La calle de Chamberí llegó a ser tan importante que allá por los años sesenta llegó a contar con un autobús que unía a los barrios del Reducto, la Chanca y la Joya con el centro de la ciudad. En la calle de Chamberí desembocan por el sur tres arterias principales: la del Reducto, la calle Fernández y la del Encuentro. A partir de ahí Chamberí va ascendiendo en una pendiente constante hasta los mismos pies del cerro de San Joaquín. Es un lugar especial porque atesora una belleza que no existe en ninguna otra parte de Almería y porque está lleno de historias. Todo aquel barrio es un balcón que mira de frente al mar, a los muros de la cara norte de la Alcazaba y que tiene en su punto de mira a las murallas de San Cristóbal y a sus pies a toda la barriada de la Chanca. Sin embargo, el barrio mejor ubicado de la ciudad, el que goza de los mejores vientos en verano, el aliado del sol en invierno, el que presume de ser la trastienda de la Alcazaba, lleva décadas a la deriva, convertido en un suburbio que ha sido golpeado en los últimos tiempos por la droga y ese abandono tan característico de nuestra tierra.
Chamberí y ese entramado de callejuelas que la nutren de vida: Navegante, Mesana, Santa Elena, Barranco, vive actualmente un tiempo de grandes cambios, con nuevos inquilinos que le han dado a la zona un aspecto parecido al que podría tener cualquier arrabal de Fez o de Tanger. Las familias marroquís se han ido instalando en el barrio y ya son mayoría. Han ido encontrando acomodado a medida que los antiguos moradores de las casas se fueron buscando sitios mejores. Estos nuevos habitantes han venido a revitalizar un escenario que estaba en descomposición. Ahora se ven niños jugando en sus calles y hay un trasiego constante de gente. A pesar de esta inyección vital, las carencias siguen siendo importantes: los palos de la luz con los cables colgando, las casas cerradas hace décadas que se han ido cayendo, el mal estado del pavimento y la falta de limpieza que pone de manifiesto que este barrio es invisible para el ayuntamiento.
Chamberí y todas las calles que nutren el cerro de San Joaquín debe de ser el único barrio de Almería donde no existe una tienda de comestibles ni un bar. Sus vecinos, para ir a comprar, tienen que bajar hasta la calle del Reducto o hasta el barrio de la Chanca. Vivir allí es como volver a habitar un pueblo que se había quedado vacío y donde casi todo está por hacer. Ya no queda nada de lo que fue este rincón privilegiado junto al barranco Caballar.
Hasta hace cincuenta años era todavía el barrio de la Joya, un territorio poblado mayoritariamente por familias de pescadores, con sus calles en cuesta, iluminadas por pobres bombillas que duraban lo que tardaba en llegar un chaparrón, y que se llenaban de luz al caer la tarde cuando las mujeres y los niños encendían los braseros.
Impresionaba ver desde lo alto del cerro de la Alcazaba las sombras de los niños que las lumbres proyectaban agigantadas sobre las fachadas de cal del barrio. Parecía un lugar fantástico donde la vida se podía oler y tocar palmo a palmo. Las calles de la Joya olían a pimentón y a migas, a la ropa recién lavada que las mujeres tendían en la puerta y a ese perfume de arrabal que dejaba la leña de los braseros pobres en los cuerpos que danzaban alrededor del fuego. Eran calles de tierra y casas pobres de gente tan humilde como el barro, pero de una dignidad absoluta. Aquellas formas de vida ancladas en el pasado han vuelto a reverdecer ahora que la gran manzana del cerro de San Joaquín ha vuelto a llenarse de vida.
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