque no hay mejor remedio para combatir el abatimiento que ir de compras.
Ayer llegaron por fin, haciendo sonar el cuerno de la abundancia, los vikingos del Norte, los señores de Ikea, a esta Almería que los esperaba con los brazos abiertos después de tantos sinsabores con la firma del triángulo verde. Desde primera hora de la mañana, el aparcamiento ya estaba repleto, con policías ordenando el tráfico y una cola de fans de cientos de metros rodeando la fachada azulete como si fuera a venir a actuar el Bisbal de sus mejores tiempos.
Dentro, en la previa de la inauguración, el guitarrista Antonio Gómez, junto a un violonchelo y una trompeta, amenizaba la estancia en un patio exterior, entre zumos y sandwich. Todo era azul y amarillo, como el equipo insular de Las Palmas, las camisetas de los dependientes (hej:hola; tack: gracias), del staff, hasta las sillas de la recepción. Todo era color Ikea, esta multinacional del mueble ‘que te montas tú mismo’, que fundara en un pueblito nórdico un granjero llamado Ingvard Kamprad en 1943 y que ahora está en manos de un hólding financiero y cuenta con en torno a 400 tiendas en 30 países con 155.000 empleados. Todo estaba montado con pulcritud escandinava, con buen rollo, como el de Mónica Martín, la reina del Chantecler del acto de ayer, Miss Simpatía, si se hubiera presentado al concurso en su pueblo de Avila. Mónica es la faz de Ikea en Almería y ayer fue la maestra de ceremonias, con su juventud, con su cara morena, la mujer que ha liderado un equipo de 150 personas y que fue saludando, nerviosa, con su voz ronca, a todos los invitados. Detrás tenía la cueva de Conan alumbrada por un ventanal por el que entraba el sol a raudales.
Mónica, como su paisana Santa Teresa, fue agradeciendo con humildad monacal el trabajo de sus compañeros, hablando de una inversión de 45 millones en la nueva tienda, de las 5.000 referencias de producto y de los 7.000 metros cuadrados de superficie de venta en solo una planta, sin una sola escalera.
Mónica no es el prototipo de ejecutiva almidonada, sino de una muchacha que en poco menos de un año ha conseguido armar un rompecabezas de estancias, artículos y cometidos laborales para que todo estuviera a punto en el día de ayer, sin rastro de pintores ni fontaneros. Mónica fue soberana ayer del estreno de ese coliseo de muebles y accesorios del hogar que han hecho soñar a muchos almerienses -cada uno sueña con lo que le da la gana- la auriga del que será el acto más bullicioso del verano almeriense, con más prensa que en una de las comidas de Navidad de Gabriel Amat en los buenos tiempos. “Mas que una tienda es una experiencia”, dijo la directora de la tienda, con desparpajo, risueña tras sus gafitas doradas, esta Mónica Martín.
Después se aproximó al micrófono, un segundo Martín, el subdelegado del Gobierno, José María Martín, con el aire acondicionado a pleno rendimiento, con una montaña de peluches al fondo. “Estamos de enhorabuena”, exclamó el acostumbradamente parco José María. Y aprovechó para hablar de su libro: de los buenos datos del paro en la provincia y de los cientos de empleos inducidos que creará la corporación sueca con sede en los Países Bajos.
Y tras el ejidense, una tercera Martín, Aránzazu, la delegada del Gobierno de la Junta, tomó la palabra, casi extasiada de contar con una firma como Ikea en la provincia de Almería. Cuando Aránzazu o Arancha empezó a hablar, enfrente, probablemente, los viejitos de Ballesol estaban empezando a desayunar sus tazas de leche con galletas y a lo lejos, en lo alto de la autovía ,se veía circular a los vehículos como si fueran piezas del Scalextric. “Yo soy del barrio de Los Angeles y me siento orgullosa de tener este centro aquí”, dijo la delegada, presta a comprar ya alguna estantería para su saloncito y empezar a montar baldas como si no hubiera un mañana.
Y también habló la aún concejala Ana Martínez Labella, de rojo entre tanto azul y amarillo, contando su decepción, cuando la firma aparcó su proyecto urcitano y su renovada alegría cuando retomaron sus planes iniciales tras la pandemia. Mientras hablaba Labella, pestañeaba José Luis Carrión Dacosta, el hombre que trajo a los nórdicos hasta la cueva de Conan, el hombre que primero creyó que aquellos parajes que coronan La Molineta, que esos vestigios de canales de los riegos de San Indalecio, podían albergar uno de esos templos del capitalismo moderado, uno de esos santuarios donde, a priori, todo el mundo se viene arriba y piensa que tiene alma de carpintero, aunque cuando empieza el montaje de tablones y tornillos en la casa la realidad le arrea una bofetada. “Ikea es un gigante, a quince minutos del centro y nos ayudará a reforzar nuestra capitalidad”, dijo, satisfecha, la edil capitalina.
Habló después, en inglés asiático, Nurettin Acar, un nómada iraní criado en las montañas, el tipo de Ikea que más manda en España, quien derramó lisonjas y piropos: “Almería es una ciudad especial”, “estoy superfeliz”. “Welcome, Almería”, mientras los invitados aplaudían a rabiar. Empezó entonces un recorrido por las estancias llenas de mesitas, de alfombras, de toallas, de sillones, con un diseño insuperable, en las antípoda de aquella primera tienda abierta en San Sebastián de los Reyes hace casi 30 años, cuando las tiendas de Ikea eran entonces, llena de listones de madera, lo más parecido a un almacén de La Serrería Almeriense.
Finalizó la tourné y entonces fue cuando aparecieron cientos de banderitas suecas agitadas al aire y Mónica bajó las escaleras, junto al director de Andalucía y Levante, Alberto Fossati, flasheada por las cámaras como la novia de una boda. Y se abrieron las puertas del paraíso para los cientos de clientes que entraron en tropel, como en unas rebajas, a probar los sillones, los colchones mullidos Anneland que hicieron furor y que se pueden devolver 365 días después si el cliente cambia de opinión, si los sueños no son de su gusto en la República Independiente de su Casa.
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