La mayor parte de las generaciones actuales no tienen ni la menor idea de lo que es el calor, sobre todo de la acepción máxima del calor que no es otra que los 40 grados con levante en calma. Es decir, la ciudad como un horno abierto de par en par. El calor es esa noche quieta de Almería sin correr una brisa. El calor es aquel viaje en coche –naturalmente cuando no existía el aire acondicionado- con los niños repitiendo “papá, ¿queda mucho?”. El calor es también el recuerdo de aquellos trenes sin otra ventilación que las ventanillas por las que no entraba nada más que carbonilla y oleadas del botafumeiro de la locomotora. El calor…
Nunca he olvidado la sensación que me produjo descubrir el aire acondicionado. Debió ser a mediados de los años cincuenta cuando por primera vez fui a Madrid con mis padres y, como gran novedad, me llevaron a una sala de cine refrigerada en la Gran Vía. Se trataba del cine Capitol, y la película Candilejas, de Charles Chaplin, con maravillosa banda musical. Pero lo maravilloso de aquella tarde no era otra cosa que el fresquito de la sala mientras en la calle hacía un calor tremendo. Fueron los cines pioneros en instalar sistemas de aire acondicionado invitando así a entrar a una clientela a la que le importaba poco la película que echasen. Lo que de verdad se pagaba eran los veintipocos grados del patio de butacas. Sin embargo, los hoteles y restaurantes de lujo no lo instalarían hasta los años sesenta, pese a que su inventor Willis Carrier lo venía comercializando en Estados Unidos desde los primeros años del siglo XX.
Hago paréntesis para contar las otras grandes sorpresas que tuvo aquel viaje. Me subí por primera vez en un autobús de dos pisos, viajé en el Metro, estuve en el aeropuerto de Barajas bien despegar y aterrizar, y lo que nunca olvidaré: un partido del Real Madrid en el Bernabéu donde hacía poco tiempo había sido fichado Alfredo Di Stéfano, al que vi jugar con aquel equipo imbatible que pasaría a la historia del fútbol como el de las cinco copas de Europa. Cuando hoy día paso por la Castellana y observo la transformación del Estadio pienso que cualquier comparación es imposible porque cuando todavía se llamaba Chamartín era poco más que un patio para el recreo colegial.
La remodelación integral del Santiago Bernabéu incluye aire acondicionado y calefacción y por supuesto cubierta para evitar la lluvia. Y es que no hay negocio ni oficina donde hoy no se disfrute de los efectos benéficos del aire acondicionado. Pero todo esto viene a cuento de que hace sesenta o cincuenta años el calor era otra cosa. Por ejemplo, uno de los sitios más frescos de Almería después de comer era el trascoro de la Catedral y no se si sería solamente leyenda que algunos parroquianos, bien despachados en casa Puga, en el Quinto Toro y más antiguamente en La Granja, se las ingeniaban para echarse una siestecita entre aquellos muros de gran altura y bien refrigerados sin otros artilugios de la técnica.
En los barrios se acostumbraba a sacar las sillas a la puerta y compartir las horas duras antes de dormir en amigable tertulia de confianza, a mano el botijo y el abanico, con ropa ligera y en la seguridad de que a no dudarlo dentro no se podía respirar. En los últimos tiempos hay que mirar con atención el recibo de la luz, pero no cabe duda de que los aparatos refrigeradores están en la inmensa mayoría de los hogares, más o menos potentes y más o menos utilizados a lo largo del día, pero desde luego aliviando a las familias en los trances más duros del ferragosto, formidable apócope italiano para definir con acierto las jornadas que tenemos por delante hasta el día de la Virgen, mediado el mes.
El calor, digo, ya no es lo que era, y por eso las nuevas generaciones no pueden ni siquiera imaginar cómo se podía vivir un largo verano sin aire acondicionado ni en casa ni el coche. Pues, que quieren que les diga: vivíamos, como también vivíamos sin televisión y sin móviles. A lo mejor muchos muchachos, si es que me leen, optarían por pasar calor antes de prescindir del teléfono, puestos en la disyuntiva de una u otra tortura. No, por favor: sin móvil no se puede vivir.
Está claro que no he mencionado el remedio más cercano para los almerienses: la playa para la que también han cambiado las fechas. Antes eran muy frecuentadas la víspera del 18 de Julio, con la paga recién cobrada y la sandía enterrada en la orilla. Ahora es la noche de San Juan la favorita con la magia de las hogueras y a ver lo que cae en la penumbra arrullados por las olas. O sea, que todo ha cambiado, incluso el calor.
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