Aprendió a boxear viendo a los mayores, a sus hermanos, a los amigos del barrio que se pasaban las horas soñando con ser deportistas. Contaba que aprendió de tanto fijarse, porque en aquel tiempo, en plena posguerra, nadie quería enseñar a nadie y los buenos boxeadores procuraban reservarse los secretos de su técnica para evitar la competencia. Se iba a entrenar por los senderos del Cañarete acompañando a los hermanos González, y no paraba de correr hasta que echaban del cuerpo el último aliento o hasta que el hambre los tumbaba a la sombra de un árbol.
Desde niño demostró gran facilidad para aprender y esta capacidad le fue permitiendo adaptarse a cualquier oficio. Miguel Bisbal trabajó en la panadería la Francesa, que estaba frente a la Cruz de los Caídos, junto al Ayuntamiento, en una época en la que el pan había que adquirirlo con las cartillas de racionamiento. Pronto cambió de actividad y se marcho a Madrid para trabajar en la construcción de un pantano. Allí se colocó de cocinero, otra profesión que fue aprendiendo sobre la marcha, fijándose en los compañeros. En el año 1953, ya de regreso en Almería, descubrió que tenía vocación artística, y que además de su habilidad para boxear o para defenderse en la cocina o para hacer pan en un horno, tenía buenas condiciones para la música. En apenas unos meses aprendió a tocar el acordeón y lo que primero fue un entretenimiento se convirtió después en un trabajo que le permitió ganarse unos duros los fines de semana.
Miguel Bisbal formó parte de la célebre orquesta ‘Los Ases del Ritmo’. El grupo era uno de aquellos conjuntos que nacieron a finales de los años cincuenta y que se ganaron la vida tocando en los bailes de los pueblos y en las verbenas de las fiestas de los barrios. En la Feria de 1957 fueron contratados para la Caseta Popular, el mejor escenario que existía entonces para los jóvenes músicos locales: “Actuaran tres magníficas atracciones procedentes de destacadas salas de fiestas madrileñas: Mari Carmen Grande, María Angela y Dorita Torres, acompañadas por la orquestas Ases del Ritmo y Caseta”, anunciaba el periódico en aquellos días.
Miguel solía contar que una vez, coincidiendo con una visita de Franco, contrataron a la orquesta para tocar en las Cuevas de los Medinas, pero como los otros músicos tenían que acudir con la Banda Municipal a recibir al Caudillo, se tuvo que ir él solo a la barriada a amenizar la fiesta, trabajo por el que se llevó 1.800 pesetas.
Miguel Bisbal Carrillo siguió compaginando su vocación de músico con otras profesiones: puso una heladería en el local del antiguo bar Berrinche, junto a la Plaza de Marín, un negocio que reconvertía en fábrica de magdalenas cuando llegaba el invierno.
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