Joaquín de la Muela, era el paradigma del caballero audaz. De niño se refugiaba en el Preventorio San José para comer caliente hasta que, gracias a su audacia, se convirtió en uno de los líderes nacionales de la representación de espectáculos, tras muchas cicatrices en la batalla. El bisabuelo de Joaquín era aragonés y luchó corno sargento en la Guerra de Cuba, de ahí llegaron los de la Muela hasta la tierra del indalo. Hijo de un represaliado de la Guerra Civil, nació en la calle Distrito y después se trasladó debajo de La Alcazaba a sufrir penalidades. A su padre, que era chófer, lo detuvieron por rojo y pasó tres años en el Ingenio. La familia pasó de merendar chocolate a pasar hambre pura. Por eso se refugió en el Preventorio para poder comer, donde fue monaguillo y aprendió a jugar al ajedrez. A los trece años se quedó sin padre y sin madre y entró a trabajar en Calzados Olimpia, en la Puerta Purchena.
Sé arrimó al mundo de la música a través de la antigua institución franquista de Educación y Descanso. Iba al Apolo y allí ensayaba con el Maestro Barco y participaba en obras de teatro. A los 17 años se lanzó a cantar con la Orquesta Donaire y después creó su propio grupo, Los Icaros, con los que se fue a recorrer toda España y a salir en Televisión Española, en el programa Sonría por Favor. Ese día fue una fiesta en Almería.
De la Muela era entonces el cantante del grupo y además tocaba el contrabajo. Aseguraba que no sabe si cantaba bien o mal, pero la gente decía que era muy comercial en el escenario. Durante cinco años recorrieron toda España en plan profesional: Zaragoza, Marbella, Bilbao, Barcelona, Madrid, Tarragona. Puertas era el trompeta, el hijo de Rafael Barco tocaba el piano y Maldonado llevaba el saxo. En esa época tocaban mucha salsa, merengue, cumbia, aunque era la época de The Beatles y el Dúo Dinámico. Pero a Joaquín le dio la morriña y decidió abandonar el glamour de los escenarios y volverse a Almería. Estaban en su apogeo, actuaban en las mejores salas del país, en Los Tres Molinos, La Pérgola, y El 1.400, pero les asaltó la nostalgia, Joaquín ya estaba casado y con un hijo.
Recordaba que su última actuación fue en Calella, a la que entonces llamaban Sodoma y Gomorra y empezaba de verdad el turismo y el despelote. El cantante pensó que lo de la fama estaba muy bien, pero que llegaría el día que el pelo se le caería porque los años no pasan en balde.
Volvió a Almería y montó una zapatería, que era lo que conocía, pero se le inundó el establecimiento por un alcantarillado y la tuvo que dejar. Se metió otra vez en la música, esta vez en El Chapina, un cabaret, más empujado por la necesidad que por convicción. Lo compatibilizaba con el trabajo de representante de coches Barreiros.
En esa época fue cuando Joaquín empezó ya a introducirse en el mundillo dé la representación musical, que era entonces un páramo seco. "Empezaron a salir grupos como los Teddy Boys, y creó su empresa: De la Muela Espectáculos.
Eran ya los años setenta, al principio fue muy difícil, porque los Ayuntamientos se organizaban por sí mismos las pocas actuaciones que había. Después llegó la época de las discotecas que también tuvo su auge. De la Muela empezó a crecer gracias a su paciencia y su honestidad, en el tumultuoso mundo de la farándula. Se abrió paso en los municipios almerienses y los festejos y actuaciones musicales fueron creciendo como la espuma. No se define como un empresario del espectáculo, sino como una empresa de Servicios, que facilita toda la logística. Los ayuntamientos era casi el 100% del negocio de la empresa, al menos unos cincuenta trabajaban con esta empresa de espectáculos. También organizaba los espectáculos de Hoteles Playa y Hot Hotels. Lo peor son los cambios de Gobierno local, que también provocan cambios en las relaciones con estos clientes, a veces se echa de menos una mayor estabilidad, aseguraba.
En el despacho de Joaquín de la Muela, en la calle Ochotorena, medraban decenas de rostros de artistas del pasado y del presente como Antonio Machín o Jorge Sepúlveda, a los que el empresario almeriense trajo en 1974. La empresa diversificó sus actividades y ofrecía desde conciertos a las organizaciones íntegras de las fiestas patronales de los pueblos, pasando por pasacalles, paellas o tortillas gigantes de esas que Joaquín no cataba de pequeño ni en el Preventorio.
La empresa tenía un portfolio de más de ochenta artistas representados. El principal cliente de Joaquín de la Muela era el Auditorio de Roquetas de Mar, en el que se encarga de promover actuaciones semanales. Por allí pasaron figuras como Montserrat Caballé, José Carreras, Julio Iglesias o el Ballet Nacional.
Aprendió que en el negocio de la representación había que actuar sobre todo con profesionalidad y sin mirar el reloj. Después dejó un poco la empresa en manos de su hija María Dolores, mientras él seguía en sus últimos años, erre que erre, ensayando en su estudio, grabando discos, caminando con su perro pastor alemán por el cerro de Aguadulce. Descanse en paz el gran Joaquín de la Muela, que se hizo grande la nada más absoluta.
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