Almería cuenta con un nuevo espacio de ocio donde poder ir a pasear y a disfrutar de las impresionantes vistas que ofrece el llamado jardín Mediterráneo de La Hoya. Se puede estar en desacuerdo con el resultado de las obras, hay quien piensa que le falta alma para convertirse en un lugar de referencia en el casco histórico, hay quien denuncia que le faltan árboles de verdad, de los que dan sombra porque en lo más hondo del terreno, en la zona central, el parque se convierte en una auténtica sartén desde el mes de mayo hasta octubre, pero de lo que no hay duda alguna es de que se ha rescatado un trozo de ciudad que se había perdido desde hace décadas, primero con el asentamiento del barrio de las Perchas que estuvo en pleno funcionamiento hasta la década de los años ochenta, y después con el abandono que se instaló en la zona cuando tiraron las casas y desapareció el cortijo del cura. Allí no quedó nada: la balsa se secó, el agua dejó de correr por las acequias, las paredes de la case se fueron derrumbando, los huertos se marchitaron en las terrazas del cerro y hasta las pencas, que alimentaban de chumbos el barrio cuando llegaba el verano, perecieron por la maldita cochinilla.
La Hoya ha reaparecido ahora convertida en un jardín que le devuelve a la ciudad uno de los rincones con más historia y con más belleza y estamos obligados a conservarlo entre todos, una tarea que no parece fácil si tenemos en cuenta los precedentes como el Mesón Gitano, donde después de una gran inversión se quedó abandonado, en manos del botellón y de las tribus destructoras de los alrededores. Uno de los problemas que ya empieza a tener este nuevo espacio a los pies de las murallas es el de los perros que han comenzado a ser mayoría. No se trata de ponerse en contra de las mascotas, sino de concienciar a sus dueños de que el jardín de La Hoya no es un estercolero ni un váter para perros. Está muy bien ir a darse una vuelta con el animal por este noble territorio, pero no se puede permitir que dejen a los perros a su libre albedrío y que a diario se repita la imagen de los animales corriendo y saltando entre las matas de las jardineras como si estuvieran en el patio de su casa, mientras que sus dueños conversan felices.
A última hora de la tarde es cuando mejor se puede apreciar la huella de los animales que dejan allí sus excrementos mientras sus dueños hacen la vista gorda. Es verdad que son mayoría los que recogen las deposiciones en su bolsa reglamentaria, pero abundan los que se saltan las normas y nos dejan la mierda en medio. La labor de la limpieza municipal está siendo impecable hasta el momento. A primera hora de la mañana se presentan en La Hoya los equipos de mantenimiento y le sacan brillo al suelo, pero no se puede permitir que un escenario que tanto ha costado rescatar acabe convertido en un parque de mascotas como ha ocurrido con el Parque Nicolás Salmerón. En La Hoya no solo se echan de menos más árboles y más sombras, también se nota la ausencia de letreros que le recuerden a los visitantes que están pisando un terreno público y una zona histórica y que no pueden soltar a sus perros ni dejar sin recoger sus deposiciones como si todo les estuviera permitido.
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