No hay nada más insulso que los balances después de Feria. Todos sabemos de antemano lo que va a decirnos el concejal responsable en su oda triunfal, lo mismo que conocemos un mes antes de que suceda el discurso negativo de la oposición. Ha dicho el señor Diego Cruz, concejal de Cultura, que la Feria ha sido divertida y uno se pregunta en qué se basa para esta afirmación, cuando la diversión y el aburrimiento son sensaciones tan subjetivas que en el mismo momento, en el mismo lugar, uno puede estar disfrutando del instante más maravilloso de su vida mientras que el amigo que tiene al lado puede estar sumido en un profundo sopor. A la lista de balances se une el presidente de los hosteleros, que asegura no estar satisfecho porque ha habido “menos movimiento” y para compensar el bajón propone que el ayuntamiento rescate la vieja Feria de Invierno que dejó de existir hace ya cincuenta años. Hay que recordarle al señor Fortún que esas fiestas invernales que celebrábamos en la ciudad no empezaban en enero y se desarroban a lo largo de todo el mes, como ha dicho en una entrevista, sino que coincidían completamente con las fechas de Navidad, es decir, se inciaban sobre el veinte de diciembre y terminaban el día de Reyes.
Desconozco el rendimiento de los hosteleros en la Feria, pero los propietarios de bares con los que yo he podido hablar no se mueven en la misma línea que el presidente de la asociación, ya que están muy satisfechos de cómo han trabajado en estos días, a pesar de los inconvenientes del calor. Hablo de bares tradicionales, no de los chiringuitos que seguramente han notado en mayor medida el bajón. Hay que entender que con el nuevo orden que marcan las continuas olas de calor, el futuro de un chiringuito de calle no sea demasiado halagüeño, aunque no sería justo cargar todas las culpas sobre la temperatura. No podemos obviar que las condiciones de un chiringuito no son las mismas que ofrece un bar, ni tampoco los precios. Tomarse una caña en un vaso de cartón o de plástico sin aire acondicionado y con los altavoces a todo gas, cuesta más que hacerlo dentro de un bar. Ha habido lugares en esta última Feria donde una cerveza con tapa te costaba tres euros y setenta céntimos, un lujo.
El concejal ha salido a escena y promete cambios de cara al año que viene y debe de haberlos, aún sabiendo que la Feria del Mediodía ha entrado en un declive natural y ya no volverá a reverdecer sus viejos laureles. Lo que sí es una obligación del ayuntamiento es crear un escenario digno, que el centro de la ciudad luzca distinto, que parezca que estamos en Feria, lo que no ha sucedido en esta última edición, sin duda la más pobre que se recuerda. Una de las pocas señales de que estábamos en Feria para los que hemos dejado de ir al recinto nocturno, era la presencia de los gigantes y cabezudos, que aunque maltrechos y desalmados, al menos nos han animado las mañanas.
La Feria del Mediodía, tal y como estaba concebida, está abocada al fracaso porque cada vez habrá menos gente dispuesta a exponerse al calor extremo por muy alta que suene la música en los chiringuitos. Cuando el invento nació, allá por 1992, los días con temperaturas más altas en aquella Feria llegaron a los 34 grados, mientras que en esta última edición hemos rozado varios veces la frontera de los 40. Con este panorama es complicado programar actividades culturales al aire libre, por mucho empeño que ponga el ayuntamiento, salvo que se hagan al amanecer o por la noche, y es imposible que la hostelería puede recuperar el nivel brutal de tiempos pasados. Sobrevivirán los bares tradicionales convenientemente refrigerados y aquellos que tengan terrazas en calles sombrías, que son los triunfadores de esta Feria de Almería que acabamos de superar.
La Feria del Mediodía multitudinaria, de ríos interminables de gente, donde se empalmaba el día con la noche, es ya una quimera. Desde el ayuntamiento se deben de poner los cimientos para mejor la feria de día, sabiendo que apostar por una Feria más digna y más atractiva no significa tener más bares ni volver a los botellones masivos de hace unos años ni a las calles meadas ni a los ruidos sin límite que tanto perturbaban a los vecinos. La nueva Feria tiene que adaptarse a esa nueva realidad que nos marca el clima y no puede seguir anclada en aquel formato de los años 90 porque los tiempos han cambiado. La solución de compensar las frustraciones con el invento de una Feria de Invierno tiene poco sentido cuando estamos viendo un año tras otro que en el mes largo que dura ahora la Navidad es muy difícil reservar un mesa para comer en un restaurante o encontrar un hueco en la barra de un bar. La fiesta y el éxito están asegurados en Navidad sin necesidad de que la transformemos también en Feria.
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