Definido como un espacio sin fronteras interiores, el mercado único europeo tiene sus remotos orígenes en el Tratado de Roma de 1958 y su plasmación práctica en el Acta Única Europea de 1986 a partir de la cual se garantiza la libre circulación de mercancías, personas, servicios y capitales. Nadie osa hoy día discutir los beneficios de todo tipo que la Unión Europea reporta a sus 27 Estados miembros ni parece apreciable por su escasa entidad el número de euroexcépcticos, salvo en el caso del Reino Unido que en 2020 adoptó el brexit y hoy parece lamentarlo.
Asumida incluso en su espíritu la construcción europea, ratificada por el Tratado de Maastricht de 1993, su desarrollo ha tenido consecuencias indeseadas para determinados sectores de la pequeña y la mediana empresa. En Almería tenemos numerosos ejemplos de los cambios que ha operado la liberalización comercial y sobre todo la llegada de grandes empresas que han laminado no pocas tiendas de barrio y negocios familiares que no podían competir con los recién llegados. Incluso la deslocalización del comercio ha supuesto cambios sustanciales en el callejero de las ciudades. La despoblación mercantil del Paseo de Almería viene condicionada por la apertura de grandes centros comerciales en la periferia que además gozan de facilidades para aparcar y servicios acondicionados, climatizados y confortables para echar la tarde. Y si tienen multicines, pues mejor que mejor.
En todo el mundo ha ocurrido lo mismo. Los pioneros mall shopping center, con un siglo de antigüedad en el comercio de Estados Unidos, han ido contagiando un nuevo estilo de tiendas y de grandes superficies que actualmente atraen a millones de clientes. Es un hecho imparable que no tiene marcha atrás y que convive de mala manera con el comercio tradicional especializado que por la singularidad de sus productos permanece en pie. No hay tendero que pueda competir con un gran almacén que a la hora de comprar a los fabricantes consigue precios que nunca se ofertarán al comercio detallista. Los márgenes son, por tanto, incomparables como incomparable es el beneficio aun vendiendo unos y otros el mismo artículo. Si a ello se añade la proliferación de las ventas por Internet y reparto a domicilio, comprenderemos que el negocio tradicional de la tienda con nómina de empleados, mantenimiento del local y acopio de suministros, no da para hacerse rico, sino todo lo contrario.
A trazos gruesos, pero no muy separados de la realidad, este es el panorama de lo que viene ocurriendo en Almería desde hace unos años, cuya imagen más representativa es nuestro Paseo con inmejorables locales vacíos a la espera del negocio que no termina de llegar y otros aguantando con más pena que gloria. Y si no ocurrió antes, como en Málaga, Sevilla o Granada, es porque Almería no era objeto de deseo por las grandes superficies y las multinacionales en función de su índice de población y de poder adquisitivo. El crecimiento económico de nuestra provincia nos sitúa ya a un nivel más que interesante para las empresas en expansión. Acaba de suceder con la multinacional sueca Ikea, esta vez a un tiro de piedra de la Puerta de Purchena. Y pronto sabremos quienes son los afectados en el mismo centro de la ciudad y en sus barrios.
Somos muchos los almerienses que nos lamentamos de la situación de nuestro comercio más tradicional. Recuerdo tiendas como Marín Rosa o La Verdad donde sentaban a las señoras delante del mostrador para que eligieran cómodamente, y en caso de duda eran acompañadas a la puerta para ver el género con luz del día. Y no lo digo con nostalgia, sino como descripción de lo que eran los usos y costumbres de una ciudad hoy afortunadamente muy cambiada y adaptada a las normas habituales en estos tiempos. Cuando les cuento a mis nietos cómo era Almería, más o menos por los años cincuenta, siempre me pregunta alguno: ¿Y qué hacíais en verano sin aire acondicionado? ¿Y cómo lo pasabais sin televisión y sin móviles? Cierto, las casas eran un horno y por las noches o te llevaban al cine de verano o te ponías a leer La isla del tesoro, Robinson Crusoe y los tebeos de la semana, con el balcón abierto de par en par.
Ya digo que estos recuerdos, pese a todo muy entrañables, no van de la mano de la nostalgia. Pero cómo no acordarse de Casa Gervasio en los bajos del Hotel Simón (hoy Carrefour), la tienda de música de Sánchez de la Higuera, el Colón y el Café Español, Bazar Almería, Almacenes El Águila y toda una serie de antiguos comercios que hoy día no tienen sentido ni por su ubicación ni por su concepto más propio del siglo XIX. Los centros comerciales, las grandes superficies, han venido para quedarse. Definitivamente, Almería ha dejado de ser distinta.
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