O he escrito con este título una Carta Pastoral, conmemorando los 500 años de la primera piedra de nuestra Catedral. El Señor Nuncio abrió de par en par la puerta del jubileo. Es un año de gozo, es el tiempo de la ‘gran perdonanza’. No hay jubileo sin pueblo reunido. El orgullo sustenta la dispersión, la esquizofrenia, los corazones fracturados, como en Babel, ‘la confusión’. Si nos ponemos bajo el impulso del Espíritu, haciendo memoria viva de Pentecostés, seremos reunificados, reconciliados, allanaremos los caminos, trazaremos puentes, derribaremos muros, correremos gritando: ¡Ven a la fiesta! el Señor te ama, te busca, tiene necesidad de ti.
La puerta permanece abierta, como símbolo, durante este año de renovación. Entrar significa ‘encuentro’, salir por ella significa ‘misión’. Es el icono de la verdadera puerta: Cristo. Entrar en el redil del Buen Pastor significa también salir a buscar a los que no son de este redil. Y luego los caminos, de dos en dos… “allí estaré en medio de vosotros”.
En 4 de octubre de 1523, el obispo Fray Diego Fernández de Villalán, el primer obispo residente que vivió entre nosotros 33 años y murió con 90 años, pone solemnemente la primera piedra de nuestra catedral, por lo que celebramos agradecidos esta efeméride.
En un principio la catedral de Almería se comenzó a construir sobre la Mezquita Mayor de la ciudad, donde actualmente se encuentra la parroquia de San Juan. En muchos casos, sobre los templos romanos se construyeron las primeras iglesias visigóticas, allá por el siglo VI, sobre ellas las mezquitas y sobre estas, de nuevo, otras iglesias y también las catedrales.
A raíz del terremoto más devastador de la historia de España, el 22 de septiembre de 1522, que destruyó no sólo la iglesia de San Juan, sino la mayor parte de la ciudad, el recién nombrado obispo Villalán, compra unos terrenos y se decide hacer una nueva catedral-fortaleza, con almenas, torreones y contrafuertes, para que la población pueda defenderse de las incursiones de los piratas berberiscos por el mar o de la sublevaciones del interior.
Cuando miramos la primera piedra nos gozamos en el futuro que representa. Todos anhelamos el desarrollo de la gran obra. Es como la pequeña semilla del gran árbol que debe dar sus frutos. Cuando hoy contemplo la catedral y descubro el entramado de su construcción y cada rincón, con las distintas aportaciones a lo largo de estos siglos, no puedo por menos de pensar en la comunidad cristiana que la sustenta.
Una gran catedral es correlativa a una gran comunidad cristiana. Cuando esta disminuye y desaparece, el edificio se convierte en un vacío panteón de glorias históricas. Sería, evangélicamente, como la higuera seca porque ya no da frutos. Y para todos los cristianos no deja de ser un castigo. La mostaza es la fuerza de la gracia, la higuera es la llamada a la responsabilidad.
Si pienso en la Catedral estoy pensando en la Diócesis y en todas las comunidades eclesiales que la dan vida. No existiría una sin la viveza de las otras. Si la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la Catedral es el corazón que palpita, siente y se hace eco de la fe, como el alma de una madre que se desvive por cada uno de sus hijos, especialmente de los más débiles y necesitados.
Contempla los muros del edificio de nuestra Catedral y medita quién eres, porque en cada una de esas piedras estamos de una manera figurada y configurada cada uno de nosotros, ¡somos piedras vivas! Cada piedra unida y sustentada una con otra, son imagen sacramental del Pueblo Santo de Dios, cuya cabeza es Cristo. Si camináramos por libre no seremos Iglesia, seremos un montón de piedras sin sentido ni belleza, seremos una ruina.
Nuestra Catedral es imagen clara de tolerancia, como cualquier edificio bien construido, de los que traspasan los siglos y sus avatares. En arquitectura, la tolerancia, es la tensión que existe entre dos fuerzas. La capacidad de fuerza para soportar su propio peso, para que el edificio no se derrumbe. Se trata de aunar, de crear puentes, arcos, de enlazar, no de separar, también se trata de hacer esfuerzos, de sobrellevar, soportar y resistir, para que todo funcione, para mantenerse en pie, como las relaciones de cualquier comunidad viva, ¡cuánto más de las comunidades de los discípulos de Jesús, el Señor!
Reúnete con tu comunidad cristiana y proponeos peregrinar a la Catedral, buscad la reconciliación y cuando salgáis unidos, con un solo corazón, recorred con gozo los caminos. Entonces, se os abrirán los ojos y descubriréis también a Cristo en las cunetas de la vida en muchos afligidos, pobres, desorientados, excluidos, maltratados, enfermos, solitarios, olvidados … convirtámonos en samaritanos, pues si la alegría no se contagia, si es elitista, no habremos comprendido la esencia del cristianismo, ni habremos descubierto lo que es el amor. Ánimo y adelante.
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