Almería no solo le abre los brazos al turismo, también sus casas. En barrios de gran solera, en el casco histórico, se han rehabilitado viviendas para orientarlas al negocio que se ha puesto de moda ahora que la gran ilusión de medio planeta es viajar. El próximo proyecto que ya está llegando a su fase final y que posiblemente esté finalizado para el próximo verano, contempla catorce suites de lujo sobre las cenizas donde hasta hace veinte años estuvo instalado el histórico restaurante El Montañés, en las calles Concepción Arenal y San Francisco. El edificio, que llevaba dos décadas deshabitado, está siendo restaurado por la empresa Remasa, que lo va a transformar en un palacio que irá rematado con una espléndida piscina sobre la azotea.
Se trata de un nuevo negocio entre los muros de uno de los establecimientos que en sus tiempos fue un referente en la ciudad. El restaurante El Montañés, inaugurado en el invierno de 1917, se convirtió en un lugar de peregrinación para los almerienses. Su barra fue un santuario de las buenas tapas y en sus reservados se celebraron grandes banquetes. El Montañés contaba con un reservado con aire bohemio, muy solicitado por los intelectuales de la época. Entre los banquetes que allí se sirvieron, destacó el que se le dio al ilustre poeta almeriense Fermín Estrella, que cuando en marzo de 1929 regresó a la ciudad tras veinte años en Argentina, fue agasajado con una cena íntima en el restaurante que entonces regentaba don Carmelo Briñón.
El edificio, por sus características de palacio y por estar situado en un punto estratégico, a cincuenta metros del Paseo y a cien de la Puerta de Purchena, reunía todas las condiciones para volver a darle vida, tal y como lo está haciendo la empresa promotora, experta en negocios turísticos. Este nuevo establecimiento aumentará la oferta residencial para los miles de visitantes que vienen todos los años a la ciudad. Estamos viviendo una fiebre por este tipo de negocios, sobre todo en zonas de gran tradición vecinal como ha sido siempre el barrio de la Almedina, donde los propietarios están restaurando las casas antiguas para ponerlas en el mercado. Los apartamentos turísticos son una inversión rentable y llenan de vida las casas, pero en la mayoría de los casos se trata de una vida que no deja demasiada huella en el barrio. Sus inquilinos van de paso, tres o cuatro días en los que pisan la vivienda solo para dormir: se levantan, se montan en el coche y si es verano se pasan el día completo en la playa sin que el comercio próximo note su presencia. El turista viene de visita, no se implica en los problemas del barrio, no participa de sus gestiones ni protesta cuando no pasa el barrendero o hay un bache en el pavimento.
También está en proyecto que el solar que lleva una eternidad abandonado en la Plaza de Marín, frente al edificio municipal de Urbanismo, sirva para construir un edificio que también irá destinado a viviendas turísticas. Nadie duda que el turismo es necesario, que nos deja riqueza, que los recibimos con los brazos abiertos, pero abrir la veda descontrolada a este tipo de alojamientos puede tener graves consecuencias en un futuro como ahora se está viendo en ciudades cercanas a la nuestra donde sus cascos históricos se han ido transformando en barrios turísticos que han desplazado a la vida vecinal. Zonas como la manzana de la Catedral, la calle Arráez, la Almedina o la calle de la Reina, se han ido quedando sin comercios en los últimos años porque falta esa vida vecinal que los sustente.
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